Pulpos en éxtasis y figurines de Star Wars son los extraños protagonistas de un reciente estudio que arribó a tamaña conclusión: a nivel neuromolecular, los humanos tenemos más en común con estos moluscos cefalópodos de lo que podía imaginarse. Según advierte un artículo del New York Times, los inteligentísimos pulpos –huraños y temperamentales– “aprenden de la experiencia y la observación, y forman recuerdos duraderos con paquetes de cientos de millones de neuronas parecidos a cerebros en cada tentáculo y una sección en el medio que centraliza la información”. Precisamente para entender las bases evolutivas de esa “energía cerebral”, la neurocientífica Gül Dölen y su colega Eric Edsinger decidieron bañarlos en agua con éxtasis (droga que –liberación de serotonina mediante– reduce el miedo y la inhibición, genera sentimientos de empatía en las personas) y ver cómo se comportaban. Lo hicieron depositando al antisocial animalito en un acuario con tres salas: la del medio, vacía; de un lado, otro pulpo; del otro, un inanimado Stormtropper o Chewbacca. Cuando drogado, el bicho puesto se arrimaba al otro, lo abrazaba, lo tocaba de modo exploratorio, sin agresión; cuando sobrio, optaba por alejarse del ser vivo e interactuar en cambio con los figurines de La Guerra de las Galaxias. Conclusión: aun habiendo evolucionado su cerebro de modo absolutamente independiente a los humanos, reaccionaba el pulpo conductualmente de igual modo que lo hacen los hombres bajo los efectos del MDMA. “Cualquier similitud entre el código genético de los pulpos y de los seres humanos relacionada con el sistema neuronal podría ayudar a entender la forma en que se desarrolló el cerebro para controlar los comportamientos sociales”, remata el New York Times, que sobre las razones de los científicos para elegir juguetes de Star Wars en la prueba, nada especifica; aunque acaso sea lo que más intrigue.