La parte del diagnóstico ya está. De sobra.

Absolutamente todos los datos demostrativos de en qué volvió a caer Argentina son redundantes. Es la película poco menos que igual a las economías de dictadura y menemato. 

Por ahora, hay dos componentes no repetitivos. Uno es la solidez del sistema bancario. No es 1980, cuando la caída del Banco de Intercambio Regional (el BIR, la entidad privada más importante de la época) anunció el principio del fin. Y no es comienzos de siglo, cuando sólo había los dólares ficticios del uno a uno. 

Lo segundo es el colchón de asistencia social dejado por la gestión anterior. El macrismo todavía lo sostiene en el conurbano bonaerense. De lo contrario no podría manejar una ebullición que, de todas formas, adelanta el fantasma de diciembre a cualquier momento si es que articula con la bronca de una clase media absorta, incluida buena parte de los votantes de Cambiemos. 

Una incógnita que nadie sabe responder es cuál será o sería la frontera que esos sectores medios ya no aguantarán, como lo anticiparon en la impresionante movilización espontánea de fines del año pasado contra la reforma previsional aprobada por un Congreso pusilánime. 

Todo puede ser un fósforo. La represión banca contra empleados públicos despedidos, conflictos fabriles, lugares específicos, pero no tiene chances de extenderse masivamente porque militarizar el país es una fantasía impracticable.

Al Gobierno le queda durar, tampoco nadie sabe hasta cuándo o en cuáles condiciones, mediante una serie de artilugios que entrarán en combate contra el estadío económico de las mayorías.

Ante la angustia de la crisis con más pinta general de estanflación o de la híper del ‘89 que del estallido financiero de 2001, juegan a Marcos Peña como la cabeza a entregar (Clarín lo exigió abiertamente); a los problemas de no saber comunicar; a Heidi, Larreta y Frigerio como los sensibles necesarios que advierten lo que se viene y lo que debe prevenirse; a Melconian como superministro; a los gobernadores del “racionalismo”; a que reducirán en forma brusca el número de ministerios que Macri expandió; a la meta apasionante de un déficit fiscal cero que en el ingreso de asalariados y trabajadores informales significa más ajuste, más despidos, más retiro del Estado en su función de amortiguar los desequilibrios de clase, más ejército de disciplinados laborales.

Con la economía ya no pueden hacer más que volver a algunos esquemas “populistas” para garantizar el pago de la deuda. Solamente podrían confiar en que la cabeza de “la gente” sea tan ancha como para seguir comprando estupideces, dentro de lo que se denomina construcción de subjetividad. El futuro llegará, lo peor ya pasó, la cosecha salvará, no se puede retroceder, la yegua.

Hace una semana, en este espacio, citábamos el surgimiento de un tipo de arrepentidos que no son precisamente los derivados de las apretadas judiciales. Son quienes de pronto descubrieron la cuadratura del círculo para advertir que la reducción del déficit fiscal no es un programa económico, ni mucho menos un modelo.

Entre esas luminarias repentinas se cuentan varios de los propios economistas del establishment y sus periodistas militantes que, de la mañana a la noche, señalan al drama argentino como consecuencia central de la falta de dólares que el país no produce. Es decir, la restricción externa de la que sólo se acordaron cuando gobernaba el kirchnerismo para cuestionarle el “cepo” y las retenciones capaces de conducirnos a Argenzuela.

Indigna que esa lacra de cómplices de esta catástrofe haya tenido tal revelación divina como si tal cosa. Fueron los promotores de resolver la cuestión por vía de un endeudamiento atroz en moneda que Argentina no emite. Pero a la par debe hacerse el esfuerzo –nada exigente– de entender su porqué.

El FMI, como conductor exclusivo del mando económico mientras Macri disimula muy mal que todavía gobierna, urge que el achicamiento en pesos del aparato estatal –cuyo volumen ya fue licuado por la megadevaluación– tenga correlato en conseguir dólares para reasegurarle el pago de su “apoyo”.

Eso se llama reimponer retenciones al complejo agroexportador y habrá que ver si la gauchocracia lo tolera, aunque no se supone que salga a las rutas con sus piquetes en defensa de la Patria como hicieron contra los Kirchner. Fuera de eso, o antes, se trata de que si no lo hacen, junto con otras medidas de golpe directo o simbólico a las fantasías clasemedieras, Wall Street dará la espalda.

Están diciéndole a Macri y a sus agentes de negociados que asuma conducción política, aun a costa del derrumbe de sus posibilidades electorales. Es en este punto donde, también y cómo, debe entenderse que hay una sobrevaloración del papel argentino en el mundo de intereses del capital financiero. Macri es un pelele de ese escenario, un fusible, un entregable. 

Si algo debe quedar claro, es la característica de una derecha imposibilitada de otorgarse gobernabilidad por medios exclusivamente propios. Necesita recurrir al peronismo blanco (a la “vieja política”, en el decir de un Marcos Peña que insiste en rechazarla como corresponde a su gorilismo visceral).

No tienen otra manera de aprobar el Presupuesto, si es por la coyuntura que le dé ciertas garantías al Fondo Monetario y en la confianza de que los gobernadores están dispuestos a suicidarse. Esa es la perspectiva de salida política, porque parecería obvio que Macri ya fue, que no sirvió a futuro estable, que no existe para dirigir el experimento de gobernar a sola cuenta de unos globos que encandilan para ganar un par de elecciones. 

Es lo que posteó el escritor y ensayista Jorge Alemán en estos días. “El macrismo nunca fue otra cosa que un grupo de tareas (...) Nunca gobernaron ni generaron ningún consenso, más que el de las pasiones tristes y resentidas hacia el gobierno anterior y hacia Ella. Ahora su agonía durará un tiempo (...) porque al dispositivo de poder mediático-político le hace falta asegurar que Cristina no vuelva. Habrá que ver cómo son (esos tiempos) y qué maniobras pueden hacer, pero el macrismo agotó sus posibilidades (...) El propio Poder neoliberal siempre supo que el macrismo sólo cumpliría una función destructiva, y que no tenía condiciones ni sabría gobernar. Terminó Macri, seguirán sus torpezas inútiles, pero el Poder que lo sostuvo aún prosigue intacto preparando la nueva escena. Ahora viene el auténtico torbellino y hay que estar muy organizados”.

La protesta social se incrementa. Las marchas en todo el país contra el drama de las universidades públicas marcaron otro hito, cuyo epicentro porteño ni siquiera pudieron ignorar las tapas de Clarín y La Nación. Pero sucede que son reclamos sectorizados y que sigue sin haber el más mínimo ordenador que los unifique. La CGT, sin ir más lejos, llama a un paro general para dentro de un mes. Y también queda atrasado el campo de las especulaciones políticas hacia dentro del peronismo, donde las discusiones en torno de cuál mecánica conviene para dirimir la interna asoman hoy como un poroto frente a la gravedad de la crisis.

Salvo para el puñado de grandes grupos económicos y especuladores que en tiempo récord se alzaron con miles de millones de dólares gracias a la camarilla que gobierna, el desconcierto es total. 

Ya estamos en el lugar hacia donde cualquiera con medio dedo de frente sabía que íbamos. Pero no es momento de consolarse con las predicciones acertadas, sino de saber si servirán de aprendizaje.

Los argentinos somos especialistas simultáneos en chocar varias veces contra la misma piedra y en producir las reacciones que la destruyen.