Desde San Sebastián
Un mito recorre las calles de San Sebastián, es el fantasma de Bette Davis, y es la historia preferida de las maricas de esa ciudad balnearia del País Vasco. Dos veces me la contaron durante mi estadía en el Festival de Cine: la actriz Bette Davis visitó la ciudad para recibir el premio Donostia, tenía 81 años y un cáncer que la amenazaba con mandarla de gira. Iba a ser la primera mujer que lo recibiría, y aunque estaba enferma, decidió viajar igual por, según se dice, el halago de volver a ser primera. Fue su última presentación pública, porque murió a los pocos días, y desde entonces, dice el mito, que ese premio está maldito. A las maricas les encanta que la Davis haya maldecido el premio hasta después de muerta, y lo cuentan con orgullo martirológico. Y agregan anécdotas que refuerzan esa fantasía melodramática. Por ejemplo, alguien dice haber presenciado la conferencia de prensa cuando le preguntaron qué opinaba de Joan Crawford y Davis respondió: “Una actriz muy profesional. Nunca llegó tarde al rodaje”, negando con sarcasmo el talento de su antagonista de ¿Qué pasó con Baby Jane?, como si todavía estuviese interpretando el mismo personaje cruel de ese clásico camp. Un hombre de 74 años, en la cola del cine, me señaló a una mujer, y me dijo que así estaba vestida Bette Davis en una de las apariciones públicas en el Festival de San Sebastián, que él estuvo y la recordaba perfectamente. Ese hombre es viudo de un matrimonio heterosexual, tuvo dos hijas, y antes y ahora, asiste al Festival para vivir otro deseo: tener sexo con hombres entre las butacas, ejercer su pulsión marica en la oscuridad de las salas; el cine es su refugio homoerótico, su memoria marica, su fantasma del deseo. Es un espectador de la época en que el cine casi no representaba ese deseo que no osa decir su nombre, no existían las siglas LGTBIQ, solo se podía encontrar aquel goce en las sombras y la complicidad marica era únicamente el gesto camp de Bette Davis. ¿Es válido que hoy siga haciendo lo mismo? ¿Se puede juzgar a alguien que encuentra el placer en lo prohibido? El Festival de Cine de San Sebastián hace tiempo que ya no es el mismo de aquellos años: desde 2000 el colectivo activista Gehitu, asociación LGBT del País Vasco, creó un premio como forma de intervención queer y para que la oscuridad de la sala no sea la única opción.

Corpus iberoamericano

Con la llegada del nuevo milenio, la diversidad sexual dejó de ser un fantasma en el Festival de San Sebastián para tomar cuerpo a través de un premio a las mejores películas con temática LGBTI programadas en cada edición. Un acto de justicia que el festival clase A español le rinda tributo a la cinefilia queer, como ya lo había comenzado a hacer el premio Teddy en el Festival de Berlín desde 1987, dándole el primer galardón a Pedro Almodóvar por La ley del deseo. Desde la edición de 2000 algunos miembros de Gehitu se pusieron a trabajar para visibilizar las películas LGBTI del Festival y premiar a la mejor entre ellas. Y bautizaron ese nuevo premio como Sebastiane, no solo por el evidente juego con el nombre de la ciudad, sino como homenaje a la película homónima de 1976 dirigida por Derek Jarman, una biografía hablada en latín del martir cristiano homónimo y homoerótico, convertido en icono LGTBI, pin-up clavado con flechas. El primer premio Sebastiane fue para Krámpack de Cesc Gay, una historia de iniciación que justamente marcó el comienzo de un camino de crecimiento para el Festival, porque Gehitu fue ganando terreno, en un diálogo constante entre activismo y cine. En 2013 crearon otro premio, el Sebastiane Latino, que se entrega a la mejor película LGBTI iberoamericana hablada en castellano o portugués y estrenada el último año. Este premio lograba reconocer y visibilizar el desarrollo que estaba teniendo en paralelo el cine y el activismo LGTBI en los países latinos durante los últimos años. Para seguir en expansión, Gehitu también se propuso en 2015 hacer un encuentro anual de Festivales de cine LGTBI Iberoamericanos en el marco del Festival de San Sebastián, para intercambiar experiencias entre quienes llevan adelante la tarea de difundir películas sobre disidencia sexual y de género en distintos países. En esta edición se realizó el cuarto encuentro anual, donde participaron representantes de los festivales Ciclo Rosa - Cinemateca Districtal (Colombia), Diverso (Panamá), La Otra Banqueta (Guatemala), Asterisco (Argentina), Llámale H (Uruguay), MovilH (Chile), Por la Diversidad de la Rambla al Malecón (Cuba), Out Fest Santo Domingo (República Dominicana), Festival de Cine LesBiGayTrans de Asunción (Paraguay), y los festivales españoles Centro Niemeyer (Asturias), Cinhomo (Valladolid), Fancinegay (Extremadura), Lesgaicinemad (Madrid), Zinegoak (Bilbao) y Zinentiendo (Zaragoza). A través del intercambio de experiencias muy distintas que se atravesaron en cada festival, con estrategias para enfrentar los diferentes contextos políticos de cada país, Gehitu logró tal vez crear el evento cultural LGTBI más importante de Iberoamérica, propiciando una red de colaboración para potenciar eventos que en su mayoría se conciben desde el activismo.

