La mano del pizzero

Pablo Mehanna

Las mesas de fórmica verde, las sillas de madera con respaldo de cuerina (también verde), la barra de estaño y los ventanales de doble hoja por los que se filtra una luz preciosa durante la tarde. En Jaimito todo está igual a aquel 3 de octubre de 1990, cuando este bodegón y pizzería de Boedo levantó la cortina metálica por primera vez. Ubicado en una esquina apacible del barrio, tiene una clientela histórica que llega tentada por la fama de su buena pizza. 

“Lleva los mismos ingredientes que todas las pizzas, pero el secreto no te lo voy a dar. Tal vez sea la mano del maestro pizzero, que está acá desde hace 24 años”, concede Daniel, uno de los socios. El horno es a gas, con un quemador, y los fines de semana se le suma algo de leña. La de mozzarella es grandiosa ($220): a la piedra, con generoso queso y unas burbujas de masa que se inflan crocantes. También lo es la fainá, dorada y crujiente, cortada al tun tún como en las antiguas pizzerías. Imperdible es toda la variedad de fugazzettas rellenas (más de 10) con distintos ingredientes, lo mismo la de la casa ($335 la grande) que viene con mozzarella, jamón, morrones, aceituna, tomate y huevo duro. 

En Jaimito se enorgullecen de no haber sacrificado jamás la calidad, ni siquiera en tiempos económicos complicados. “Preferimos cobrar un peso más, pero nunca bajar el nivel de los productos”, dice Daniel. Lo que si hicieron fue ampliar la oferta. Al principio tenían pizzas y empanadas, pero después de 2001 sumaron de a poco opciones a la carta. Primero, tallarines y empanadas. Luego, los platos del día, que se repiten cada semana. Son clásicos los canelones de verdura y de pollo ($120) que sirven los jueves al igual que el riquísimo pastel de papas ($110) de los lunes o el pollo a la portuguesa de los viernes ($140). Además hay minutas y, fuera de los horarios de comida, cafetería y sándwiches. 

Alejado del circuito gastronómico de Boedo, Jaimito bien vale una visita: con la única pretensión de servir buena comida, es un lugar que mantiene su esencia desde hace 28 años. 

Jaimito queda en México 3402. Teléfono: 4956-0480. Horario de atención: martes a sábados, de 7:30 a 24; lunes de 7:30 a 16; domingos de 18 a 24. 


El regreso de un café

Pablo Mehanna

La tele está sintonizada en un canal deportivo. Dos clientes miran y comentan una pelea de judo que ocurre en algún país del mundo. Otro, vestido con traje de color claro, pide “lo de siempre” y suma una palmerita dorada que se exhibe en el mostrador. Alguien más joven compra un sánguche de pan árabe con jamón y queso y otro más un submarino. Son todos hombres. “Fue siempre así”, dice Walter, que trabaja en Le Caravelle desde hace 33 años y prepara, según muchos, los mejores cappuccinos de Buenos Aires. Algo de la historia de esta cafetería y whiskeria emplazada sobre Lavalle: abrió en junio de 1962, vivió el esplendor de la peatonal, sobrevivió a su decadencia, fue locación de películas y, en diciembre de 2016, sus dueños (hijos y nietos de los fundadores) decidieron cerrarla. Cuando sus empleados de toda la vida ya estaban buscando otro trabajo, ocurrió lo inesperado: un habitué decidió alquilarla y reabrirla. “Nos volvió a llamar a todos. Sabía que nosotros conocemos bien nuestro trabajo. El lavacopas está hace 40 años, el que está en la maquina de café (una clásica de La Valente) hace 34”, cuenta Walter.  El local tiene un aire art-deco: banquetas de cuero, una vitrina con whiskies y los viejos exhibidores marca La Galleguita. En la vereda hay dos mesas, pero casi todos eligen acodarse en alguna de las dos barras enfrentadas. Es obligación pedir el cappuccino ($75) que se termina de preparar a la vista del cliente en una taza de monograma azul: la espuma con mucho cacao por arriba se infla hasta superar los bordes de la taza por un par de centímetros. Llega junto a una azucarera con tapa azul que es un encanto vintage. Para acompañar, hay medialunas, facturas ($15 cada una) y variedad de sándwiches (entre $75 y $90). 

Son muchos los lugares clásicos que no resisten el paso del tiempo, por desgaste, cambios de hábito o nuevas competencias. Por un breve tiempo, Le Caravelle fue uno de esos ejemplos. Por suerte, gracias al amor de un cliente y a la constancia de sus habitués que siguen llendo, hoy está allí, como bastión de identidad porteña. 

Le Caravelle queda en Lavalle 726. Horario de atención: lunes a sábados de 7 a 21. 


La esquina de siempre

Pablo Mehanna

El bar Piedras es ese bar de esquina que muchos no se explican cómo sobreviven en Buenos Aires. Pero siguen ahí, andando y andando, un poco por inercia y otro poco gracias a algunos fieles clientes que prefieren este microclima al de una ruidosa y genérica cafetería de cadena o al ambiente canchero y algo excluyente de las de especialidad. La propuesta esta escrita en la fachada, nadie sabe desde cuando –ni siquiera el encargado, con cara de pocos amigos–: whiskería, jugo de frutas y salón de té. 

Lo particular de Piedras es su barra, ubicada un escalón más arriba que el resto del bar. De color turquesa y con cinco o seis banquetas giratorias y aferradas al piso, es imposible no tentarse y sacarle fotos. En la mesada hay campanas con sándwiches de miga, de milanesa y medialunas; y en las vitrinas de atrás, varias botellas de whiskies y un rincón con manzanas, naranjas, bananas y otras frutas para los jugos. Un televisor viejo, un par de diarios, servilleteros con marcas de gaseosas y un reloj son los otros detalles que hacen al ambiente. Además, claro, de los clientes, una fauna bien específica, que muchas veces sin conocerse entre sí, se ponen a hablar de una punta a la otra de la barra, de política, de la Argentina, de fútbol, de lo que vaya surgiendo. Da toda la sensación que tienen todo el tiempo del mundo y que nadie los apura. 

La propuesta gastronómica es sencilla: cafetería y sandwichería (el de jamón crudo, $70; el pebete con cocido, $50; el de salame Milán, $55; y el de milanesa, $65). Luego están las medidas de whisky nacionales, licores y algunos postres. Al mediodía se sirven los “súper platos”. entre los que destacan la milanesa napolitana ($120) y el bife de costilla ($120). 

Ubicado en San Telmo, de tanto en tanto se ven algunos turistas, atraídos por la atmósfera tan típicamente porteña. En el salón, entre las mesas de madera y las sillas thonet, un cartel define bien el espíritu de la casa: “usé auriculares con su celular, respete la tranquilidad del lugar”.

Bar Piedras queda en Independencia 801. Horario de atención: lunes a viernes, de 8 a 18.