Es como ver de pronto un fantasma: en la pantalla aparece un tipo que uno sabe muerto hace casi un cuarto de siglo. Y habla. Es la voz que uno le recuerda y aunque quizá la memoria engañe, se mueve del mismo modo, con ese aire a almirante alemán inflexible con sus subordinados y feroz con sus enemigos. Ahí está Moff Tarkin, mandamás de la Estrella de la Muerte del criminal Imperio Galáctico de la Guerra de las Galaxias. O lo que es lo mismo, ahí está el actor británico Peter Cushing, que nació en mayo de 1913 y, tecnología mediante, sigue actuando 22 años después de su fallecimiento en 1994. Esto, al menos, en un mundo ideal para los creadores de la reciente Rogue One, los ejecutivos de Disney y los técnicos de efectos especiales. En las butacas de los cines no termina de haber consenso sobre la “resurrección” digital de Tarkin/Cushing. Para algunos es un efecto “impresionante” y para otros se le ven los hilitos. Y eso sin contar con el planteo ético que supone para la industria. El modo más directo de formular el tema de debate sería “¿está bien hacer actuar a los muertos?”

Lo cierto es que la industria cinematográfica lo viene haciendo desde 1994 (curiosa coincidencia, el mismo año que falleció Cushing). En esa ocasión el muerto era Brandon Lee, protagonista de El cuervo (basada en la historieta homónima de James O’Barr). En aquella ocasión un error de utilería cargó balas de plomo en lugar de salvas y la filmación acabó con el actor muerto en el set. Las escenas restantes se hicieron con un doble, manteniendo su rostro en penumbras y reemplazando el semblante por computadora para mantener el parecido. Fue el comienzo del CGI (Computer Generated Image) en el cine con humanos (ver aparte). Claro que la técnica se utilizó desde sus comienzos para agregar detalles ambientales (o recrear escenarios por completo) y para monstruos de todo tipo. En cierto modo, el modus operandi sigue siendo el mismo: un actor pone el cuerpo y las expresiones faciales, se toman los parámetros y se aplican al modelo digital que se busca reconstruir. Así, por ejemplo, se hizo al dragón de Corazón de dragón, “interpretado” por Sean Connery, quien además aportó su voz para la serpiente alada.

Claro que la técnica no se limita al cine. Es muy utilizada en videojuegos. De hecho, los principales estudios incluso contratan actores conocidos para interpretar a los protagonistas que encarnarán los jugadores. El tema es que aunque los videojuegos superan año a año la calidad de sus gráficos, siguen exhibiéndose como una imagen de computadora. El cine exige cierto remedo de realismo.

Ahí aparece la primera polémica con la resurrección digital de Peter Cushing. En general hay cierto acuerdo en que la primera aparición, en la que se ve al personaje en un reflejo y se escucha su voz, es la mejor lograda. Cuando el personaje gira y aparece de cuerpo entero, interactuando con los otros actores... ahí la cosa genera desacuerdo. “Como no leí nada en Internet, no sabía que aparecía y lloré porque era inesperado, porque un tipo como yo se cree los trucos, le gusta salir del circo y creer que todo fue magia, porque no me interesan los hilitos, los espejos y todo eso que sabemos que está, pero luego me acostumbré y capaz te digo que tuvo una o dos escenas de más”, comenta el escritor y guionista Luciano Saracino, responsable de la serie Germán, últimas viñetas.

Para Eduardo Santillán Marcus, co–organizador del festival internacional de historietas de Rosario Crack Bang Boom y programador de un ciclo de cine de terror en el cine El Cairo de esa ciudad, lo de Rogue One “se veía muy bien, pero sigue pareciendo un buen CGI de un videojuego”. Para este profesor universitario, siempre falta algo. En Rogue One hay dos reconstrucciones. La de Cushing y un “cameo” de la princesa Leia, pero no interpretada por Carrie Fisher sino por la actriz noruega Ingvild Deila, que reprodujo el cuerpo de la Fisher de 19 años y “portó” la cara de su colega generada digitalmente. “Lo de Cushing me gustó, lo de Leia no tanto”, comenta Santillán Marcus.

