Sus personajes tenían caras alargadas que terminaban en dos ojos atentos que se clavaban en el quid del chiste. Su línea tenía uno de los mejores rasgos del Saúl Steimberg que tanto lo había inspirado: cualquiera se daba cuenta de que estaba bien, aun sin saber nada de dibujo ni de humor gráfico ni del difícil oficio de hacer chistes. Y su mirada de la realidad era implacable, era un excelente lector de costumbres y cotidianidad, capaz de ver la vida misma por lo que era: “un absurdo total”. Así era el trabajo de Carlos Garaycochea, maestro del humor gráfico argentino, trabajador de radio y televisión, artista plástico, docente y –no menos importante– militante por la memoria cultural ilustrada de la Argentina. Garaycochea falleció en la madrugada del lunes a los 90 años, informó desde su página oficial la escuela de dibujo que lleva su nombre y que en su honor suspenderá sus actividades académicas hasta el miércoles.

Nació en Casbas, un pueblo del interior bonaerense, aunque se mudó con su familia a Capital Federal a los dos años. Se formó en el Colegio Nacional y se graduó rapidísimo en la Escuela Nacional de Bellas Artes. Terminó a los 21 y es difícil saber qué influyó más en su obra, si los claustros académicos o los dibujos de Steimberg. Porque con Garaycochea se cumplía eso de “una vida dedicada al humor”. Pasó por cuanta publicación se destacara en su época: El Gráfico, Atlántida, Billiken, Esto Es, TV Guía, Gente, Rico Tipo, Patoruzú, Humo(r), Semana Gráfica, La Revista, Satiricón, Qué, y los diarios Crítica, El Mundo, La Nación, Crónica, El Cronista Comercial, Tiempo Argentino, Hoy y Democracia. Dirigió la ADA (Asociación de Dibujantes de la Argentina) durante seis años, formó infinidad de nuevos talentos en su propia escuela de dibujo y fue un tenaz militante por la creación de un museo que reconociera el trabajo de sus colegas. Vio ese sueño cumplido hace unos pocos años, cuando tras mucho trajinar oficinas gubernamentales y despachos de legisladores con compañeros como Quino o Mordillo, el gobierno porteño inauguró el Museo del Humor en el viejo edificio de la cervecería Munich (Av. de los Italianos 851). Garaycochea formó parte del consejo asesor del MuHu junto a Quino, Mordillo, Hermenegildo Sabat y Sendra. Sus propios compañeros eligieron una exposición de sus obras para inaugurar el Museo en 2012. Además dejó varios libros publicados y una enorme cantidad de chistes y viñetas inéditas, porque nunca dejó de dibujar, observar la calle y pensar chistes. Si dibujar no era su motor vital, estaba suficientemente cerca como para parecerse mucho. Para él, “el chiste tiene que nacer de un sentimiento puro y reírse de una cosa no descubierta”, según explicaba en una entrevista televisiva.

  Además, trabajó en Radio Municipal, fue parte de los programas Rapidísimo y La gallina verde, tuvo su paso por el teatro y frente a la cámara: actuó en Este loco amor (Eva Landeck), Sálvese quien pueda (Enrique Carreras) y el más reciente cortometraje Una historia de tango (Hernán Vieytes), inspirada en el cuento homónimo de Roberto Fontanarrosa. En cada una de sus facetas fue reconocido e incluso premiado. Argentores le dio el Gran Premio de Honor de la Radio en 2011, por ejemplo. Y hasta fue declarado Ciudadano Ilustre de la Ciudad en 2015.

Era interesante encontrase con su trabajo como artista plástico, sobre todo por el contraste que permitía pensar respecto de su acercamiento al humor gráfico. Si en las viñetas la realidad se explicitaba, en el lienzo su pincelada se volvía abstracta. Así pudo verse en la muestra Los dos Garaycocheas, que se expuso hace años en el Palais de Glace o en distintas ocasiones en las sedes de la Alianza Francesa. Sobre esa faceta, también hablaba de un “sentimiento puro” que lo impulsaba al pincel, más allá de la coyuntura y esquivando la actividad mecánica. “Me gustaría que alguien que ve mis pinturas diga ‘me estoy refrescando el espíritu, me siento mejor y me quiero un poco más’”, planteaba. “No se puede mentir ni en el humor, ni en el arte, ni en la vida”, zanjaba.

Cuando era joven, contaba, era tímido. Algo sucedió en el medio, una confianza en su trabajo, que lo llevó a poder pararse con un micrófono y hablarle a la gente. Y lo aprovechó para enseñar, una tarea que hizo con pasión y con la que cautivó a cantidad de artistas que conocieron con él sus primeras herramientas de dibujo. “A mis alumnos les digo ‘sean cabezaduras, si ustedes quieren dibujar, vivir del dibujo, no se dejen engañar con otra cosa. Si eso es lo que aman, háganlo. Trabajen. Van a tener que luchar duramente, pero si un día llegan a vivir del dibujo, ustedes son millonarios: estarán viviendo de lo que aman’.”