La cotidianidad con la muerte no puede resultarle  indiferente a nadie. Si no digita estados de ánimos, al menos condiciona la vida de quienes merodean su frialdad. En su carácter de abogada de una empresa de medicina prepaga que debe determinar si aprueba o no la cobertura de tratamientos de pacientes con enfermedades terminales, Helena bien lo sabe. Claro que no es lo mismo conocer lo que una muerte cercana provoca que padecer esa situación en carne propia, desestabilizando su vida. Ese es el disparador de la trama de Morir de amor, la ficción que esta noche a las 23.30 estrena Telefe, en un drama pasional que pretende conjugar la oscuridad perturbadora de extraños asesinatos en serie a mujeres diagnosticadas con enfermedades terminales con un poco explorado registro erótico. “Es un drama pasional que plantea una situación límite, que lo carga de energía pero que sabe combinar esa oscuridad con cierto componente lúdico que lo vuelve entretenido, con un vuelo artístico distintivo”, adelanta a PáginaI12 Griselda Siciliani, la protagonista de la ficción.

Coproducción entre Telefe y Cablevisión Flow (donde los 12 episodios de la serie estarán disponibles desde mañana), Morir de amor asume la perspectiva narrativa de Helena, la abogada que ve alterada su vida al ser diagnosticada con una grave enfermedad. Mientras sigue con su vida como si nada hubiera sucedido, Helena conoce a Juan Deseado Molina (Esteban Bigliardi), un misterioso hombre que le resulta cautivante. Ella no imagina que Juan se relaciona con diferentes pacientes terminales, a las cuales enamora, acompaña y asesina. Escrita por Erika Halvorsen y Gonzalo Demaría (Amar después de amar), Morir de amor está dirigida por Anahí Berneri, la cineasta ganadora de la Concha de Plata a la mejor directora en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián en 2017 por Alanis. El elenco de la serie está compuesto por Agustín Sullivan, a la vez que Nacha Guevara, Brenda Gandini, Sofia Gala, Verónica Llinás, Daniela Cardone y Belén Blanco asumen participaciones especiales en cada episodio.

“Morir de amor es una ficción incómoda, que requiere que los intérpretes nos metamos en lugares muy profundos y complejos. Los personajes están cruzados por la muerte, la enfermedad, el sistema de salud, la injusticia, todos temas que te enroscan y que no son para nada livianos. Esta serie fue muy intensa, terminé agotada”, explica Siciliani en la entrevista con PáginaI12.

–Pero, al ser un unitario, ¿no requiere físicamente un esfuerzo menor que Educando a Nina, por ejemplo, que tenía formato diario y en la que componía a dos personajes que estaban casi todo el tiempo en escena?

–Eso pensaba yo antes de filmarlo, por eso acepté al propuesta. ¡Me engañaron! En Educando a Nina envejecí quince años en uno. Fue hermoso, pero desgastante. Pensé que hacer un unitario iba a tener otros tiempos. Para hacer una escena estábamos tres horas. En Educando... estudiaba veinte escenas por día, de un personaje y del otro. Pensé que esto iba a ser tranquilo, pero no fue así porque es una serie que tiene una intensidad abrumadora. No hay escenas de transición. Todas las escenas son a fondo y pasan cosas fuertes. Fueron cuatro meses de grabación muy agotadores.

–¿En qué percibió ese agotamiento mayor?

–Es un drama con fuerte contenido pasional. Hay erotismo y violencia en dosis iguales. Hay mucho ingenio en los guiones para que la violencia no cause rechazo en los televidentes. Hay escenas muy violentas y la muerte sobrevuela la acción en todo momento. El drama también está mostrado con mucha pasión, a partir del punto de vista de mi personaje, Helena, que recibe su diagnóstico terminal apenas comienza la serie. Todo el torbellino mental y sentimental son muy incorrectos y pocos previsibles. Morir de amor tiene un erotismo diferente al clásico: el placer se conjuga con la muerte con extraña fascinación. La cercanía de su propia muerte hace que Helena se involucre en una oscuridad peligrosa. El saber que le queda poco tiempo de vida la sumerge en un proceso de búsqueda de sensaciones inexploradas hasta ese momento. 

–¿Helena busca “aprovechar” el poco tiempo de vida?

–Al principio, parecería que el diagnóstico de su enfermedad no le genera nada de nada, que no la atraviesa, que nada la va a conmover. Al trabajar de abogada dentro del sistema de salud, encargándose de aceptar o rechazar los tratamientos para personas que sufren algún tipo de enfermedades terminales, conoce por la situación que pasan las víctimas pero también sus familiares. Sabe perfectamente lo que significa ponerse en manos de ese sistema de salud para curarte o no. Entonces, cuando es ella la que tiene que estar en ese lugar, el dilema que se le presenta es si vale la pena tratarse o no, si quiere exponerse a eso. Al comienzo, ella pretende ser la misma y seguir con su vida como si nada pasara.

–¿El programa propone una mirada crítica sobre el funcionamiento del sistema de salud?

–El sistema de salud es la escenografía, la excusa para que avance la historia. Hay una mirada sobre cómo funciona. Hay una mirada crítica sobre el sistema de salud. No es el tema central, sino más bien periférico, porque es el lugar donde Juan (Bigliardi) conoce a estas mujeres y donde trabaja a Helena. Hay una mirada muy critica del sistema de salud desde la mirada de mi personaje. 

–¿La afectó en lo personal el proyecto?

–Pensé que no me iba ocurrir, porque entiendo la profesión con responsabilidad pero con un sentido muy lúdico. Me iba metiendo en las escenas, y la cabeza y el cuerpo están atravesadas por lo que se cuenta. Soy de las que tratan de evitar abordar temas como la muerte o las enfermedades terminales. En un punto, la felicidad está en la negación (risas). La comedia es cruel y tirana, pero muy placentera cuando funciona. No hay como el polvo de hacer reír a alguien. La diferencia está en que cuando abordamos personajes cruzados por grandes dramas durante un tiempo tal vez se nos hace más difícil quitárnoslos de encima. Vivir durante cuatro meses con esos temas todo el tiempo me afectó. Por momentos sentía una angustia mayor a la habitual. Uno no puede dejar de plantearse qué haría uno en una situación límite como la que plantea esta ficción. A Helena no le agarra un delirio místico, se pone oscura y freaky, lo que la alejó de mí y me permitió poder jugar a la actuación.