Es difícil precisar por qué se sostiene la sensación “de videojuego” con el efecto de Cushing y, sin embargo, no interfiere con el fluir de la historia ni desconcentra al espectador. Una hipótesis posible es que como los escenarios donde aparece el personaje son tan asépticos (así es el Imperio), se mezclaba con más naturalidad con el fondo.

“Al principio, cuando apenas se lo ve a través del reflejo del espejo, en penumbras, me pareció muy bueno cómo habían sugerido al actor”, analiza Juan José Sánchez, especialista en efectos especiales, y particularmente en CGI, que utiliza mucho para publicidades locales. “El problema aparece cuando lo muestran a plena luz en cámara y actuando, ahí instantáneamente hace ruido, uno no lo siente real”, critica. Sánchez comparte la comparación con un videojuego y lo relaciona con el cambio del equipo técnico a cargo de los efectos especiales de la película. “No lo tienen tan cuidado”, considera.

Más allá de los méritos técnicos y las preferencias de cada quién, lo cierto es que la recreación del actor británico es una de las mejores y más extensas logradas hasta el momento. Y eso abre también no pocos debates éticos. ¿En qué medida el avance de los efectos no permitirá, en el futuro, “traer” perfectamente a cualquier actor de la historia? ¿No impedirá eso la aparición de nuevos talentos, de nuevas estrellas? En Rogue One, Lucasfilms justificó el CGI aduciendo que con la cercanía cronológica entre Rogue One y Episodio IV, era indispensable la aparición del personaje. ¿Alcanza como justificación?

Para Saracino la cuestión pasa por si sirve narrativamente. “En tanto y en cuanto le sirva al relato, vale, y en este caso servía, era muy útil y claro que era emocionante, valía traer a Peter Cushing de vuelta porque su obra lo volvió inmortal”, opina. 

Santillán Marcus se anticipa a futuros debates. “Si hacen una animación que actúa tan bien que lo nominan al Oscar, ¿a quién le dan el premio? ¿Al muerto o al actor que está debajo?”, plantea. “Rogue One no es la primera película donde aparece esto, pero sí donde aparece un personaje reconocido de un actor muerto, que actúa y tiene una interacción posta con los otros personajes; no es la cara sobre un doble como Brandon Lee, ni siquiera el Humprey Bogart de El último gran héroe, eso es lo que hace que esta peli tenga grandes posibilidades de ganar un premio a los efectos especiales”, evalúa.

Como bien señala Santillán Marcus, en la película se limitaron a los personajes y actores más conocidos. Otros, como la senadora rebelde o un piloto de X–Wing, se limitaron a buscar actores parecidos y más jóvenes. Y en todo caso, la próxima película “solitaria” de la saga, que narrará las aventuras de un joven Han Solo, no será con una reconstrucción del rostro juvenil de Harrison Ford, sino con un actor nuevo (Alden Ehrenreich). Y para los ansiosos que se preguntan qué pasará con la princesa Leia en futuras entregas de la saga: su participación en Episodio VIII, a estrenarse en 2017, ya estaba grabada antes de su muerte. Para el cierre de la saga en Episodio IX faltan algunos años y aún no hay nada confirmado, pero salvo que el guión de Ep. VIII previese estas circunstancias o se altere levemente para tenerlas en cuenta, bien pueden recurrir otra vez al CGI.

“Como espectador yo me había quedado con ganas de más Peter Cushing y en esta película lo vi, y en la Guerra de las galaxias, que es todo mentira, ese Peter Cushing de mentira es tan verdad como el resto”, reflexiona Saracino. ¿Será eso lo que explique el próximo CGI?

Peter Cushing en su versión CGI para Rogue One.