Desde Londres 

La reunión “informal” de la Unión Europea (UE) en Salzburgo no produjo milagros. En la eterna negociación con el Reino Unido todos siguen sin saber si el divorcio será de común acuerdo y con un tratado que rija su relación posterior (el llamado “soft Brexit”) o si terminará saliendo por la ventana sin ningún tipo de acuerdo (“hard Brexit”). 

Los siguientes son los interrogantes que se abren a partir de ahora: 

–¿Está más cerca o más lejos de un acuerdo después de la reunión de Salzburgo?

–Está más o menos en el mismo lugar. El movimiento ha sido mínimo desde que en junio de 2016 los británicos votaron por un margen estrecho a favor de abandonar el bloque europeo del que formaban parte desde 1973. El problema es que ahora quedan poco más de seis meses nominales para ponerse de acuerdo. El 29 de marzo a las 23 horas el Reino Unido dejará de formar parte de la UE. 

–Con tan poco tiempo de negociación, si no hay avance hacia un acuerdo, se está retrocediendo. 

–Francia, Alemania y la Comisión Europea endurecieron su posición y dejaron en claro que el plan Chequers que presentó Theresa May en julio no es suficiente para llegar a un acuerdo. Sonó a un suave ultimátum en boca de los pesos pesado de la UE: la canciller alemana Angela Merkel, el presidente de Francia Emmanuel Macron y el jefe de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker.

–¿Cuál es la posición europea?

–El Reino Unido puede elegir entre un acuerdo similar al que tiene Noruega o un tratado de libre comercio. En el primer caso podría formar parte del Mercado Unico Europeo, pero no sería parte de la Unión Aduanera (es decir, que podría firmar acuerdos con otros países). A cambio de esto, debería contribuir al presupuesto y respetar los cuatro principios europeos sobre libre circulación de capital, mercaderías, servicios y personas (inmigración). La segunda opción sería negociar un tratado de libre comercio, proceso que toma como mínimo entre cuatro y siete años: mucho más que los meses que quedan hasta el 29 de marzo.

–¿Cuál es la posición británica?

–El gobierno rechazó la pertenencia al Mercado Unico Europeo y la Unión Aduanera, pero recién en julio de este año consensuó una propuesta propia, el plan “Chequers”. Este plan propone que el Reino Unido abandone la Unión Aduanera para tener libertad de firmar acuerdos de libre comercio con otros países o bloques, pero siga como en espejo todas las regulaciones europeas para el comercio de bienes industriales y productos agrícola-ganaderos como para no perturbar el comercio con el bloque que constituye la mitad de sus intercambios con el mundo. El sector de servicios no entraría en la ecuación. 

–La UE rechazó esta posibilidad, aunque concedió que el “chequers” es un punto de partida. Pero además está el problema irlandés. 

Con el Brexit volverán las fronteras. Si esto es complicado en las fronteras marítimas (unos 16 mil camiones cruzan diariamente los puertos de Calais-Dover), se vuelve delicadísimo en el caso de la única frontera terrestre entre el Reino Unido y la UE: la que separa a la República de Irlanda e Irlanda del Norte. Ambas partes se comprometieron a no regresar a las fronteras “duras” que había antes del acuerdo de paz de 1998: una red de muros, torres de control, patrullas militares y chequeos que contribuían al clima de guerra entre protestantes y católicos. El problema es que nadie sabe cómo tener una frontera que no incluya chequeos terrestres. 

–¿Tiene margen Theresa May para ofrecer otra cosa? 

–El plan Chequers provocó la renuncia del ministro para la salida de Europa, David Davis y el canciller Boris Johnson que consideraban que significaba una traición del voto popular expresado en el referendo. Esta posición cuenta con amplio apoyo entre las bases partidarias y algunos sectores parlamentarios. Los euroescépticos conservadores calculan que unos 80 diputados están dispuestos a votar en contra del plan “Chequers” y que este número sería superior en caso de que May haga más concesiones.

 –En todo caso, el Parlamento británico debatirá y votará sobre el resultado de la negociación antes de fin de año. May podría conseguir apoyo de la oposición que en su inmensa mayoría rechaza un Brexit duro. 

–Todo dependerá de cuál sea la propuesta sobre la mesa. El dilema para el Laborismo y otros partidos es que la crisis económico-política que podría desatar un Hard Brexit también puede provocar la caída del gobierno de May y el llamado a nuevas elecciones. Dependerá de la aritmética parlamentaria. May necesita 320 votos. 

–¿Los podrá conseguir? 

–En el actual hervidero político cualquier predicción es ciencia ficción. Hay muchos senderos que se bifurcan, todos tempestuosos, pero en definitiva el parlamento tendrá que votar a favor o en contra del acuerdo al que lleguen con la UE o de la falta de acuerdo. En caso de que la Cámara de los Comunes se pronuncie en contra, la situación de May en un sistema parlamentarista como el británico sería insostenible a menos que convoque a un nuevo referendo sobre el resultado de la negociación, algo que ella misma ha rechazado. Habría casi seguramente nuevas elecciones que, por una cuestión logística, se podrían celebrar, en el mejor de los casos, el mes previo al Brexit, es decir, en febrero. En este caso, no hay que descartar que la UE, que tiene una larga tradición de alcanzar acuerdos sobre la hora o en tiempo extra, extienda otra vez los plazos con un artilugio de último momento.