Desde Barcelona

UNO Aquí va y ahí viene y aquí volvió ¿Qué hizo? ¿Dónde estuvo? ¿Importa? Digamos, apenas, que Rodríguez anduvo por ahí y por allá. 

Y lo siento por todos aquellos quienes ya, felices, pensaban que nuestro homo en todas partes se había ido para no volver a este lugar. Para todos ellos ingenuas criaturitas de Dios una humilde enseñanza desde estas líneas: nada se va del todo y casi todo permanece; y lo que fue siempre tendrá consecuencias en lo que es y en lo que será. 

Con semejante espíritu y actitud, Rodríguez llega para reiniciarse y ponerse al día. Y, ah, es tanto lo sucedido en apenas unas pocas semanas que la tentación de decirse y decir “aquí no ha pasado nada” es tan pero tan grande. Pero, uh, lo cierto en la incertidumbre de siempre es que pasó de todo.

DOS A saber o a ignorar, tachar lo que no corresponda o lo que no quiera corresponderse, desde lo estrictamente local a lo internacional y, finalmente lo planetario. 

Se volvió (entre discusiones y polémicas en cuanto a si es mejor más luz temprano o tarde y recordando que hasta 1901 cada ciudad de España tenía hora diferente que acabó siendo uniformada por edicto real y necesidades ferroviarias) a cambiar de horario “de verano” al “de invierno”. Y a pensar en que esta sí será la última vez que acontecerá este extraño fenómeno en el que el ser humano vuelve a tratar lo abstracto y cósmico como si fuese algo figurativo y doméstico. 

Se continuó atacando al centrífugo y multidireccional y polimorfo y perverso perfil del presidente Pedro Sánchez desde casi todos los frentes.

Se conmemoraron el primer aniversario de dos espejismos: los (in)dependentistas 1 de octubre del referéndum que no fue tal y 27 de octubre de una república infundada. Los separatistas catalanes se pelearon entre ellos y algunos hasta fantasearon con la posibilidad de que Puigdemont (quien presentó La Crida Nacional, su agrupación a medida para unir al soberanismo “sin reproches”) recibiese el Nobel de la Paz. (En lo que hace al Nobel de Literatura, Rodríguez pensó que, teniendo en cuenta que la ausencia de este año se debe, en parte, a cuestiones escandalosas y sexuales, él se lo hubiese dado al ausente, pero para siempre presente Philip Roth. Cree, incluso, que hubiese sido posible porque, le parece, el reglamento lo contempla para con los escritores muertos durante el año. Aunque, tal vez, ahora que lo piensa, la supresión del premio justo el año de la partida/salida de Roth sea casi un acto interruptus de homenajeante justicia poética hacia su vida y obra. E iría incluso más lejos y acaso mejor: Rodríguez cree que sería más justo aún que entregárselo a Philip Roth el concedérselo a su alter-ego Nathan Zuckerman.) 

Se publicó La muerte del comendador, nueva novela del eterno nobelizable Haruki Murakami (Hubo un tiempo los tiempos de Madera noruega o de Al sur de la frontera, al oeste del sol en que Rodríguez leía a Murakami sin saber cómo lo hacía el japonés. Tampoco como sucede con los grandes magos necesitaba saberlo. Bastaba con sentirse parte de la ilusión. Pero de un tiempo a esta parte, ha ido descubriendo los engranajes del truco sin quererlo, por la sola inercia que regala a la vez que arrebata aquello que ya se conoce. Y Murakami ha cambiado de acto y habilidad bajo su carpa. Ahora es uno de esos equilibristas sin red que a veces arriesga poco y otras demasiadas. Y Rodríguez siempre teme que se caiga y se estrelle. Y en ocasiones Hombres sin mujeres Murakami vuelve a demostrar su don para el triple salto mortal combinado con desaparición en el aire. En cualquier caso, a no quejarse, otra forma más que noble y aún agradecible de emoción o de, sencillamente, pasar el tiempo que no pasa porque el que pasa es uno, sin importar hora o estación. 

Se jugó un clásico Barça/Real Madrid donde el perdedor volvió a decir esa cosa tan rara que es “el resultado no reflejó la realidad del partido” ignorando que “la realidad” es “el resultado”.

