Siete competencias oficiales. Homenajes y retrospectivas. Grandes invitados internacionales, talleres, conferencias y galas especiales. Autores consagrados y jóvenes directores argentinos, latinoamericanos y del mundo entero. Todo esto repartido en las más de 270 películas que a partir de hoy forman parte del 33° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, que como todos los meses de noviembre vuelve a copar de cine la tradicional ciudad balnearia. Así presentado pareciera que solo resta decir “total normalidad”, pero el nefasto eufemismo periodístico serviría una vez más para ocultar lo que ya es vox populi. Que esta nueva edición del festival, fundado en 1954 durante la segunda presidencia de Juan Domingo Perón, pero que recién en 1996 consiguió imponer su realización anual, llega golpeada por la crítica realidad socioeconómica que atraviesa el país entero. 

Como ocurre en casi todos los sectores de la sociedad, este año el Festival de Mar del Plata debió lidiar con los efectos de la contracción económica. Y aunque es posible que, como siempre, su programación ofrezca no pocos motivos para conservarlo en la memoria, seguramente en el futuro será recordado como el festival del achique. Es que a partir de la aceleración en el alza del precio del dólar, ocurrida durante los últimos tres meses, los costos de un evento de carácter internacional como este, el único festival de cine de Clase A de América latina, sufrieron un inalcanzable aumento que obligó a diversas amputaciones para poder mantener al evento dentro del calendario cultural de 2018. Es por eso que, por ejemplo, esta edición recortó su duración en tres días y presenta una grilla con casi un centenar de películas menos que el año pasado.

Pero aunque ese encogimiento se hace tangible en cada una de las secciones que lo componen, aun así el equipo de curadores encabezado por Cecilia Barrionuevo, la flamante directora artística del festival –reemplazante en el cargo del efímero Peter Scarlet y primera mujer en ocuparlo–, consiguió que a pesar de las condiciones adversas la programación ofrezca unos cuantos buenos motivos para que el encuentro siga siendo una celebración del cine. Que de eso se trata cualquier festival y este en especial.

Esta edición que arranca hoy con la argentina Sueño Florianópolis, de Ana Katz, y cierra el próximo sábado con Roma, del mexicano Alfonso Cuarón, mantiene sus tres competencias principales de largometrajes (Internacional, Latinoamericana y Argentina), las de cortos latinoamericanos y nacionales, y la competencia de películas en construcción o Work in Progress. A estas se le suma una nueva sección competitiva, aunque en realidad se trata de uno de los apartados tradicionales del festival que este año pasará a formar parte del palmarés oficial. Se trata de la sección Estados Alterados, incorporada a la grilla en 2009 y que desde entonces se encarga de ofrecer un conjunto de películas que tienen a la innovación, la búsqueda estética y el riesgo artístico como particulares rasgos de identidad.

Igual que en oportunidades anteriores, la 33° edición del festival ofrecerá la posibilidad de caminar por las mismas calles e incluso toparse a la salida de alguna proyección o en una esquina cualquiera de la ciudad con algunas de las grandes figuras del cine mundial. Esta vez se trata de tres nombres centrales de la historia del cine francés de los últimos 60 años, quienes serán objeto de sendos focos dedicados a recorrer un poco de lo más recordado de sus carreras. Se trata del director Léos Carax, del comediante Pierre Richard, una de las grandes estrellas de las décadas de 1970 y 1980, y de Jean-Pierre Léaud, actor fetiche de François Truffaut y asiduo colaborador de Jean-Luc Godard. Solo eso basta para convertir a este último en uno de los rostros más reconocibles de la Nouvelle Vague, aunque su currículum incluye otros directores no menos notables. Entre ellos Pier Paolo Pasolini, Jacques Rivette, Raoul Ruíz, Agnès Varda, Jerzy Skolimowski, Glauber Rocha y Philippe Garrel. O, más acá en el tiempo, el finés Aki Kaurismaki, Olivier Assayas, Bertrand Bonello y Nobuhiro Suwa. Lo que se dice una auténtica leyenda del mejor cine. De su filmografía, que abarca seis décadas e incluye más de cien trabajos entre largos, cortos, series y películas para televisión, podrán verse la imprescindible Los 400 golpes (1959) y Besos robados (1968), dos de las cinco oportunidades en las que el actor se puso en la piel de Antoine Doinel, inolvidable alter ego de Truffaut. Completan la selección La maman et la putain, película de Jean Eustache de 1973, y uno de sus últimos trabajos, La muerte de Luis XIV (2016), del español Albert Serra.

