“Me parece que claramente la batalla cultural está ganada”, dice la escritora Claudia Piñeiro a poco más de una semana en la que el Senado rechazó la legalización del aborto. Aunque el trámite parlamentario cerró, de momento, la posibilidad de legislar de cero sobre la interrupción voluntaria del embarazo, y a días de que la presentación del anteproyecto del Código Penal quedara suspendida por inconstancias en el articulado sobre aborto, Piñeiro se declara optimista. “No solamente volvemos a discutir el aborto en el Congreso dentro de dos años, sino que además ya se hace misoprostol en Santa Fe, se anunció la producción en Río Negro, seguramente se sumarán otras provincias, hay socorristas en toda la Argentina que si una chica o una persona gestante tiene problemas cursando la interrupción del embarazo la asisten. Hay cosas que antes no teníamos y ahora sí. A eso hay que sumarle el acompañamiento social y la no reprobación de la sociedad: ahora una sabe a quién mirar y a quién no. Eso es fundamental y ha cambiado para siempre”, enumera. A la historia, dice, no se la detiene; y mientras tanto la vida (social) sigue su curso, el de la historia, que ya, más que dejarse entrever, simplemente sucede.

–La ley en algún momento va a salir porque es adonde va el mundo, no hay cómo detener eso. Siempre soy optimista con esto. Veo a los pibes en la calle, escucho a los pibes con los que converso en colegios, los que me paran por la calle: ellos entienden esto mucho mejor que los senadores que votaron en contra el la sesión del 8 de agosto. Soy optimista respecto de cómo van a defender sus derechos, cómo ven el mundo, cómo ven la cuestión de género. Es un avance cultural gigantesco. Y soy optimista porque hay muchos pasos hacia una mejor salud pública, que es lo que estamos pidiendo. Nadie está pidiendo que nadie que no quiera abortar aborte, nadie quiere fomentar el aborto. Queremos que si hay alguien que tiene que pasar por esa situación, que sea en buenas condiciones. Parece increíble tener que repetir esto, tener que insistir en que simplemente no queremos que las mujeres mueran, no queden dañadas. Pero parece que hay que repetir, que no quieren oír.

–¿Es eso? ¿No quieren oír?

–Escapa ya a mi posibilidad de análisis que una persona educada, formada, con información siga insistiendo, por ejemplo, en que no se introduzca en el nuevo Código Penal la despenalización. Cuando empezó a haber rumores de que a lo mejor se despenalizaba a la mujer que abortaba, pensé ‘nadie va a tener problema con eso’, porque hasta los más recalcitrantes opositores a la legalización decían que no querían a las mujeres presas. Pero ante esos rumores hubo comunicadores sociales y gente de la política diciendo que iban a marchar a Olivos para que no se hiciera la despenalización. Me sorprendió ver que pelean para que las mujeres sigan penalizadas. Quedó claro con el debate legislativo que algunos quieren que siga así la situación. Es descabellado. De una falta de conocimiento, de educación, de ética, inclusive. El tema que me parece que pasó, a partir de haber escuchado a muchos senadores, es que ahora sabemos quiénes son, cómo opinan. No sólo respecto del aborto, sino en muchas cuestiones. Y eso te separa éticamente. 

–¿Qué cosas generan esa distancia ética?

–Por ejemplo, cuando la persona cree que tiene derechos sobre otro, que tiene una superioridad sobre el otro y por eso puede disponer de su cuerpo y de su vida. Podemos pensar distinto, pero cuando una persona demuestra que se cree superior a otras personas y puede ejercer esclavitud de género, porque obligar a seguir adelante con un embarazo es esclavitud de género, hay un abismo. Así como hoy no podemos concebir que alguna vez se admitiera la esclavitud, en un futuro nos vamos a preguntar cómo puede ser que obligaran a las mujeres a seguir adelante con embarazos no deseados. Me preocupan muchísimo esas personas que se creen con derecho a obligar al otro a hacer algo en contra de su voluntad. Yo respeto la opinión del otro, lo que no respeto es que pretenda imponerme su ideología.

