Trelew fue el punto más austral de la geografía itinerante que ha ido trazando este histórico Encuentro en todo el país. Pero es el más sureño en otro sentido también: esta vez desbordó realmente la frontera nacional de su imaginación, de su lengua, de su composición, de sus demandas y de sus estrategias. El 33° Encuentro se ensanchó y albergó más que nunca. Se sintió en los cuerpos y se tradujo en las calles y en la plaza feminista donde el ir y venir de decenas de miles le dio movimiento a la marea que se acumula y desborda. 

Por primera vez la Comisión Organizadora incluyó en el cronograma oficial de actividades la marcha de las disidencias sexuales contra los travesticidios y transfemicidios, una manifestación que ya se venía organizando de modo autogestivo en los Encuentros de Mar del Plata, Resistencia y Rosario pero que esta vez, además, tuvo al frente a esas compañeras a las que tantas otras veces se expulsó de los Encuentros porque su biología las volvía sospechosas para algunas. Por otro lado, ya no es posible nombrarlo como se hizo tradicionalmente: desde ahora, el ENM se llamará Encuentro Plurinacional de mujeres, lesbianas, travestis y trans. Y ya se convoca así en las redes y en el boca a boca para el próximo año en La Plata. Aún más, esa expansión ocupó espacio: se notó en el recorrido mismo de la marcha que desbordó hacia los márgenes de la ciudad, atravesando los barrios periféricos y zigzagueando en las calles bordeadas de casas bajas y color cemento, invitando una a una a las doñas que se asomaban a las puertas y balcones o a les niñes que llegaban con su bici hasta alguna esquina. El festejo era mutuo, subidas a los techos, delante de las rejas, las vecinas saludaban y eran saludadas contradiciendo la recomendación a la población de Trelew –inventada por el diario Clarín– para que cierren puertas y ventanas.

La ampliación también continuó y surfeó la marea verde abortera: el color impregnó el paisaje patagónico pero se multiplicó con las banderas multicolores que, una vez más, pusieron el acento en un cuerpo ampliado y no sólo individual: el cuerpo–territorio como espacio de disputa de autonomía. 

Un aire internacionalista y a la vez situado recorrió estas jornadas: una lectura compartida de que los fascismos del mundo son respuesta a la radicalidad de la revolución feminista en marcha –y Brasil aquí tuvo una preeminencia– y que es necesario repudiar la culpabilización que se hace contra el movimiento feminista. Una culpabilización que opera, por ejemplo, vinculando el triunfo del ultraderechista Bolsonaro con la masificación de la consigna #EleNao. Una culpabilización que opera, también, vinculando la masividad del debate por el aborto con la efervescencia  de los grupos anti–derechos tanto en los hospitales impidiendo el acceso al aborto por causales, como en las escuelas obstaculizando la implementación de la ley de Educación Sexual Integral en nombre de la propiedad privada de los padres –y el masculino es intencional aunque también haya madres en esa cruzada– sobre sus hijos e hijas, de una supuesta normalidad a proteger, de la biología como destino.

En ambos casos, se trata de una culpabilización que busca reponer el pacto eclesial–patriarcal llamando a la moderación a un movimiento al que se intenta condenar por despertar nuevos fundamentalismos religiosos, políticos e ideológicos. Aquí hay una disputa: reconocer nuestra fuerza sin aceptar su culpabilización. Evaluar la contraofensiva sin aceptar la gramática de la “derrota”. Intervenir en la coyuntura sin desconocer pero tampoco sin reducirla a un cálculo electoral.

La dimensión internacionalista se vuelve así también método. Fue un modo de conectar los conflictos en la provincia de Chubut en relación a la megaminería y otros emprendimientos neoextractivos que expropian tierras comunales, con un mapeo también regional de las luchas hoy criminalizadas (de la militarización de las favelas a la represión en Nicaragua, de los saqueos de tierra a manos de las transnacionales en el mismo territorio provincial a la extensión de los agrotóxicos, de la avanzada de las iglesias en la moralización de nuestras vidas al empobrecimiento masivo por los planes de ajuste). La perspectiva de unos feminismos sin fronteras, como se escuchó gritar una y otra vez en el Encuentro, se entramaron con un diagnóstico de la contra–ofensiva (de toda la serie de respuestas reactivas a la masiva rebeldía feminista) que complejiza y excede los marcos estatal–nacionales porque incluye del Vaticano a las corporaciones mediáticas, de las transnacionales que empujan los tratados de libre comercio al avance del narcotráfico, de la militarización estatal y para–estatal al Women20–G20.   