Se murió Montserrat Caballé y, por fin, se supo el status sexual de Miguel Bosé (bien sabido por todos desde hace décadas) por cortesía de ex-pareja que lo sacó del armario. 

El Tribunal Supremo primero ordenó que los bancos debían hacerse cargo de los costos por el trámite de hipotecarse y enseguida se lo pensó mejor y se desdijo hasta nuevo aviso. 

Se sugirió a los misteriosos promotores de la constante construcción de la cada vez más lovecraftiana Sagrada Familia que ya venía siendo hora (de invierno y de verano) de que por fin devolviesen algo del dinero de las entradas  a la comunidad. 

Se siguió discutiendo acerca del cuerpo muerto-vivo de Franco a remover  y la flamante ultra-derecha española ahora bajo la etiqueta del partido en alza VOX llenó un estadio y de aquí a un ratito amenaza con tener representación parlamentaria pequeña pero decisiva en votaciones porque, hey, ese es el espíritu europeo. 

Se estrenaron películas con efectos especiales y Rodríguez fue a verlas con su hijo (Venom, la nueva Halloween) y también vio otras especiales a secas (A Star is Born y First Man). Y de estas dos últimas a Rodríguez le conmovió afectiva y efectiva y especialmente la perdurabilidad de ciertas tramas ya clásicas y cercanas al cuento de hadas (o, mejor dicho, al cuento de hechizado y hechizada) o el recordar su infancia y ese alunizaje pensando en que, cuando él era niño, se miraba al CinemaScope del cielo y no a esas pequeñas y miniaturizantes pantallas. Pequeños rectángulos donde hoy te enteras de que descuartizaron vivo a un periodista dentro de una embajada, de que se enviaron bombas a los Obama y a los Clinton, de que un neonazi abrió fuego en una sinagoga, de que Kanye y Trump montaron un numerito inolvidable en el Despacho Oval de la Casa Blanca (desde donde se promueve un plan para propagar virus a través de las alas de insectos), de que tristeza nao tem fin en Brasil y que ahora se impondrá allí el ai se eu te pego porque el resultado es la realidad. 

Se reportó que hubo ultra gota fría y mega huracán descendiendo desde las alturas... 

TRES ...y así climatológicamente y con todos esos weathermen/women transmitiendo en directo desde ojos bien abiertos de tornados advirtiendo que no hay que estar, como ellos, ahí fuera llegó la que acaso sea la noticia de temporada: el último estudio del Panel Intergubernamental del Cambio Climático de las Naciones Unidas elaborado por 91 científicos de 40 países luego de analizar 6.000 estudios concluyó que a la también descuartizada en vida Tierra le quedan más o menos “veinte años buenos” (lo que toca madera Rodríguez le queda a él, si hay suerte). Y veinte años no es nada. Después, hondas horas de dolor y febril la mirada y errar en las sombras bajo un sol de justicia o cubiertos por las nieves del tiempo. Y a poner en práctica todo eso que se ha venido aprendiendo en tanta saga distópica. A jugar al hambre y a correr por laberintos y a sentirse tan divergente y a buscar falso consuelo en el ocio adictivo y virtual del ready-player-one resignándose de nuevo a que el resultado de esa realidad será consecuencia de lo mal que se jugó. Hasta entonces, hacer poco y nada para cambiar el rumbo hacia el iceberg que de acuerdo se va a derretir, pero no sin antes de hundirnos. Tal vez por eso para intentar despabilar indiferencias comienza a optarse para adaptar las malas nuevas apocalípticas a las preocupaciones del hombre común par ver si por fin se da ese preventivo y pequeño paso individual y gran salto colectivo. Así, menos apariciones del casi presidente Al Gore y más asuntos inmediatos y trascendentales y se ha informado que uno de los efectos decisivos del cambio climático será la escasez y aumento de precio de la cerveza por la inevitable y drástica disminución en la producción de cebada. Y, sí, tomarse una  y otra y otra más ya que estamos cerveza es una de las acciones más reiniciantes del ser humano. Tal vez a partir de esta ominosa profecía quien sabe, otra vuelta/ronda para todos no sólo se diga sino que también se busque y se encuentre eso de “¡salud!”. 

Y se tomen las cosas cerveza incluida más en serio.