“No estamos en el mejor de los mundos, estamos en América, entre polos opuestos, adentro y afuera de nosotros mismos”, así condesa Rodolfo Kusch una constante verificada a lo largo de la historia de occidente: el pensamiento binario, escindido entre la razón y las pasiones, entre la culpa y la redención, entre lo alto y lo bajo. En el contexto de nuestro suelo, ese carácter bifronte asumió la excluyente oposición “civilización” o “barbarie”.

En la formulación de los conceptos, se diagnostica lo que sucede pero también se construye el horizonte de lo posible, el reflejo de un imaginario, muchas veces desprendido (como en el caso argentino) del ethos propio de una comunidad. Rodolfo Kusch recusó, a lo largo de su obra, el deber ser del “progresismo civilizatorio”, expresión triunfante de la racionalidad conquistadora que intentó borrar con fuego todo vestigio de cultura indígena.

Según el relato intelectual hegemónico, la historia de nuestro suelo parece llevar, desde su origen, una marca de impureza que los sucesivos proyectos imperialistas intentan redimir. En este devenir, la polaridad fundante es reconstruida, en la obra América profunda, a partir de dos modos que condensan la forma de habitar el mundo de las clases medias urbanas y la imposibilidad de sus intelectuales para entender lo popular. “Hedor” y “pulcritud” expresan dos modos de habitar el suelo y fundamentalmente dan cuenta de las formas de encuentro (o de desencuentro) en torno a lo común. Si el primero expresa un habitar el espacio comunitario –a partir de una simbología mítica– recorrido por lazos afectivos (para el discurso de los vencedores se trata de “una irracionalidad demoníaca y arcaizante”); el segundo, en cambio, condensa las notas distintivas de la “civilización”, es decir, de una racionalidad instrumental configurada a partir de los valores del mercado: la competencia y el consumo.

La historia política de nuestros pueblos, recuerda Kusch, ha estado marcada por intento de redimir esa mácula de origen en nombre de la “pulcritud”: “Siempre vemos a América con rostro sucio que debe ser lavado para afirmar nuestra convicción y nuestra seguridad”. El agua y el miedo podrían pensarse como elementos claves para desarrollar una filosofía que de cuenta de una ontología americana. El agua es fuente de vida y a su vez vehículo de muerte. El miedo anida en las almas atemorizadas frente a todo aquello que la razón abstracta europea no puede conjurar.

Lejos de proponer una simple inversión de la polaridad o una lectura nostálgica de un pasado que no volverá jamás, la obra de Kusch propone una lectura de lo americano desde las manifestaciones singulares de nuestra cultura, desde nuestra América profunda, hasta los ecos de superficie. El drama que expresa el salto entre lo que queremos ser y lo que efectivamente somos, no es otra cosa que el miedo a ser nosotros mismos y a pensar lo propio con categorías forjadas en nuestros contextos.

Por eso mismo, leer la obra de Kusch hoy es de una importancia vital frente a las voces –emanadas desde el “caparazón de progresismo de nuestro suelo ciudadano”– que pretenden impugnar o disolver la potencia de nuestro pasado en los modales de la “pulcritud”. Frente a esta “moralidad ciudadana”, el desafío para el campo intelectual (pero también para el político) es el de situarse en el mundo lejos de la visión ideológica desde arriba. Pues la dualidad constitutiva de nuestra existencia expresa “modos de situarse”, en nuestro presente y en nuestro territorio, atentas a las singularidades de una comunidad que será organizada o seguirá disolviéndose en el flujo del neoliberalismo.

Julián Fava: Profesor de Filosofía (UBA). Cursó estudios de posgrado en Alemania y en Brasil. Se dedica a la difusión de la filosofía en “Vayan a laburar” por AM750 y en “Maldita suerte” por FM La Patriada. Tradujo y prologó obras de G. Bataille, P. Klossowski, W. Benjamin, J. Greisch, P. Mengue, entre otros.