Fundado en 1920, el Museo Municipal de Bellas Artes “Juan B. Castagnino” lleva un siglo coleccionando arte. Empezó como “Comisión Municipal de Bellas Artes”, comprando en 1917 una serie de óleos pintada ese año en las sierras de Córdoba por Fernando Fader, La vida de un día. Hoy es patrimonio de la ciudad de Rosario un conjunto de 4500 obras de arte. Se celebró ese centenario inaugurando en mayo de este año, bajo el título común de Arte argentino. 100 años en la colección Castagnino+macro, tres exposiciones que en total reunían el 10 por ciento de la colección, segmentándola en tres períodos. Ya cerraron las que abarcaban el comienzo de este siglo y el final del anterior. Permanece abierta hasta el 25 de febrero del año próximo la que ocupa casi todas las salas de la planta baja (excepto el hall central, dedicado a un tramo del circuito Marta Minujin) de su sede en Bulevar Oroño y Avenida Pellegrini, en el Parque Independencia.

Setenta años cumplió el año pasado dicha sede y setenta años de arte abarca Un pasado expuesto: caminos del arte entre 1918 y 1968, con la curaduría experta y precisa de Adriana Armando y Guillermo Fantoni.

Como historiadores, investigadores y docentes universitarios de arte argentino, Armando y Fantoni llevan cuatro décadas entrevistando a artistas y explorando colecciones públicas y privadas, tanto en Rosario como en Santa Fe, para ampliar o reformular, con sus asombrosos hallazgos, el canon artístico de la región según los relatos recibidos. Cada guión curatorial que ellos postulan no sólo entrelaza el devenir de los estilos artísticos con el de la política y la sociedad de su época, tanto a nivel nacional como mundial, sino que además hace convivir obras consagradas con maravillas casi inéditas.

Sebastián Joel Vargas
Dos visiones de Luis Ouvrard sobre el paisaje de la región.

La muestra es muy bella y amigable con el público. En alguna medida recapitula y retoma exposiciones anteriores sobre la colección, a la vez que añade perspectivas y descubrimientos nuevos. Los textos de sala son claros y las visitas guiadas enfatizan la perspectiva curatorial de género, destacando a las escasas artistas mujeres reconocidas del siglo pasado e interrogando la mirada dominante que hizo prevalecer estadísticamente el desnudo femenino sobre el masculino. Excepto por la última sala, donde se lucen obras tridimensionales novedosas (objetos, móviles y estructuras primarias) que las convenciones de los salones de la época seguían nombrando como esculturas, predominan las técnicas tradicionales de pintura, escultura y grabado, principalmente la pintura al óleo. Ingresaron por donaciones provenientes de la Fundación Castagnino, de los autores y de los patrocinantes de los premios adquisición del salón nacional, que no abandonó la división entre disciplinas hasta 1995. El recorrido por el espacio museográfico está signado por distintos colores que delimitan diez “escenas”, según épocas o temas, y que combinan o contrastan con las tonalidades dominantes de las pinturas. Empieza sobre un fondo gris azulado con aquella serie fundacional de Fader, junto a otras obras impresionistas entre las que se destaca un paisaje en pequeño formato por Emilia Bertolé. Más adelante hay pinturas realistas urbanas que documentan el pasado de la ciudad, como el Mercado de Carlos Uriarte. Si el o la visitante se detiene ante esa estrella de la muestra que es el bronce Muchacho del Paraná (1942) de Lucio Fontana, va a encontrarse con dos emblemas pictóricos, uno a 90 grados del otro: La chola, de Alfredo Guido (1924, premio adquisición Castagnino 1925) y el magnífico y poscubista Paisaje de San Juan. Esta obra le valió a su autor, Lino Enea Spilimbergo, su primer reconocimiento en Argentina como artista moderno: los 6 mil pesos del premio adquisición en el Castagnino en el salón nacional de 1929. Ocupa un espacio central como ícono local el retrato grupal Los pintores amigos (1930), de Augusto Schiavoni.

La muestra entrelaza el devenir de los estilos artísticos con el de la política y la sociedad de su época.

Otra perla moderna (y uno de los raros dibujos de la muestra) es el autorretrato cubista que se pintó en acuarela Julio Vanzo en 1919. Se luce entre las firmas famosas de Horacio Butler o Emilio Pettoruti y hallazgos como el espléndido cubismo sintético de un platense ignoto llamado Fioravanti Bangardini. Ada Tvarkos, Tito Benvenuto, Juan Grela, Ricardo Supisiche y Leónidas Gambartes, junto a otros menos conocidos, exploran la forma y el medio con el paisaje suburbano o rural como inspiración. De Alberto Pedrotti se puede ver un óleo que contradice su imagen recibida de anacoreta solitario y en cambio representa una asamblea de trabajadores y trabajadoras con pancartas.

La exposición, bella y amigable, retoma exposiciones anteriores, con perspectivas y descubrimientos nuevos.

La influencia internacional del expresionismo abstracto y el arte matérico y sígnico de alrededor de 1960 se siente en obras juveniles de Marta Minujin, Rubén Naranjo, Osvaldo Boglione, Eduardo Favario y Juan Pablo Renzi, además de tres piezas que estuvieron muchos años en exhibición permanente: un collage de Luis Gowland Moreno y pinturas de Juan del Prete y Kazuya Sakai; es un agradable reencuentro. Este relato termina cuando llega la vanguardia y recomienza la historia.