“La nueva estrella del mundo del arte contemporáneo hace obras de 3 millones de dólares. ¿Es su caída inminente?”, intitula un apasionante artículo del Wall Street Journal, que hace enjundiosa radiografía del astronómico ascenso de Njideka Akunyili Crosby, artista nigeriana que saltó a la fama “en un mercado que se abalanza sobre sus favoritos, y luego los deshecha”. Gesto que no es desconocido para la damisela en sus treintas, que lejos de dormirse en los efímeros laureles, revela en la nota sus intentos (fútiles, realmente) por controlar el hype. Dueña de una preciosista obra de técnica mixta –a base de pintura, telas, transferencias fotográficas–, que a menudo refleja escenas familiares íntimas, cotidianas, e identidades híbridas, sus cuadros se vendían por pocos miles de dólares años atrás; ahora alcanzan los varios millones, y ella no tiene sobre el asunto el menor control. Es que quienes compraron sus piezas tempranamente, hoy las revenden en subastas a valores demenciales, aprovechando el momento sensación. Y aunque Njideka Akunyili Crosby ha rogado -a través de sus merchantes, que resguardan la identidad de los anónimos dueños- que conserven sus piezas por el momento o, al menos, las vendan en privado, no públicamente, sus cuadros siguen filtrándose en subastas, alcanzando precios récord. Y la mujer teme que la demanda actual por arte africano, hacia donde ha virado el mercado con sus montañas de billetes, sea una moda pasajera que la deje papando moscas a la brevedad. Finalmente, si los valores de sus cuadros aumentan demasiado rápido, es posible que su galería no convenza a nuevos compradores de pagar montos similares. Y eso, advierte la periodista Kelly Crow, “puede destruir los niveles de precios de un artista de forma permanente”. Ergo, el malestar de quien detenta una reputada beca MacArthur, además de pedidos de hasta 20 museos (incluidos el Whitney Museum o el Tate Modern) por obras que no ha creado aún. De cara a una situación que evidentemente se le ha ido de las manos, Njideka se ha volcado a los murales temporales y a cierta resolución: vender sus (nuevas) piezas solo a museos. O donarlas a causas solidarias, donde irónicamente son subastadas también por millones. En fin...