La concentración que en tono religioso reunirá hoy en Luján a dirigentes sindicales y organizaciones sociales, es el emergente de un acercamiento cada día más indudable entre el episcopado católico y aquella dirigencia. Un signo más que evidente de ello fue la reunión pública ocurrida esta semana entre Hugo Moyano y el obispo Jorge Lugones, Presidente de la Pastoral Social del Episcopado. La declaración de los Curas Villeros respaldando a los movimientos sociales y difundida oficialmente por la Conferencia Episcopal, va en la misma línea. Pero no son estos los únicos encuentros y coincidencias. En silencio y de modo reservado en los últimos tiempos se han multiplicado los diálogos entre los dirigentes sociales y sindicales y muchos obispos, varios de ellos con posiciones muy encumbradas en la conducción del episcopado. En todos los casos existe preocupación coincidente por la crisis social y acerca de un temor que asoma en el horizonte: la paz social amenazada.

De un lado y de otro se sostiene que, al menos por el momento, no hay un peligro inminente de que esa paz se rompa y que estalle un conflicto de mayores proporciones. Pero el tema se menciona en todos los diálogos, se aportan ejemplos, se expresan preocupaciones.

Los dirigentes obreros y sociales buscan ahora en la jerarquía de la Iglesia Católica –como lo hicieron en otros momentos de la historia argentina– un aliado de peso que respalde sus demandas de justicia social. No pocos traen a colación la memoria de Saúl Ubaldini y su marcha al Santuario de San Cayetano bajo el lema “Paz, pan y trabajo”. Más allá de lo que la Iglesia Católica sigue representando en la Argentina como factor de poder, también es cierto que entre las bases obreras y entre los sectores populares hay un sustrato religioso católico al que los dirigentes apelan en este caso. No pierden de vista tampoco que entre los sectores populares hay un avance significativo de corrientes evangelistas muy conservadoras y por eso se hace una convocatoria “ecuménica” aunque paradójicamente el lugar del encuentro será la Basílica de Luján, el templo que sintetiza la mayor expresión de piedad religiosa católica popular del país. Es un equilibrio difícil, pero lo sucedido en Brasil, donde los grupos evangélicos fundamentalistas y conservadores crecieron de manera evidente y ahora respaldan la candidatura de Jair Bolsonaro es un alerta para tener en cuenta, tanto para la dirigencia social como para el episcopado.

La actual conducción de la Conferencia Episcopal, fuertemente alineada con las directrices del papa Francisco, no solo ve con buenos ojos todo acercamiento con los movimientos sociales y la dirigencia obrera, sino que está firmemente convencida de que por allí pasa la posibilidad de defensa de los derechos sociales. Entre los obispos crece la mirada crítica sobre el momento actual de la política, si bien reivindican el papel de la dirigencia política en la búsqueda de alternativas a la crisis.

Pero entre los miembros de la jerarquía católica no deja de aumentar la preocupación por el posible quiebre de lo que ellos denominan “la amistad social”. La Iglesia Católica sigue siendo la mayor red territorial de la Argentina. Una organización que a pesar de sus restricciones actuales es de las que en mejores condiciones está para medir el pulso social porque sus agentes lo registran en el contacto con las personas en la vida cotidiana. Hay preocupación a partir de la información que fluye diariamente por estos canales. Y no son pocos los obispos –también sacerdotes, religiosos y militantes laicos– que se preguntan acerca del papel institucional que la Iglesia tiene y puede jugar en este momento y ante la eventualidad de una profundización de la crisis social. Hay quienes señalan que una tarea posible, al menos por el momento, es facilitar el diálogo y servir de garante a las negociaciones. Está ocurriendo, por ejemplo, en el caso de los despidos en la agencia Telam. El nuevo arzobispo de La Plata, Víctor Fernández, estuvo junto  los trabajadores en conflicto del Astillero Río Santiago poco días después de asumir su cargo. No hay sin embargo claridad absoluta en el rumbo, aunque sí voluntad de buscar alternativas y caminos y, mientras tanto, existe disposición para acompañar los reclamos de los más afectados (pobres, despedidos, entre otros) en demanda de sus derechos.  

El encuentro en Luján es, tal como lo escribió días pasados el cura Domingo Bresci en estas mismas páginas, “una expresión más de una sociedad movilizada que, con objetivos compartidos, se manifiesta a través de diversas creencias y convicciones”. Y que, en esa manifestación, envía un mensaje más al Gobierno y a los grupos de poder, acerca de las coincidencias de actores importantes de la vida social argentina que están dispuestos a unirse para defender los derechos de los que son castigados por el modelo económico.

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