 

Jose Nicolini

SOMOS PLURINACIONALES

El debate sobre lo plurinacional, lanzado hace seis meses como campaña por integrantes de “Mujeres originarias por el buen vivir”, se transversalizó, tomó diversos espacios de discusión –desde los talleres a las conversaciones en la plaza–, impregnó la apertura misma del Encuentro, fue hecho cuerpo en la asamblea de las Feministas de Abya Yala –en la que participaron compañeras de El Salvador y de México, lideresas espirituales de Guatemala y referentes del feminismo comunitario junto con migrantes bolivianas que hoy se organizan en las villas y en NiUnaMigranteMenos, participantes de las luchas kurda y de las organizaciones feministas de Brasil–, se hizo canto eufórico y consigna en la marcha de cierre, cuando fue apropiada por todo tipo de colectivas y también en la ceremonia de clausura. 

Hay que sumar otros antecedentes que han ido nutriendo este eje de lo plurinacional como clave anti–racista y anti–colonial de los feminismos que hoy protagonizan luchas diversas: las actividades de las Feministas del Abya Yala –desde los tribunales a la justicia patriarcal a las asambleas que se vienen realizando desde el año 2008 en los encuentros –y, más acá, el tejido entre colectivas feministas y compañeras de comunidades– que se trenzaron para resistir y repudiar la nueva etapa de criminalización del pueblo mapuche, que incluyó el encarcelamiento del lonko Facundo Jones Huala, la desaparición de Santiago Maldonado y el asesinato por la espalda de Rafael Nahuel además de procesamientos de Ivana Huenelaf (que comienza en diez días) y otras referentes. Esa experiencia de tejido multicolor ya se había empezado a trenzar entre las colectivas reunidas en asamblea NiUnaMenos en El Bolsón, en septiembre del año pasado, donde se hizo presente la herida colonialista y la del racismo, la de la falta de diálogo entre los feminismos blancos centrados sobre sí mismos y las mujeres de las comunidades mapuche que reclamaron por ese silencio. En este 33° Encuentro hubo todo tipo de voces y palabras, de todo menos silencio. Fueron las propias indígenas las que se reconocieron feministas, las que expusieron en voz alta el continuo de la violencia que tantas veces las espera en sus casas. Y no es un detalle menor que al final del Encuentro, cuando se decidía que la próxima sede será en La Plata, en la provincia de Buenos Aires, donde muchas comunidades originarias se alojan como migrantes de sus territorios ancestrales, las que hayan invitado al escenario a las mujeres indígenas fueran las travestis organizadas, las que saben en el cuerpo de qué se trata la discriminación, la expulsión, la xenofobia, el racismo. En esta mixtura, lo plurinacional deviene adjetivo: no tiene como sustantivo al Estado sino al Encuentro. Y por eso mismo no se trata de una “integración” progresiva de demandas, sino de una dinámica que ya vimos en la organización de los paros internacionales: una radicalización en la manera de nombrar que no responde a una lista de identidades o a un puro gesto retórico, sino a una constelación de luchas que se encuentran y se traman, potenciándose. 

Otra vez nos hicimos el Encuentro, se lo hicimos a quienes desplegaron la represión institucional y a quienes quisieron sembrar pánico en la población de Trelew y de todas las ciudades que abrieron su casa para albergar a las encuentreras: Puerto Madryn, Rawson, Gaiman, Playa Unión y Dolavon. Se lo hicimos a quienes se proclamaron padres de la nación para negar el derecho al aborto desde sus bancas del Senado. Se lo hicimos a los curas y pastores de todos los credos que nos exigen obediencia. Pero sobre todo nos lo hicimos a nosotras, a nosotres, a esas que somos cuando estamos juntas, cuerpo a cuerpo, enlazadas en la fiesta de la manifestación, de los debates, en el ritmo de los cantos que nos envuelven, en la certeza de que estamos cambiándolo todo y que la marea empuja, derriba, acumula presión incluso contra quienes pretenden disciplinarnos en batallas legislativas que no logran ni lograrán contener la magnitud de todo lo que transformamos. El año que viene en La Plata, la rueda del tiempo ya gira otra vez hacia el Encuentro.

Jose Nicolini