En un intento desesperado por detener la corrida cambiaria, Mauricio Macri anunció un acuerdo con el FMI para adelantar desembolsos crediticios sin entregar cifras ni precisiones. Eligió la misma escenografía que utilizó Fernando de la Rúa cuando comunicó el blindaje del organismo en 2001, con jardines de fondo al estilo de los mensajes presidenciales en Estados Unidos en la Casa Blanca. La reacción de los mercados, en contra de lo esperado por el Gobierno, fue desastrosa. Los inversores lo interpretaron como una señal de debilidad que obliga a las autoridades a reforzar el auxilio del Fondo Monetario apenas dos meses después de la firma del acuerdo. El ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, dijo hace apenas diez días que no era necesario apurar los desembolsos. La palabra oficial ya no es creíble para los sectores financieros más favorecidos por las políticas oficiales. Macri gastó el recurso de lo peor ya pasó y la crisis lo sigue dejando en ridículo.

El estruendoso fracaso de Cambiemos en recuperar la confianza de los inversores, mientras la economía se desploma en toda la línea, no resultó suficiente para que las autoridades cambiaran de plan. Su única acción consiste en asumir más deuda para garantizar la disponibilidad de divisas para pagar más deuda, como el perro que gira enloquecido para morderse la cola. La inconsistencia de esa dinámica ya es advertida hasta por los aliados mediáticos y economistas del establishment que hasta ahora acompañaban los desvaríos del oficialismo. Ex funcionarios como Carlos Melconian y Alfonso Prat-Gay forman parte de los arrepentidos de Cambiemos.

La desregulación cambiaria, que permite a las grandes fortunas comprar todos los dólares que deseen –ya no existe ni siquiera un límite de 2 millones mensuales como al principio del kirchnerismo–, la desregulación financiera para beneficio exclusivo de los capitales especulativos, la avalancha de importaciones que dilapida divisas y hunde a la industria nacional y la propia carga de intereses de una deuda que solo crece explican el descalabro actual. Son todas medidas de este gobierno, que modificaron en 180 grados las políticas de la gestión de Cristina Fernández de Kirchner. No hay pesada herencia ni tormenta. Macri no parece advertirlo e insiste en acelerar los pasos por el mismo camino que condujeron al país al borde del precipicio. El Presidente ratificó que profundizará el ajuste fiscal y pedirá más plata al FMI. El recorte de gastos generará más recesión, con lo cual las posibilidades de pagar los créditos se tornan más endebles. Como le ocurrió a De la Rúa en 2001.