En el caso del foco dedicado a Carax, uno de los directores surgidos en Francia a mediados de los ‘80 que buscaron enfrentar la figura paternal de la Nouvelle Vague (aunque los rasgos identitarios de aquel movimiento también son visibles en sus trabajos), incluirá otras cuatro películas. Su ópera prima de 1984 Boy Meets Girl; su trabajo siguiente, Mala sangre (1986), con una jovencísima Juliette Binoche; Los amantes de Pont Neuf (1991), que tal vez sea su obra más popular; y su último y consagratorio opus de 2012, Holy Motors. La particularidad del conjunto es que cada uno de los títulos incluidos cuenta con el histriónico y multifacético Denis Lavant a cargo de los roles protagónicos. Por su parte, la sección consagrada a Richard se encarga de volver a poner en pantalla otros cuatro films. Dos de los cuales, estrenados en 1972, se cuentan entre aquellos que cimentaron su fama como comediante. Se trata de Un perfecto desgraciado (dirigida por el propio Richard) y de Alto, rubio y… con un zapato negro, que cuenta con el director Francis Veber entre sus guionistas. Justamente de Veber son las dos películas que completan la breve sección. Ambas pertenecen al territorio temporal de los años 80, en la que el actor ya se había convertido en estrella global: Mala Pata (1981) y Los fugitivos (1986). En ellas tiene como coprotagonista a Gerard Depardieu, con quien por entonces formó un recordado dúo cómico.

La grilla del festival también se hace espacio para celebrar la obra del maestro sueco Ingmar Bergman, con motivo de conmemorarse el centenario de su nacimiento. Serán parte del mismo varias de sus películas emblemáticas, entre ellas Persona, El séptimo sello, Fanny y Alexander y Saraband. El homenaje se completa con la edición de un libro coordinado por Raúl Manrupe, que rastrea las huellas de Bergman en la Argentina, y una muestra gráfica que podrá visitarse en la sede del Museo Casa Castagnino. 

Y para que el cine argentino y sus creadores exhiban lo suyo hay lugar de sobra, no solo en las secciones competitivas, si no en todo el programa. La Competencia Internacional alberga a dos reconocidos cineastas locales que esta vez juegan de lleno con el cine de género. Uno de es el mendocino Alejandro Fadel, cuya segunda película, Muere, monstruo, muere, se desarrolla en los terrenos del thriller y la ciencia ficción. Por su parte Vendrán lluvias suaves es lo nuevo de Iván Fund, cuyas obras suelen ocupar un lugar destacado en las programaciones de Mar del Plata y Bafici. En este caso se trata de la aventura de un grupo de chicos que comparte el imaginario de películas como Los Goonies (Richard Donner, 1985), Cuenta conmigo (Rob Reiner, 1986), o Súper 8 (J. J. Abrahams, 2008), una apuesta infrecuente dentro del cine argentino.

La Competencia Latinoamericana también le hace espacio a los representantes locales. Se destaca en este grupo el nuevo largo de Gastón Solnicki, Introduzione all’oscuro, documental que toma como punto de partida la muerte de Hans Hurch, director de la Viennale durante dos décadas y una figura importante para el desarrollo de la obra de Solnicki. La migración es el último trabajo de Ezequiel Acuña, en el que aborda uno de los temas que más preocupan al cine contemporáneo (el drama de los migrantes), pero para convertirlo en el telón de fondo de las grandes preocupaciones que identifican a la obra del director de Nadar solo (2003). Completa el tridente nacional de la sección el film Para la guerra, ópera prima del platense Francisco Marise. En ella aborda el género bélico desde un punto infrecuente: aquello que ocurre dentro de quien fue protagonista de una guerra.

La última de las competencias principales es la dedicada a exponer un muestrario de la producción argentina más reciente. Dentro de ella se destacan los nuevos trabajos de directores ya conocidos por el público de los grandes festivales, como Julia y el zorro, de la cordobesa Inés Barrionuevo; El lugar de la desaparición, del prolífico Marín Farina; o La boya, lo último de Fernando Spiner, quien supo ocupar hace no mucho el rol de director artístico acá en Mar del Plata. También podrán verse dos que fueron parte de la programación de la Berlinale, a comienzos de año. Se trata de La cama, debut como directora de la actriz Mónica Lairana, y de El día que resistía, de Alessia Chiesa. Completan el lote El hijo del cazador, de Germán Scelso y Federico Robles; Construcciones, de Fernando Restelli; El árbol negro, de Máximo Ciambella y Damián Coluccio; El llanto, de Hernán Fernández; La huella de Tara, de Georgina Barreiro; y Yo niña, de Natural Arpajou.

Pero ahí no se acaba la cosa. También habrá lugar para conocer los trabajos más recientes de grandes autores de acá y allá. Entre ellos los chinos Wang Bing y Jia Zhang-ke, los coreanos Lee Chang-dong y Hong Sang-soo, el griego Yorgos Lanthimos, el estadounidense Frederick Wiseman y el inglés Ben Wheatley, el ucraniano Sergei Loznitsa, el francés Olivier Assayas, el rumano Corneliu Porumboiu, los españoles Carlos Vermut y Albert Serra, el suizo Jean-Marie Straub y el crédito local Raúl Perrone. Y mucho más a través de secciones clásicas como los musicales de Banda Sonora Original, que incluye un documental sobre los rockeros Travis, dirigido por líder de la banda, Fran Healy, que también pasará por Mar del Plata. O las fiestas nocturnas del cine de género en Hora cero y su contraparte latinoamericana, Las Venas Abiertas. O la incorporación del año, Sentidos del humor, espacio dedicado a la comedia. Aunque el recorte se hace sentir en la cantidad, el equipo detrás del Festival de Cine de Mar del Plata ha conseguido compensarlo, aunque sea en parte, con la calidad de siempre.