Cuando Matt Groening estrenó Futurama, su segunda serie animada, allá por el año 1999, la vara de las expectativas era demasiado alta. Los Simpson no solo había sido un mega exitazo que lo había sacado de su precaria condición de historietista únder, sino que tocó tan profundamente la fibra norteamericana hasta insertarse en la cultura pop. Futurama, obviamente, no fue un éxito inmediato, sino que mejoró con los años en temporadas no consecutivas. Se trataba de un space oddity sobre un grupo de freaks comandados por el humano Frey, que giraban en una nave por el espacio buscando planetas, razas extinguidas y amores robóticos. Un homenaje explícito a las series de ciencia ficción berretas que Groening había visto en su Portland natal y que había replicado en sus cuadernos de dibujos. Ahora, diecinueve años después de aquel regreso, el autor de la familia amarilla vuelve a abrir sus viejos cuadernos para revivir figuras mitológicas de un medioevo lisérgico. 

“Vengo pensando en esta serie desde hace mucho tiempo”, confesó a la revista Esquire. “En la secundaria solía dibujar un cómic para mis amigos que se llamaba Cuentos del bosque encantado. Allí había animales parlantes divirtiéndose. Siempre amé a los animales que hablan.” Groening viene experimentando con la alocución animal desde su primera historieta, Life in Hell. Allí, unos conejos comentaban lo mal que la estaban pasando en su vida cotidiana: sin trabajo, pobres y desesperados. Varios años y décadas después, el foco cambia. En un mundo poblado de ogros, enanos en guerra, humildes que quieren ser humildes, y reyes despóticos, Groening hace hablar a todo el mundo; hasta a los demonios. “Podría haber puesto a estas criaturas en cualquier mundo, cualquier género. Pero, para mi, la fantasía épica es el más rico de todos. No solo resuena actualmente en la cultura popular, sino que muchas de estas historias están latentes en todos nosotros. Nunca olvidaré cuando leí Psicoanálisis de los cuentos de hadas cuando era un chico. Bruno Bettelheim señala que las madrastras son una representación de la mala madre. A partir de ahí, empecé a respetar a los cuentos de hadas”.

El cuento que cuenta (Des)encanto comienza con un típico casamiento en un castillo típicamente medieval, estilo Game Of Thrones. La princesa Bean –alta, rubia, dientuda y varonera– está por celebrar su unión marital con un príncipe que parece un guitarrista de glam metal. Su padre, un rey déspota amante del ejercicio de cortar cabezas, quiere conciliar el matrimonio para obtener algo más de tierras, renta y poder. Después de unos pocos chistes (en donde la princesa acude a su boda ebria y su príncipe termina con la cabeza atravesada por una espada), Bean termina huyendo con Luci, un demonio que es confundido por un gato que habla, y Elfo, un pequeño gnomo que está cansado de ser feliz y necesita experimentar eso que se conoce como infelicidad. “Siempre es divertido combinar personajes que son incompletos y se completan de un modo ambiguo. Pensé a Luci, por ejemplo, de un modo simbólico. Me parecía divertido explorar la idea de que alguien celebre todos esos malos pensamientos que tenemos en la cabeza y modificara las acciones de Bean”.

En el primer capítulo de (Des)encanto, Groening y su equipo (el mismo estudio que hizo Futurama) presentan el mundo; un mundo para una audiencia que no parece del todo definida: ¿es para chicos híper estimulados o para adultos nostálgicos? La narración tiene poco ritmo y algunos gags resultan un poco viejos (“¿cuántos más chistes se pueden hacer con dragones y elfos?”, se pregunta su autor). No es hasta el capítulo tercero en donde la serie comienza a tomar vuelo e identidad propia, para alejarse de las convenciones y profundizar sus líneas dramáticas y sus guiños (desde El Exorcista hasta Odisea de Homero, la batería de referencias nerd de Groening parece no agotarse nunca). Es que la vara que tiene el creador de Los Simpson hoy día ya no está puesta por él mismo, sino por aquellas series animadas que se criaron bajo la sombra de su obra mayor. Porque, ¿cómo hacer algo que supere en calidad narrativa y lisérgica a Hora de aventuras, por ejemplo? ¿O cómo ampliar zonas de cinismo, incorrección política y acidez que no hayan sido tocadas por Padre de familia? ¿Cómo superar la imaginación y el ritmo de Gravity Falls? ¿Cómo acaparar audiencias treintañeras melancólicas, cautivadas por el caballo que habla y toma merca en Bojack Horseman? 

“Paradójicamente, cuanto más viejo me pongo menos me interesa la fantasía y más me interesa la realidad. Y por realidad me refiero a emociones verdaderas. Me interesa trabajar en la técnica para lograr un mundo increíble, pero lo que más me hace avanzar son las cosas que salen del corazón”. Y en ese punto es donde Groening sigue siendo el maestro de siempre. En generar una empatía con sus personajes que supera los mundos imaginarios para meterse de lleno en las audiencias actuales. Su personaje principal, por ejemplo, es una chica que no se quiere casar, que no le importa pelearse con taberneros, ni robarle drogas a su madrastra o caminar desnuda por el palacio imperial, toda una heroína feminista. 

A diferencia de los conejos parlantes de Life of Hell, que sufrían las desventuras económicas de una vida acorralada por un futuro oscuro, o de Los Simpson, que reflejaba las penurias de una familia de clase media norteamericana cuyos chistes actuaban en función de la condición de clase de sus integrantes, en (Des)encanto la princesa Bean tiene todo lo que necesita: riqueza, privilegios y tierra. Como a su creador, no le falta nada material. Pero un destino asegurado engendra en su interior otro tipo de angustia. Y la búsqueda circular que emprende es la que en definitiva emprende todo héroe o heroína cuando responde al llamado que lo reclama; agenciar la propia libertad.