A casi un año del hallazgo de su cuerpo, la figura de Santiago Maldonado sigue trasuntando la idea de una búsqueda difícil y dolorosa. Para la familia, los allegados, la gente que se interesó y el sector de la sociedad que sigue haciéndose preguntas con preocupación, pasar del “¿Dónde está?” al “¿Qué pasó?” implica empujar una incógnita menos viral pero tanto o más angustiante: ¿hasta dónde pueden llegar las fuerzas represivas del Estado en democracia? Una muerte impune espera respuestas.

Hasta el momento, la causa no aportó demasiado desde que unos buzos de Prefectura encontraron el 17 de agosto del año pasado a Santiago flotando en un sector del Río Chubut revisado seis veces antes. Las pericias judiciales, hechas con espectacularidad y hasta cierto espíritu circense, solo dijeron que murió ahogado, y no más. En ese entonces el Caso Maldonado se discutía en calles, mesas y foros. Y hubo una masa muy hiriente, insensible o lobotomizada: en Facebook resonó un evento titulado con mofa “Clases de natación con Santiago Maldonado”, como si se tratara de un mochilero de camping en invierno que se ahogó haciendo la plancha en un río de metro y medio de profundidad. La posverdad la inventaron los memes. O no. Pero en Argentina, donde las fuerzas de seguridad se reconstruyeron posdictadura alrededor de un poder propio que las blinda, nunca está de más preguntarse qué pasó en una circunstancia donde algunas de ellas estuvieron involucradas.

Dos recientes producciones audiovisuales pretenden avanzar en ese sentido, manteniendo vigente el Caso Maldonado y viviseccionándolo como lo que realmente es: un modelo para armar. En el complejo mecano conviven la Conquista del Desierto, el pasamanos privado de grandes latifundios, la presencia de magnates universales, los reclamos mapuches, el encarcelamiento de algunos de ellos, el accionar de las fuerzas represivas y los lazos políticos que las sostienen. La figura de Santiago como articulador aparece hasta en un sentido literal: cayó a la comunidad mapuche de Cushamen, al noroeste de Chubut, un día antes de la refriega que acabó con su vida. Quería plegarse a ese espacio de resistencia desde la curiosidad que le generaba una zona por siempre conflictiva, con centenaria tradición de fuerzas desiguales sometiéndose entre sí en el desierto. Hasta ahí está más o menos claro. Pero seguimos sin saber qué pasó después.

El colectivo audiovisual de La Izquierda Diario lanzó y publicó en su web Santiago Maldonado: un crimen de Estado (no confundir con el libro del mismo nombre, del periodista Sebastián Premici), un documental de 70 minutos que se apoya más en el vector testimonial, con fuentes que van desde Sergio Maldonado y la abogada de la familia hasta militantes políticos y referentes de derechos humanos, pasando por el prócer del periodismo policial Ricardo Ragendorfer. La intención es hacer evidente por un lado el plan articulado entre el poder político y las fuerzas de seguridad para actuar represivamente en situaciones de conflicto social, y por el otro el encubrimiento que el poder judicial hace sobre estas situaciones, siendo la que acabó con la vida de Maldonado una de sus más ejemplares. En definitiva, la malla que el Estado trama para poder reprimir a su interés y sin consecuencias legales.

El camino de Santiago Maldonado, de Tristán Bauer, agrega un trabajo más específico en el territorio donde ocurrieron los hechos. La cotidianeidad de una comunidad mapuche que vive en un baldío entre tolderías de bolsas de consorcio es narrada con imágenes y testimonios. Y luego el guión avanza de manera cronológica hasta la actualidad, apelando también al estremecimiento que provoca el simple trabajo de archivo: un canal diciendo en prime time que Santiago haciendo dedo en Entre Ríos, una diputada sospechando que un 20 por ciento de él estaba en Chile (?), un ministro hablando de una “nueva Conquista del Desierto” y, mientras tanto, en Cushamen, decenas de gendarmes avanzando a la orden de fuego o bien replegándose mientras uno dice a las carcajadas, escopeta en mano: “¡Estuvo buenísimo, loco!”.

Las evidencias documentales de ambas películas refuerzan la sospecha de que a Santiago lo hizo morir Gendarmería. Una opinión compartida por muchos, menos por el juez Gustavo Lleral, quien lleva adelanta una causa lenta y anodina. Uno de los tramos más profundos de El camino… es cuando Sergio Maldonado habla desde el dolor en un acto en la ex ESMA y luego recibe el abrazo de Taty Almeida. La película se proyectó justamente en ese lugar el lunes pasado, donde también hay una interesante muestra artística de H.I.J.O.S. sobre el hecho, y sobre el final Taty apareció entre el público para decir unas palabras.

Jamás imaginamos que en gobierno constitucional íbamos a volver a gritar ‘¡Aparición con vida!’, como hace cuarentitantos años. Nos retrotrae a otros tiempos y a heridas que no cierran”, le dijo la referente de Madres-Línea Fundadora al NO. “Santiago era un chico con un gran compromiso. Muy compañero, compartía, se ocupaba del otro. Tenía un espíritu solidario. Y eso, aunque parezca mentira decirlo en 2018, todavía alguna gente no lo perdona. Cuando alguien nos dice que nuestros hijos desaparecieron porque ‘algo habrán hecho’, nosotros con mucho orgullo les decimos que sí, que claro. Eran militantes políticos. Y lo digo más allá del partidismo. Porque Santiago no estaba en ningún partido, pero a su modo era un militante.”

A sus 88 años, Taty sigue moviéndose de aquí para allá, yendo a donde la requieren y poniéndole el cuerpo y el alma a reclamos de justicia por hechos de represión institucional en democracia. “Me conocen en todos lados, aunque por un motivo muy triste, ¿no? Hubiese preferido ser anónima, que no tuviésemos que existir las Madres de Plaza de Mayo”, asegura con pena. “Quedamos muy pocas, pero cada una, desde su lugar, no baja los brazos. Queremos estar en cada lugar donde se cometen injusticias gritando con nuestra voz, tomando la calle. ¡Y lo decimos nosotras, que tenemos mucha juventud acumulada! Pero a pesar de los bastones y las sillas de ruedas, las locas seguimos de pie. Aunque ya no estamos solas: hay una juventud hermosa que tiene memoria, empuja y nos da fuerzas. Y estoy muy contenta de tener vida para poder disfrutar de esta realidad histórica. Nosotros estuvimos treinta años para tener algo de justicia. Por eso le insisto a Sergio y a toda la familia que hay que tener paciencia y no perder las esperanzas. Hay que seguir empujando la causa y manteniéndola viva, que es la verdadera forma de lograr justicia.”