A los 14 años Katherine Mansfield deja Wellington, su pueblo natal en Nueva Zelanda para estudiar en el Queen College de Londres. Años más tarde se casa (embarazada de Trowell, su amigo cellista) con su profesor de canto, George Bowden, a quien abandonará al día siguiente de la boda. Su familia de origen, perteneciente a la alta sociedad de Wellington, decide llevarla a Alemania con la intención de que curse el embarazo en la clandestinidad, pero Mansfield sufre un aborto espontáneo y su madre la abandona no sin antes desheredarla. Ahí es donde Katherine decide cambiar su verdadero apellido Beauchamps, por el de su abuela, quien se ocupaba de ella siendo niña, rescatándola de sus institutrices. Años más tarde, ya de vuelta en Londres comienza a escribir y publicar. Se casa con el crítico John Middleton Murry con quien mantienen una pareja abierta (su otro gran amor fue Ida Baker quien la cuidará hasta sus últimos días) y es la propia Katherine la que propone vivir en casas separadas por no tolerar que la mujer tuviera que ocuparse de la casa restándole tiempo para escribir. En 1908 escribe en su Diario: “La desesperante e insípida doctrina de que el amor es lo único que existe en el mundo, enseñada, martillada a la fuerza en la cabeza de las mujeres, de generación en generación, es lo que nos obstaculiza tan cruelmente. Debemos liberarnos de ese monstruo y después, viene la oportunidad de ser felices y libres”. Y poco antes de morir de tuberculosis en 1923, a los 35 años: “Arriesga, arriésgalo todo”. 

Que la editorial Mil Botellas haga resurgir la escritura de Katherine Mansfield no es sólo para celebrar sino también para hacer un repaso de su obra y entender por qué –como señala su contratapa– esta escritora resultó fundamental para la transición entre el cuento clásico del siglo XIX y el relato moderno, tanto como Anton Chéjov y Franz Kakfa. El libro está compuesto por una selección de cuentos de los volúmenes: La fiesta en el jardín (1922); y los póstumos El nido de la paloma (1923) y Algo infantil y otros cuentos (1924). Aunque también se publicaron En una pensión alemana (1911) y Felicidad (1921), así como sus poemas, cartas y diarios.

Si bien desde el título esta compilación invita a entrar en la obra de Mansfield desde  tópicos como la infelicidad de la rutina matrimonial, el vacío de las mujeres atrapadas en lo efímero, o de aquellas que resisten al destino, enseguida se advierte que aquí se trata de harina de otro costal. Porque desde situaciones aparentemente banales como la bufandita de piel que lleva una señora paqueta en su cuello (“La señorita Brill”), Mansfield salta a la yugular del lector advirtiendo sobre el vacío de existir y lo insufrible del mundo. En “El canario”, la desolación va tejiéndose en torno a la voz de una mujer que añora su pajarito muerto: “Tal vez no importa demasiado qué es lo que una ama en el mundo. Pero algo hay que amar”. 

El estilo de Mansfield es único e inconfundible: como quien no quiere la cosa, lanza expresiones que parecen nimias, dichas como al pasar, pero que, leídas en relieve funcionan como una iluminación. En esa misma línea se ubica “La mosca”, su relato más sombrío y el que le deparó la mayor atención de la crítica, escrito durante una de las estadías en un hotel de París donde esperaba que una de las tantas terapias a las que se sometía, diera resultado. En él, un hombre recuerda a su hijo muerto, cuando una mosca cae dentro de su tintero. De ahí en más el cuento opera con un detalle que va creciendo en potencia en torno a cómo el hombre somete a la mosca a pruebas cada vez más difíciles para sobrevivir. El resultado es un retrato construido sólo en base a alusiones cargadas de sentido, del alma de un padre al que se le ha muerto su niño: una mezcla de pena, compasión y resentimiento. 

Si bien la muerte y la soledad atraviesan toda la obra de Mansfield, aparece con mayor contundencia a partir de la pérdida de su hermano (el único miembro de la familia con el cual mantenía relación) en 1915 al poco tiempo de irse a la guerra. También el eje de su escritura vuelve a aquella infancia sombría en Nueva Zelanda. Así, en “La casa de muñecas”, la niña rica no alcanza a comprender por qué le prohíben invitar a la hija de la lavandera a jugar. “Sabes muy bien por qué no”, dice su madre.

La soledad también es el telón de fondo de los relatos acerca de la imposibilidad de la vida en pareja. “Es la excepción encontrar personas casadas que no se envenenen una a la otra. La única razón por la que tantas parejas sobreviven es porque a uno de los dos le da miedo darle al otro la dosis letal. ¡Esa dosis requiere agallas!”, dice la protagonista de “Veneno” mientras mantiene un diálogo de lo más sarcástico con su marido. O, el impecable “Matrimonio  à la mode” donde Isabel busca salir del tedio cotidiano trayendo amigos artistas que terminan invadiendo la intimidad de la casa familiar. También en “El desconocido” donde el marido espera ansioso en el muelle a que regrese su mujer luego de un largo viaje y supone que algo pasó. Él le pregunta si está contenta. “Sí, mi cielo, estoy contenta”, dice ella. La ironía y el sarcasmo utilizadas con sutileza no hacen sino potenciar lo complejo y profundo de las historias de Mansfield. “Se le salió la chaveta”, le dice un muchacho a su amiga en referencia a una mujer que vive sola en el campo abandonada por su marido.

Mansfield escribió hasta el último aliento acorralada por la tuberculosis y obligada a desplazarse por Europa en busca del clima cálido que aflojara la tos y le permitiera escribir las horas diarias que se imponía. “Hay algo triste en la vida. Es difícil decir qué es. No me refiero al dolor que todos conocemos, como las enfermedades, la pobreza y la muerte. No, es otra cosa distinta. Está ahí, en lo más hondo, es parte de una, como la propia respiración. Por más que trabaje duro y quede exhausta no tengo más que detenerme para saber que está ahí, aguardando”, le hace decir a la protagonista de uno de sus cuentos aunque podría estar hablando ella misma.

“Por Dios, qué vida!”, dice finalmente otra.

Y también es lo que podría exclamar el lector al cerrar el libro.