Coproducida con capitales canadienses, El último hombre  una película argentina infrecuente. Protagonizada por Hayden Christensen, conocido por interpretar a Anakin Skywalker en Star Wars, y con Harvey Keitel a cargo del principal papel de reparto, cuenta una de esas historias distópicas propias del imaginario de Hollywood. El escenario es una ciudad populosa e imprecisa (aunque las miradas expertas reconocerán el perfil futurista y decadente del barrio de Villa Lugano), en un planeta arrasado por una crisis global bélica, social y económica. Ahí vive, recluido en una casa/bunker, Kurt Matheson, un exsoldado perseguido por los traumas de guerra. Kurt está obsesionado con el fin del mundo, que según un predicador llamado Noé será provocado por una violenta tormenta eléctrica.

Vila, cuya experiencia previa pertenece al terreno documental (dirigió, entre otros, Boca Juniors 3D, la película, 2015), aprovecha el aire entre antiguo y empobrecido de Buenos Aires para ponerlo al servicio de esta historia futurista. Y así consigue unos cuantos buenos momentos desde lo fotográfico. Pero los problemas de El último hombre no vienen por los rubros técnicos, en los que el cine argentino consiguió en las últimos dos décadas un desarrollo que le permite ser competitivo a nivel mundial. Las constantes trabas que sufre la película pertenecen al terreno narrativo. En primer lugar, por la presencia de una voz en off tan invasiva como redundante, que por momentos aporta muy poco y por momentos demasiado, sin encontrar nunca su balance. 

Pero además, en busca de generar un ambiente de peligrosa intriga, el argumento amontona elementos de forma un poco arbitrara. Un grupo de nazis; una empresa en la que Kurt consigue trabajo, se enamora de la hija del jefe y comienza a ser perseguido por un tipo que maneja una mafia de negocios nunca claros; un manicomio sórdido en el que un negro violador tiene a todos sometidos; y, claro, el profeta que reúne un grupo de personas para salvarlas del fin del mundo. Por escrito, la acumulación parece excesiva; en la película también. Vila incluye una serie de guiños intertextuales que buscan jugar con la cultura popular, pero que no terminan de realizar un aporte significativo. Entre ellos se pueden mencionar los nombres de los personajes. El del predicador es bastante obvio. El del protagonista remite a los escritores Kurt Vonnegut y Richard Matheson: el primero es autor de Matadero Cinco y el segundo de Soy leyenda, distopías que narran las historias de otros últimos hombres. Pero el mayor exceso sea quizás el que tiene lugar cuando uno de los nazis ataca a Kurt en el manicomio con una picana que se parece mucho a... un sable láser de Star Wars. Un dato de color: la directora de segunda unidad es Agustina Macri, hija mayor del presidente, quien este mes debutará como directora con Soledad, adaptación del libro Amor y anarquía de Martín Caparrós.