Visitas íntimas

El premio Sebastiane Latino 2018, que se entregó el primer día del Festival de San Sebastián, le correspondió a la película paraguaya Las herederas, dirigida por Marcelo Martinessi, centrada en el relato de una pareja de mujeres sexagenarias, Chela y Chiquita. Hay un mérito evidente en la expresión del erotismo en mujeres adultas mayores, en un juego que incluye el deseo y la represión, en intermitencias sabias. Esto no fue fácil de lograr, porque la película todavía tiene mucha resistencia en la sociedad paraguaya. Para interpretar a una lesbiana, la actriz protagónica Ana Brun, por ejemplo, se cambió de nombre artístico (antes era conocida como Patricia Abente), por miedo que la reconozcan, porque sabía que la película iba a ser polémica. Se equivocó, admitió en su paso por San Sebastián, ahora la reconocen más y por dos nombres a la vez, porque Las herederas comenzó a abrirse paso en festivales de cine, empezando por el Festival de Berlín donde ganó varios premios, incluyendo el de Mejor Actriz. 

La trascendencia internacional de la película fue decisiva para desatar una discusión fuerte en Paraguay sobre diversidad sexual. Por ejemplo, el Senado reconoció a la película, pero durante el acto “una legisladora salió gritando que no iba a permitir que se premie lesbianas, que después iban a querer casarse”. Otro tópico importante de la película es trabajar y desarticular los clichés de las películas de cárceles de mujeres que generalmente criminalizan la identidad lésbica. Una línea argumental de Las herederas provoca que una de sus protagonistas pase una temporada carcelaria, y la película propone una intervención en ese espacio. En primer lugar, prescinde de una estilización de la experiencia del encierro, hay un realismo relajado alejado del género carcelario sobredramatizado, porque todo se filmó en una cárcel real en funcionamiento, con un proceso de diálogo con las presas y con la institución carcelaria, haciendo talleres de actuación. Pero también, a partir de Las herederas, se comenzó a plantear un cambio en las políticas carcelarias para la diversidad sexual en Paraguay. En ese sentido, fue fundamental la presencia en San Sebastián de Carolina Robledo, activista de Aireana, un grupo feminista paraguayo que desde 2003 trabaja por los derechos de las lesbianas y promueve la disidencia sexual. Con Aireana, Robledo organiza el Festival de Cine LesBiGayTrans de Asunción, donde la película de Marcelo Martinessi fue un hito de convocatoria. “Aireana, desde 2011 viene impulsando un proceso de trabajo con lesbianas privadas de su libertad, en especial por el acceso al beneficio de las visitas íntimas privadas. En ese marco, tras un largo proceso en marzo de 2012, la resolución N° 72/12 de la Dirección General de Establecimientos Penitenciarios y Ejecución Penal del Ministerio de Justicia, establece nuevas normas para el funcionamiento del beneficio de visitas, esta vez sin hacer distinción del sexo o género de la persona. Sin embargo, hasta hoy el Ministerio de Justicia obstaculiza y atropella los derechos de las personas LGBTI recluidas. Uno de los temas justamente que toca la película, es el de lesbianas privadas de libertad, por ello durante la avant premiére –donde fuimos invitadas– aparecimos con carteles alusivos al reclamo de la visita íntima, reivindicación que fue tomada por el equipo de la película”, explicó Robledo, quien fue la encargada de entregarle el premio a Las herederas en el Festival de San Sebastián. Esta alianza activista y cinematográfica bien puede sintetizar el espíritu de lo que persigue Gehitu a través del Sebastiane Latino.

