El hallazgo del ARA San Juan le puso freno provisorio al escenario surrealista en que parece haber ingresado la Argentina oficial en las últimas semanas, según los gestos, declaraciones y operetas del equipazo gobernante.

Un terreno que tiene de todo menos, justamente, de surrealismo. 

Es consecuencia inevitable y prevista desde que los cambiemitas asumieron el poder, pero cabe reconocer que la tentación de asombrarse es enorme. 

La ministra de Seguridad había dicho que estamos en un país libre donde quien quiera ir armado puede hacerlo tranquilamente. Pero además, porque pareciera tratarse de provocar al asombro con suma frecuencia, acaba de recomendarles a los porteños que durante la reunión del G-20 dejen la ciudad vacía y se vayan a disfrutar del fin de semana largo, porque Buenos Aires quedará militarizada. 

Arrecia el peligro subversivo de unos comandos anarquistas que ignoran las cámaras de vigilancia mientras tiran bombas. Cuidado: la mujer que ingresó con el explosivo a Recoleta tiene lazos familiares kirchneristas.

Arrestan a dos muchachos de la comunidad musulmana porque la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) denunció que serían terroristas del Hezbollah, a tono con los mapuches independentistas salvajes que integraban la RAM y también reaparecidos en las últimas horas.

Llegó Jack Bauer para custodiarnos contra el hallazgo de un rifle de aire comprimido y unas pistolas para cazar torcazas, regaladas por los bisabuelos.

¿Es chiste?

Por un lado sí porque todo resulta demasiado infantil. Eso es al margen de que deba prevenirse –en particular desde quienes pueden ser víctimas del aprovechamiento oficial de la “amenaza terrorista”– el surgimiento o incremento de loquitos sueltos.

Pero por algo será que el aparato mediático del macrismo les dedica a esos delirios un andamiaje espectacular, incansable, con columnistas que hacen que opinan en serio justo, de paso, cuando la inflación de octubre dio 5,4 por ciento, más del 45 en el último año y con perspectivas del 50 cuando termine éste.

En una de esas ya no se puede tapar el sol con la mano. O bien, o ambas cosas, las fantasías pueriles de una considerable porción de nosotros son más grandes que lo supuesto. Como fuere, avanzar en la unidad opositora requiere del “con” y no del “contra”.

El jueves pasado se cumplió el tercer aniversario del debate entre Macri y Scioli.

Una encuesta circulada en medios y programas mayormente opositores –de los pocos que quedan, si es por influencia masiva– reveló que alrededor de un 65 por ciento de la población recuerda aquélla contienda. Y que cierta mayoría, estrecha, registra al Presidente habiendo cumplido muy pocas o ninguna de sus promesas electorales.

Es dable considerar el relevamiento, aunque se permite la duda acerca de qué es exactamente lo recordado. La intuición, sólo eso, diría que permanecen las dos frases duranbarbísticas centrales. “¿En qué te has transformado, Daniel, o en qué te han transformado?”. Y, tal vez a la cabeza, lo de “parecés un columnista de 6,7,8”.

Probablemente se memore la estafa global de Macri pero, quizá, no la contundencia de sus mentiras puntuales porque eso significaría tener que enojarse demasiado con uno mismo. Sobre todo en tiempos como estos. Es decir: cuando parecería crecer la cantidad de votantes macristas –no el núcleo gorila duro– que se recriminan cómo pudieron haber votado esto.

Dijo Macri, hace tres años, en la Facultad de Derecho, que nunca sería cuestión de ajuste. Que ese término no existiría. Que era un invento kirchnerista. Que el objetivo excluyente –hoy Déficit Cero– era Hambre Cero. Que el dólar no estaría a más de 15 pesos. Que se crearían dos millones de puestos de trabajo y un millón de créditos hipotecarios a 30 años. Que ningún trabajador pagaría impuesto a las ganancias. Y que este país no tiene problemas de dólares porque, simplemente, produce dólares.

La advertencia de que un gobierno macrista produciría exactamente el reverso de sus promesas fue contra-inteligenciada con otro recurso publicitario brillante, ingenioso o efectivo: era la campaña del miedo impulsada por los K.

No se podría mentir tanto. Los ricos como Macri no tienen por qué robar. Si dijeron que no provocarían la devaluación más grande del mundo junto con la quita de retenciones al agronegocio (inédito a nivel de la historia planetaria del capitalismo), así sería.

Acá estamos.

Hablando de historia, Nicolás Dujovne aportó lo suyo al señalar que nunca se vio un ajuste semejante sin que cayera el Gobierno. No cometió sincericidio alguno. Esa interpretación es una ingenuidad de comentaristas apurados o indignados.

Dujovne solamente subrayó lo que dice el informe técnico del último “acuerdo” con el FMI: por lo menos en la primera etapa del ajuste, calculada a junio de este año en adelante, la reacción social habría de ser menor a la esperada.

Algo de eso se simbolizó en la Cámara alta cuando, en la madrugada del jueves, el Presupuesto 2019 dictado por el Fondo pasó como por un tubo.

No hubo senador, Miguel Ángel Pichetto incluido o arriba del podio, que no dijera o sugiriera que votaba esa infamia tapándose la nariz. 

El único antecedente parlamentario que se recuerda de semejante conciencia culposa es la sanción de la Obediencia Debida para domesticar los levantamientos carapintada, en junio de 1987. Entonces y sin embargo, había la excusa cínica o gravemente discutible de custodiar la democracia. Hoy no.

Ahora apenas se trató de dibujar que Argentina requiere confianza externa, para que de una vez por todas lleguen las inversiones, cuando sólo hay de por medio unas transas de fondos con gobernadores cómplices del desfalco nacional. Y con sus senadores, y antes sus diputados, ideológicamente afectos a la reedición de la Banelco de abril de 2000.

Es comprensible (digamos) que los mandatarios provinciales hayan priorizado salvar su rancho obteniendo concesiones varias: aportes extra a las cajas jubilatorias distritales; dinero compensatorio por la quita de subsidios al transporte público; retribuciones por la pérdida del fondo sojero; plata para obra pública ya comprometida.

La línea bajada por ese club de los gobernadores hacia sus legisladores sensibles dio resultado. Pero claro que se impone la pregunta acerca de si entraron y prosiguen en la actividad política para, apenas, vegetar como administradores y votadores del ajuste.

No parecería que ese camino macrista esté libre de obstáculos muy complicados.

El bloque del denominado “peronismo racional” va partiéndose. Sus referentes no tienen votos, ni prestigio, ni carisma.

Pichetto es una estrella de operación mediática sin el más mínimo encanto personal. El salteño Urtubey brinda tímidos signos de querer despegarse, pero no encuentra la forma. Y otras figuritas de alcance aldeano comienzan a preguntarse si es negocio insistir con que Cristina es el demonio personificado.

Aun con todas las prevenciones citadas en este y otros tantos espacios, respecto de que la unificación debe tender a la unidad porque el panorama de vencimientos de la deuda externa a caer después de 2019 es terrorífico, hay esa movida de que se junten todos contra la prosecución de esta pesadilla. Una tendencia que no es cada día más rápida, pero sí menos displicente.

Los escribas y comunicadores de los grandes medios tradicionales están nerviosos. Pasa lo mismo con consultores del establishment que se interrogan si acaso será posible el retorno del “populismo”. En general, responden que sí.

De autocrítica, cero. Arguyen que el problema es la ineficiencia del equipo macrista y no el modelo que deja afuera al grueso de los argentinos.

Típico de la derecha, que la autocrítica se la hagan la izquierda y los demás que no entienden a éste como el único camino.