En un momento álgido para la educación superior, en el que las casas de altos estudios son noticia constante por el vaciamiento que el gobierno está ejecutando sobre ellas, una obra de teatro pone en primer plano a una docente universitaria, personaje no tan explorado en el teatro porteño. Se trata de Pundonor, unipersonal escrito y protagonizado por Andrea Garrote, también directora de la pieza junto a Rafael Spregelburd, que se ve en el Cultural San Martín y pronto se muda al Espacio Callejón. En su interpretación de una socióloga que vuelve de una licencia larga para dar una clase sobre la obra de Michel Foucault, la actriz “dialoga” todo el tiempo con los alumnos, en un doble juego que le da un lugar especial al espectador. “Soy consciente de esa doble articulación. Alumnado y público para mí son lo mismo”, desliza la dramaturga a PáginaI12, que la reunió con su codirector para darle forma a algunas ideas sobre la pieza.

Aunque con matices, Spregelburd coincide con su compañera de tantos años en lo simbólico de ese juego entre el dispositivo teatral y la universidad: “Se está hablando del teatro como una red disciplinaria, creadora de novedad y de moda y del espectador como alguien que cuanto más sabe, más inactivo queda frente a esa red de poder que se construye alrededor”, dice el también reconocido dramaturgo y actor, en un guiño no inocente con algunos de los conceptos clave del teórico francés.

Al respecto de su presencia en la obra, Garrote cuenta que “el tema surgió de la idea de pensar en cómo el poder utiliza lo que nosotros hacemos, tenga incidencia en la realidad o no”. “Yo había leído a Foucault pero terminé de entrarle a su teoría a partir de un prólogo de Marshall Berman, que lo critica diciendo que le dio a los intelectuales la coartada perfecta para la inacción, porque total todo lo que hagas va a estar fagocitado por ese proceso de normalización del sistema”, cuenta la autora, que sin embargo destaca del filósofo francés la “lucidez”, porque “tampoco está bueno ir con los tapones de punta hacia la ingenuidad”. En la búsqueda de esa idea es que la actriz construye a Claudia, la docente de la obra que, como parte del desarrollo argumental, se pone de ejemplo para la teoría que divulga y mete su vida privada en esa clase que quedará para el recuerdo de toda la facultad. 

“El público se ríe mucho y se emociona con Claudia porque empatiza con eso que le pasa en relación al poder, a su juicio crítico sobre él, y a su propia historia”, asegura Garrote. Y Spregelburd agrega risueño: “Que la gente se ría en una obra así no era algo de esperar teniendo en cuenta que es una obra sobre Foucault. Pero sucede, y el público sale sintiendo que algo ha entendido, cosa que también es bastante difícil de lograr”.

–En la obra hay un juego profundo y reflexivo sobre el lenguaje. ¿Por qué en sus trabajos nunca pueden escaparle a ese tema?

Rafael Spregelburd: –La pregunta es cómo hacen los otros dramaturgos, los que no piensan que el lenguaje está por encima de cualquier construcción previa. A mí directamente me sale, no podría no hacerlo.

Andrea Garrote: –Hace tantos años que lo conozco a Rafa y este es un tema tan de él, que no sé si es parte mía o se me pegó de él. Acá fui muy consciente de eso y creo que la obra se pregunta todo el tiempo por el lenguaje y cómo operan sobre él las redes de poder.

–Hace más de veinticinco años que trabajan juntos y por lo que parece lo hacen de forma muy estrecha, en forma y fondo. ¿Por qué creen que trabajan juntos?

R.S: –Buena pregunta, no sé (risas). Particularmente, este es un texto escrito por Andrea para sí misma, con todas las garantías de una ejecución prístina, excelsa. Lo primero que yo le dije fue que mi presencia en este trabajo era innecesaria, porque en realidad no hay objeto de debate ni de conflicto, pienso más o menos lo mismo que está escrito. Pero Andrea me convenció y un poco también tuvo que ver con mi propia experiencia en hacer unipersonales, porque es verdad que es difícil hacer un monólogo y que no haya nadie viéndote de afuera. Al final del camino, me parece entonces que yo acá ejerzo esa garantía de contención, mi intención es ayudar a que todo fluya más o menos como está escrito.

A.G.: –¡Para mí fue re necesario Rafael! (Risas). Nosotros trabajamos un mismo código de humor, con lo cual a él se le ocurrían cosas que después quedaron en la puesta. Además está eso que él dice, la seguridad y la garantía. Y particularmente su opinión fue fundamental en todo el tramo final de la puesta, en las luces, en las decisiones sobre la imagen. Está bueno que alguien en que confiás tome esas decisiones porque a lo mejor parecen muy simples, pero alguien las tiene que tomar.

–El año pasado se armó una polémica en algunos ámbitos teatrales por una nota del diario La Nación que titulaba “Andrea Garrote, una intérprete inquieta cercana a Rafael Spregelburd”, quitándole entidad a su propio trabajo. ¿Cómo vivieron aquel episodio?

A.G.: –Siempre pasó un poco eso. Yo fui medio pivote entre una generación y otra y enseguida como actriz me premiaron y me llamaron para actuar en el Teatro San Martín pero como dramaturga me costó mucho más como a otras compañeras, porque una mujer escribía una obra y nadie la iba a ver. Con Rafael trabajamos hace más de 25 años juntos y hemos ido a festivales juntos y aparecían los periodistas y le preguntaban cosas a él. Si lo hubieran conocido bueno, obvio, yo hubiera estado de acuerdo de que hablaran con él porque habla mejor (risas), pero ni siquiera lo conocían y lo encaraban a él igual. Por suerte ahora eso se empezó a cuestionar.

* Hasta el 31 de agosto, Pundonor se puede ver en el Cultural San Martín, Sarmiento 1551, los viernes a las 21 y los domingos a las 19. A partir del 8 de septiembre el espectáculo se mudará al Espacio Callejón, Humahuaca 3759.