La piel que habito

Las candidatas a recibir el premio Sebastiane a secas son las películas actuales de temática LGTBI programadas en distintas secciones el Festival de San Sebastián. El jurado está conformado por activistas de Gehitu. Este año, finalmente, no fueron tantas películas las que participaron. Hubo tres argentinas, El Ángel, de Luis Ortega, Las Hijas del Fuego de Albertina Carri y Marilyn de Martín Rodríguez Redondo. También, la belga Girl de Lukas Dhont, la chilena Enigma de Ignacio Juricic Merillán, la española I Hate New York de Gustavo Sánchez, y la paraguaya Las herederas de Marcelo Martinessi (que volvió a competir en esta otra categoría). La primera evidencia que surge de la selección de películas es el predomino argentino y latinoamericano, tanto como la falta de cine español. Programadores de festivales LGTBIQ españoles se lamentaban que este año haya tan pocas películas nacionales. De hecho, es sintomático que la única española que competía, I Hate New York, sea un documental rodado íntegramente en esa ciudad estadounidense. Motivado por retratar el underground trans de la escena neoyorquina, Sánchez usa un acercamiento de reality show televisivo sin conseguir más que retratos bastante insustanciales, imágenes amateurs que ni siquiera se lucen en su libertad de las reglas profesionales. A pesar de todo, la compleja y trágica historia de amor entre una mujer trans y un hombre trans que entrecortadamente se desarrolla en ese documental logra conmover. 

El gran referente global del cine queer español, Pedro Almodóvar, estuvo presente en el Festival pero como co-productor con su compañía El Deseo de la película argentina, El Ángel, ¿eso es otra prueba de que Argentina es la una de las potencias del cine LGBTIQ actual? Tal vez, especialmente a juzgar por el caudal de títulos queer argentinos que dan vuelta de festival en festival, como Marilyn, que en paralelo a participar en San Sebastián compitió y ganó en el Queer Lisboa. Este año, el Festival del País Vasco le dio un lugar privilegiado al cine queer argentino, especialmente a Las Hijas del Fuego, cuya directora, Albertina Carri, fue la única mujer en dictar una masterclase, donde disertó sobre su experiencia rupturista con una película lesbofeminista que le da una nueva dimensión a la palabra porno a través de una road movie donde el sexo liberado de patriarcas es la mejor droga para un viaje de ida. Cinco de las actrices de Las Hijas del Fuego irrumpieron en el Festival con un ímpetu arrollador vistiendo remeras estampadas con la frase “Si me vas a hacer una escena, que sea porno”, tal vez la mejor intervención en la alfombra roja que tuvo esta o cualquier edición del Festival.

Por otro lado, la candidata por Chile al premio Sebastiane, volvió al tema del crimen de odio por orientación sexual, que fue central en la producción reciente tras el asesinato de Daniel Zamudio en una plaza de Santiago en 2012, historia que fue la base para dos películas chilenas simultáneas. Con Enigma, Ignacio Juricic Merillán trata de encontrar otra vía para reflexionar sobre la violencia machista asesina: en este caso se centra en una lesbiana asesinada, y no sólo se pregunta sobre la injusticia sistemática sobre estos crímenes sino también sobre la apropiación mediática. No es poco para una ópera prima. 

Pero fue la película Girl la que finalmente ganó el Sebastiane 2018, a pesar de la abundancia de películas latinoamericanas el premio quedó en Europa. La película de Lukas Dhont, coescrita con Angelo Tijssens, venía de llevarse la Queer Palm en el Festival de Cannes. Esta historia de Lara, una adolescente trans que estudia danza clásica, es una apuesta por un retrato muy físico, al borde siempre del dolor de la carne. Bastante cercano al cine de los también belgas hermanos Dardenne y su método de seguir a sus protagonistas tratando de anular toda distancia, la ópera prima de este director de 27 años se apoya en el talento performático del bailarín y actor adolescente Victor Polster, quien ganó merecidamente el premio como Mejor Actor en la sección Un certain regard del Festival de Cannes. La disciplina sobre el cuerpo impuesta tanto por la danza como por la medicina, retratada justo en la adolescencia y sus cambios corporales, con un logrado intimismo carnal que las ficciones difícilmente consiguen transmitir. Girl es una película de realismo físico, impactante en su minuciosidad, desde el repetido detalle de la piel ardida, rosado intenso, como consecuencia de arrancar la cinta que aplana y cubre la entrepierna para usar la malla de baile ajustada. Esa epidermis, el mayor sistema del cuerpo humano, la membrana que nos pone en contacto con el mundo, al mismo tiempo que nos separa. La película pone su ojo justo ahí, sobre la piel, en ese conflicto hecho carne, porque sabe que es un puente de lo íntimo a lo público, o lo que es casi lo mismo, el vínculo entre la identidad autopercibida y la proyección sobre nuestros cuerpos de las ideas ajenas.