La pista de patinaje sobre hielo es un escenario que el cine visitó una y otra vez, siempre con la misma idea: reflejar el esfuerzo de una joven y ambiciosa deportista, princesa con traje bonito, para clasificar, llevarse la medalla de oro y poner orgulloso a su entrenador. Hasta que Craig Gillespie llevó al cine, a principios de este año, la dramática vida de Tonya Harding, odiada por su rudeza pero también por su origen humilde, plasmando, con humor negro y un montaje agresivo, la discriminación que sufren las patinadoras que no se ajustan a los requisitos.

Pero unos meses antes de que el público descubra a través de I, Tonya que nada es color rosa, Tillie Walden, una historietista lesbiana de apenas 21 años, representó su historia, la tortura psicológica, física y emocional a la que estuvo sometida durante doce años tratando de ser aceptada en el mundo del patinaje: la tensión que sentía cada mañana antes de ir a patinar, mientras encontraba consuelo espiando las prácticas de las chicas que le gustaban. A la par que intenta alcanzar el salto perfecto, el complicado “axel”, la patinadora se plantea salir del clóset en un pueblo ultraconservador como Austin. Entre vestuarios, hoteles, bullying escolar y un romance lésbico adolescente bajo cuatro llaves, Tillie Walden consigue  crear un diario íntimo construido de viñetas realistas que exhiben en cada pliegue del volado de una pollera el estado de ánimo de la protagonista.

MAS FRIO QUE LA MUERTE

“Siempre intentaba llegar primera al hielo. Me hacía bien estar sola en una pista tan grande. Solo para mí. Y lo mejor era que las demás chicas estaban preparándose en el vestuario. Nadie podía verme”, escribe Tillie en una secuencia de viñetas donde podemos sentir el frío que hace en esa pista a través del vapor fantasmal que le sale por la boca. Comenzó a hacer patinaje artístico y sincronizado, a los 6 años. “Todas las pistas huelen igual. Y también se parecen. Huelen como a sudor de hockey y frío artificial. Cada cosa es como acostumbra a ser y yo solo quiero huir”, narra en las primeras páginas. “Fue un desafío trasladar el dinamismo y la velocidad del patinaje a imágenes estáticas, porque patinar es acerca de sentir el movimiento, y es difícil tratar de capturar eso. Ni siquiera sé bien cómo lo hice.”, cuenta Tillie. El trazo de toda la historieta es violeta oscuro, y los climas dramáticos e introvertidos, amarillo furioso. Violeta y amarillo, en honor al vestido que usaba para competir.

Tillie detesta extender el largo de sus pestañas y que le entre por accidente rimmel en los ojos, pero su compañera de equipo la sienta de prepo en el banco del vestuario y le delinea los parpados con mayor cantidad de maquillaje que a las demás para disimular que usa anteojos. Le pinta los cachetes hasta que su rostro no parezca de nena, porque así es cómo se debe presentar ante el jurado. “Recuerdo que me enseñaron que no se trataba de cómo mis piernas se movían sobre el hielo, sino de cómo se veían mis piernas”. El pelo corto no está dentro de las opciones de imagen que debería tener quien represente a los Estados Unidos en una competencia. 

SALIR DEL FREEZER

“En el patinaje existe discriminación en contra de muchos grupos. Nadie habla sobre el hecho de que el baile sobre hielo es ridículamente heteronormativo. Debería haber lugar para todos los que quieran practicar, pero no es el caso”, cuenta Tillie, quien viene denunciando por ejemplo que las normas se centran siempre en el cabello de las niñas blancas, ignorando por completo el hecho de que las afroamericanas tienen un pelo rizado. Planteando la desconsideración que hay en dicho deporte, no apto para afrodescendientes, ni pobres, ni deportistas de la comunidad LGBTIQ fuera del closet.

“Sabía que era gay desde hacía mucho tiempo. Jamás sentí que me impidiera patinar, a pesar de que sí afectó mi relación con otras chicas con quienes entrenaba”. Como Romeo y Julieta, pero en clave torta, la protagonista vive un romance prohibido con su amiga Rae mientras asisten al 8vo grado. Encerradas en un cuarto sobre el garaje, durante una noche nublada, se dieron el primer beso sin antes ver un tutorial en internet titulado “Cómo besar a una chica”. Tillie y Rae entrelazan los dedos de sus manos para que el temor no sea más fuerte que el deseo, y que las bocas se peguen en un beso como si fueran cubos de hielo que ya no se pueden separar. “El primer amor es importante para todo el mundo. Pero cuando ambas partes son jóvenes, gay y en el armario, es algo más”, escribe debajo del beso. “No es la emoción ni la libertad que sentí lo que recuerdo... sino el miedo. Me daba miedo ser gay. Me daba miedo serlo en Texas. Me daba miedo todo el odio que veía en los videos de Youtube y que sabía que existía”, agrega. Durante un tiempo, por un puñado de páginas, Tillie encuentra su lugar en los brazos de Rae. Con quien juega a los videojuegos en camisón y comparten la cama, porque sus padres creen que son solo amigas. Hasta que la madre de Rae revisó su casilla de correo y decidió cambiarla de colegio. “Quería contárselo a alguien. A cualquiera. Pero no podía hablar de ello sin salir del armario. No sabía qué dolía más. El hecho de que se hubiera ido o temer todavía que la gente descubriera que yo era gay”, piensa mientras se ata los cordones del patín. 

“En la ficción casi todos los personajes se dan cuenta de que son homosexuales cuando tienen, no sé, 13 años. No es cierto. Muchos chicos son conscientes desde mucho antes, y me alegra haberlo sabido tan temprano. No fue hasta cuando ya era más grande que entendí que las personas pensaban que eso estaba mal”, dice Tillie a SOY, quien supo que era lesbiana a sus 5 años. Hoy, a los 22 años, es una referente gay para lxs adolescentes. Uno de los pasajes más emocionantes del libro sucede justamente en su salida del clóset: después de contarle a su mamá, unos meses antes de cumplir 16, sintió la necesidad de decírselo a todo el mundo. “No podía imaginar salir del armario a medias, así que empecé a dar la noticia”, y boceta las extrañas reacciones de sus compañeras de colegio. Mientras la madre le pregunta si su lesbianismo no será solo una fase, su padre cree que Tillie odia a los hombres, y que además es por su culpa. Su hermano gemelo,  una de las personas más importantes en su vida, le lanza: “Es algo malo, creo”. Pero a pesar de las reacciones externas, de las opiniones inapropiadas, Tillie por fin ya no siente miedo. Al igual que Elsa de Frozen cuando abandona los modales de reina y deja escapar los poderes que reprimía por temor a ser tratada como un monstruo. “Sé la niña buena que siempre debes ser. Escóndelo, no sientas. No permitas que lo sepan. Bueno, ahora lo saben. ¡Libre soy! ¡Libre soy! No puedo retenerlo más tiempo”, canta la reina de la nieve a los gritos, finalmente liberada de tanta opresión. Sin embargo, a Tillie le tardaría un tiempo más darse cuenta que su lugar no era cerca del hielo. Había sido patinadora durante tantos años que no se atrevía a pensar la vida sin patines. “Nadie me había dicho que podía ser lo que quisiera”. Con solo 22 años, Tillie Walden lleva publicados cuatro libros, con la promesa de un quinto, On a Sunbeam, que llegará en octubre de este año con una historia de ciencia ficción LGBTIQ, donde la búsqueda épica del amor entre dos chicas atraviesa las líneas de tiempo.

 

Para ver más: tilliewalden.com