La novela comienza cuando una pareja de recién casados provenientes de dos ciudades del interior (Santa Helena y Esperanza en Santa Fe) llegan a Buenos Aires de luna de miel. Asombrados recorren el centro porteño y pueden asistir en el Teatro Avenida a una actuación de Miguel de Molina, el cantante español que perseguido por el franquismo se radicó en Argentina desde 1942. En esos años de mitad de siglo transcurre la historia de Elena y Valerio. Ambos aparecen ante familiares y amigos como un flamante matrimonio, al igual que tantos otros, pero sólo aparentemente. Hay en Valerio un secreto que decide no revelarle a su esposa y en ella, desde chica, recurrentes malestares que se suponía (por las promesas de la tía y las oraciones del cura) que iban a desvanecerse cuando le llegara el momento de acudir a los bailes y fue precisamente en un baile con jóvenes apuestos y muchachas “casaderas” que conoció y se enamoró de Valerio. Pero aquello que habitaba en ella como una “una vara fina, una aguja de tejer de metal” no cesó ni siquiera entonces de atravesarle el cuerpo y el síntoma prosiguió en la resistencia a consumar el matrimonio. Esta situación íntima, no trasciende ese espacio y comienza la vida en común, posterior al noviazgo epistolar cuando él era marino. La historia se va desgranando desde el punto de vista tanto de Valerio como del de Elena. En ambos casos surgen los recuerdos no siempre felices de la niñez y de la juventud, parciales aprendizajes sobre las actitudes de los adultos y experiencias de viajes o ancladas en los pueblos. 

Pautado en capítulos titulados con los nombres de los personajes, en el relato van develándose vínculos que ponen en primer plano sea al padre, la madrina, la cuñada, la prima, el hermano, la curandera, el médico joven, pero, no casualmente en varios de estos recurren sobre todo los de los protagonistas, “Elena y Valerio”, para destacar la casi insólita relación entre ambos donde se ve la comprensión extrema del hombre ante la negativa de la mujer, además los oficios, los tratos con parientes, los ámbitos hogareños, las habilidades culinarias o, como en el caso de Elena, para la costura, al punto de lograr su “cuarto propio” como modista. 

El conflicto central de la pareja se ve enlazado con otros, así tanto los sentimientos solidarios y de afecto conviven con los de más o menos disimuladas agresiones y hasta enfrentamientos. Tanto el mundo del trabajo (a través de los oficios que se nombran) como el de las casas configuran un escenario de época y mucho se pormenorizan costumbres, modos de hablar, expresiones corrientes entonces, como si se escuchara la entonación de esas voces igual que se perciben en una vieja película. Y esto sucede por una modalidad de contar que va fluyendo de modo tal que pese a la división en capítulos se va presentando como un continuo enlazando pasados y presentes de donde emergen las preguntas e inquietudes sean referidas o presentadas en diálogos amables, suspicaces, irónicos a veces, crueles otras. Y en esta mostración de un conjunto de subjetividades los personajes surgen nítidos y perfectamente caracterizados por la gracia e inmediatez con que se los muestra, inclusive a los más antipáticos. Es destacable también la atención a los detalles, las sutiles observaciones en cuanto a muebles, enseres de cocina, ropas, viviendas, terrenos, caminos, plantas y animales.

Mientras las desavenencias entre parientes que provocan enfrentamientos, desapego y soterradas o manifiestas violencias socavan la  convivencia y dan paso a actos de mezquindad y maltrato, sigue en pie la sostenida esperanza de que los enamorados arriben por fin a su unión total. Sin hechos extraordinarios, tal espera tampoco promueve estridencias o exabruptos, tan firme como acallada, en la sencilla prosa en que se refiere, simplemente está allí, también exenta de lamentos o lentas melancolías, mientras todo sigue su curso, como las estaciones del año, los días y las noches, las idas y venidas de un pueblo a otro, las consuetudinarias tareas y las expectativas que se cifran en una imagen recurrente y también acorde con un objeto de aquellos tiempos: la casita de madera de donde salen alternativamente los muñequitos, el hombrecito o la mujer, anunciando mal o buen pronóstico (que aquí  no es solo metereológico) y que de algún modo se convierte en un símbolo de la peripecia novelística.

Aun con sus raccontos, la historia avanza a un desenlace que devela tanto el secreto de Valerio como el interrogante de Elena. El momento de reminiscencia en que ella revive el hecho traumático grabado en su cuerpo se alza con ímpetu en la superficie del relato y tiene consecuencias. Queda para el final la revelación de quien en realidad narró toda esta pequeña gran historia de amor. 

La autora de esta novela, que ha desarrollado una magnífica trayectoria como narradora oral, recurre aquí a tal habilidad en algo más extenso que los cuentos, pero cuyos episodios mucho recuerdan su fino modo de interpretar personajes y situaciones, que, esta vez, ella misma ha creado.