–No se cuestionan que se trata de eso.

–Me resulta incomprensible. Como no lo puedo comprender, pienso que tiene que ver con la religión, que es cuestión de fe. La fe es fe: se cree o no. Pero cuando la fe se mete con la salud pública, la vida, la planificación de la vida de las personas, deja de ser fe. Es lo mismo que reprochamos a religiones que habilitan ablaciones de clítoris. ¿Qué diferencia hay entre la ablación y obligar a sostener una gestación 9 meses porque deciden que es un bebé y no un embrión?

–Pero quienes votaron en contra dicen que no es por fe.

–Dicen eso porque se les cae todo, pero uno no es estúpido y se da cuenta de que el único argumento que usan es la fe. En el Senado, donde hay legisladores muy católicos, algunos del Opus Dei, en estos días muchos de los que rechazaron el proyecto se sacaron una foto con el nuncio apostólico y después quieren hacer creer que su oposición al aborto legal no es una cuestión de fe, no tienen que ver con la iglesia. Fue muy triste que el día en que moría una mujer a consecuencia de un aborto clandestino ellos se sacaron esa foto sonriente. No sé cómo les dio la cara.

–Este tema provocó un debate social fuerte, en el que referentes de la cultura también se involucraron y debatieron en la escena pública. 

–Creo que porque el tema te rebela en este sentido. No es una cuestión económica o de política partidaria. Creo que cualquier persona en un debate así se siente comprometido cuando alguien te dice “no, tu cuerpo es mío”.

–Pero antes este tipo de figura se involucraba menos. No había pasado que tantas personas con exposición tomaran posición sobre la legalización del aborto, por ejemplo.

–Tampoco hubo este debate. Con otros casos me parece que no duró tanto tampoco. Cuando fue lo del 2x1 salimos a la calle pero se desarmó rápidamente, por ejemplo. Esta es una lucha que no termina en el aborto. En las manifestaciones, por ejemplo, las chicas cuando les preguntaban por qué estaban ahí, prácticamente no hablaban de aborto: decían ‘vine por mis derechos’, o ‘por más derechos para las mujeres’, o ‘no queremos que cercenen nuestros derechos’. El acceso al aborto legal es uno de los tantos derechos que nos están negando, pero la lucha de las chicas no termina ahí. Esto no termina acá, es un movimiento mundial, transgeneracional, transversal en lo político, en cuando a ideologías. Es algo contra lo que no se puede ir porque es el ciclo de la historia. Esto ha sido un puente que no pudimos cruzar por determinada ingeniería parlamentaria, pero es una ingeniería parlamentaria, nada más. La historia sigue adelante, no tiene vuelta atrás. Pero no se entiende cuándo más quieren demorar la legalización, ¿cuántas mujeres tienen que morir para que se reconozca el derecho? Los que se oponen siempre van a decir que salvan bebés, pero desde que rechazaron la ley murieron mujeres por abortos y ¿qué bebé salvaron ellos desde el 9 de agosto? 

–Usted y otras personas que participaron activamente del debate fueron agredidas de distintas maneras por avalar la legalización. Lo mismo pasó con otras personas anónimas en distintos lugares del país.

–Creo que esa agresión tiene que ceder. No todas las personas que están en contra son violentas. Esa violencia fue muy fogoneada por la Iglesia al mandar a evangelizar y misionar en contra. Cuando a tus fieles les decís que esto es un genocidio de guante blanco, que somos asesinas de pañuelo verde, que es peor que la dictadura, como dijo un obispo de Córdoba, esa gente sale de la iglesia con el objetivo de misionar, de evangelizar y con el dolor que les produce que digan que estamos matando bebés. Esa gente sale a la calle muy dispuesta a todo. La Iglesia debería reflexionar sobre la violencia que generó con sus discursos.