Dicen que encontraron el cuerpo desnudo de una nena de diez años en una bolsa de basura y que no tiene identidad.

Dicen que la tiraron desde un segundo piso, después de asfixiarla con una sábana blanca sobre su cuello, y que cayó en un callejón abandonado toda envuelta y encintada como un resto más entre las sobras de comida, las cajas de cartón, las botellas de plástico, un colchón usado, retazos de trapos viejos. La mugre.

Dicen que la mataron por una revancha narco, por una pelea familiar, por una calentura del tío, por un enojo de la tía, por los excesos de los dos.

Dicen que la buscaron día y noche, que la buscó su familia, los vecinos del barrio, toda la policía, los bomberos, los buzos y hasta los perros de la federal.

Dicen que el Gobierno ofreció una recompensa y que allanaron todas las casas, rastrillaron todos los baldíos y navegaron todos los arroyos, dicen, para al fin encontrarla sin identidad.

Porque una nena violentada, manoseada, forzada, muerta en manos de sus tíos es eso: una nena sin identidad, desaparecida, expropiada de sí misma, acabada de una vez y para siempre, víctima de sus propias aventuras, culpable de salir a jugar con sus amigas a la vereda, cuerpo testigo del deseo ajeno, de un salvajismo que destripa y que con ferocidad arrasa sobre cuerpos femeninos, fáciles de vulnerar, irresistibles a los ojos del macho, del buen hombre, del buen vecino, y de la tía cómplice que pide ante las cámaras de TV que busquen por favor a su sobrina y que la devuelvan viva, que ella la quería como a una hija; porque son ellos, tío y tía, los que la cuidan, los ojos de sus padres, los abrazos que la sostienen, las caricias que no tuvo, el amor vedado. Y son sus cuerpos, el de Sheila y los de millones de mujeres más, los cuerpos que son rifados, entregados, cedidos, violentados, descartados y arrojados desnudos a la basura como un resto más, dicen, sin identidad, porque la matan por nena no por Sheila, la golpean por mujer no por Sheila y la recuerdan por víctima, por deshecho, por huella viva del maltrato y no por Sheila.

Autora de "Por qué volvías cada verano".