Después de mi debut en Primera División se vino una etapa muy intensa en el club. Tenía 17 años y San Lorenzo de Almagro buscaba ser competitivo mientras yo empezaba a ser considerado por el cuerpo técnico. Tomaba aquella situación con naturalidad. En aquel momento, a esa edad, todavía llevaba una vida adolescente. Fueron dos años en los que me costó afianzarme, alternando bastante en el primer equipo pero sin poder alcanzar algún campeonato. Siempre nos quedábamos en la puerta, tanto a nivel local como internacional, pero se formó una base de jóvenes jugadores que luego serían la clave para una seguidilla de títulos importantes en la historia de San Lorenzo de Almagro. Además, viví algunos momentos, buenos y malos, que me marcaron para el resto de mi carrera profesional.

Llegó enero de 1999 y realicé por primera vez la pretemporada con la Primera División. Oscar Ruggeri, que había llegado de forma transitoria luego de la renuncia de Alfio Basile en 1998, firmó contrato para realizar su primera experiencia como entrenador profesional. En ese equipo había varios jugadores importantes, que los veía de chico cuando arranqué a jugar en las divisiones menores de San Lorenzo de Almagro. Estaban Néstor Gorosito, Francisco Rivadero, Damián Manusovich, Fernando Galetto y Oscar Passet, entre otros. De mirarlos en la tele o en la cancha cuando jugaban en el Nuevo Gasómetro pasé a verlos todos los días. ¡Y como compañeros! Toda una experiencia nueva. Recuerdo la alegría que tuve cuando me avisaron que viajaría con el plantel para realizar la pretemporada en Mar del Plata. Si bien Oscar había seleccionado alrededor de 35 jugadores para viajar, incluyendo varios juveniles como yo, pertenecer a ese grupo fue muy importante para mí. Tuve la posibilidad de mostrarme en los entrenamientos y de ser considerado para todos los partidos que disputamos en los torneos de verano, tanto en Mar del Plata como en Mendoza. Si bien éramos muchos jugadores, a los partidos eran citados solo 16 futbolistas, en los que siempre estuve presente.

Al pertenecer a ese grupo que concentraba para jugar los amistosos de verano, tuve la posibilidad de comenzar a tratar con los futbolistas de mayor trayectoria, como Gorosito. Nosotros en Mar del Plata parábamos en el Hotel Sasso de Punta Mogotes, pero cuando nos tocaba viajar a la provincia de Mendoza para disputar los otros partidos amistosos, me tocó compartir la habitación con ‘Pipo’. Lo único que me unía a él en aquel momento era el puesto en la cancha. Junto a Paulo Silas, Gorosito siempre fue un referente para mí. Un jugador talentoso, exquisito, que siempre te daba la pelota redonda, al pie. Un crack. Al principio me costaba mirarlo, hablarle, pero él siempre me trató muy bien y jamás puso distancia. Todo lo contrario, aunque yo siempre prefería estar callado, manejándome respetuosamente y quedando a su disposición para lo que necesitara. En el hotel donde nos alojamos en Mendoza había un Casino. Pipo, después de cenar, a veces se daba una vuelta por ahí. Recuerdo que los 16 jugadores concentrados teníamos un premio que se repartía en partes iguales. Te lo pagaban en el momento solo por estar concentrado para jugar los amistosos. Por ende, a mí me tocaba y en ese momento era bastante plata. Por partido, nos daban dos mil pesos. En ese momento, dos mil dólares por la famosa conversión del “uno a uno”. ¡Mucha guita! Una noche de esas que ‘Pipo’ fue al casino me pidió que fuera a retirar a la habitación del ‘Flaco’ Passet el premio del él y el mío. Sin conocerme demasiado, me había tirado esa responsabilidad. Llegué a la pieza y ahí estaba nuestro arquero, repartiendo el dinero. Cuando me acerqué me miró raro, medio mal. Muy serio. Yo estaba un poco cagado por la situación. Encima le tenía que decir que también venía a buscar lo de Gorosito. “Oscar, me dijo ‘Pipo’ que me des lo de él”, atiné a decirle tímidamente. “¿Estás seguro, ‘Pipi’?, me preguntó frunciendo las cejas. Cuando me dio lo mío y lo de ‘Pipo’, guardé todo entre la ropa que llevaba puesta. Volver a mi habitación parecía una eternidad. Mucha plata encima y no quería que se me perdiera un peso. Por eso, apenas llegué al cuarto lo primero que hice fue abrir el cajón que estaba al lado de la cama de ‘Pipo’ y allí le dejé los dos mil pesos. Al rato, cuando ‘Pipo’ volvió, yo ya estaba acostado en la cama y con la luz apagada, casi dormido. Desde ahí le avisé que había dejado la plata en su cajón. Respiré tranquilo. Misión cumplida.

Por haber concentrado para los cuatro partidos de verano, de los cuales jugué poco y nada, me gané ocho mil pesos/dólares. Esa plata significaba casi la mitad de lo que salía el primer auto que me compré apenas regresé de la pretemporada. Entre unos viáticos que tenía ahorrados, más ese dinero, saqué un Peugeot 206 cero kilómetro blanco, base y gasolero. Recuerdo que en aquel momento lo pagué 17.500 pesos. Me decidí rápido a comprarlo. Estaba entusiasmado. Primero lo había hablado con mi familia, pero como la plata era mía no lo consulté tanto y le di para adelante. Lo compré en una concesionaria que quedaba a diez cuadras de mi casa, en la que todavía hoy viven mis viejos. Cuando fui al primer entrenamiento con el auto me agarró Ruggeri. No me cagó a pedos, pero me habló bastante y me aconsejó que primero tenía que comprarme un departamento. Incluso me cargaba, se acercaba al auto y me preguntaba dónde estaba la cocina y el baño. Yo me cagué de risa y lo tomé para bien. Estaba a punto de cumplir 18 años y, la verdad, es que era muy chico y estaba “en babia”. En esos primeros meses de 1999 me tocó firmar mi primer contrato. Hasta ese momento, solo cobraba un viático de 500 pesos. Pero el club quería que firmara. Mi representante en ese momento, Marcelo Lombilla, gestionó todo. Lo resolvió directamente con el presidente Fernando Miele, quien manejaba prácticamente todo el fútbol de San Lorenzo a su antojo. La verdad es que no me acuerdo la cifra, pero estaba feliz por cumplir el objetivo que años atrás parecía imposible. Ya era jugador profesional. En esa primera pretemporada que realicé, mi familia viajó a Mar del Plata. Alquilaron un departamento con cochera por el centro de la ciudad. Fueron con mi auto, que tenía muy pocos kilómetros. Hubo una tarde que vinieron a visitarme al hotel y justo se largó una lluvia torrencial en toda la costa. Mi papá, cuando vio semejante tormenta, se empezó a preocupar por el auto, ya que tenían que volver al departamento cuando parecía muy difícil circular por la ciudad, dado que podía inundarse. Pero no solo lograron volver bien al departamento, sino que se sintieron afortunados porque lo único que se había inundado fue la cochera que habían alquilado. ¡Cómo zafé! Yo casi ni había usado el auto y si ellos no me hubieran ido a visitar, quizás el 206 blanco se habría destruido totalmente. 

El torneo local, Clausura 99, arrancó muy bien para San Lorenzo. En lo personal no tenía muchas posibilidades en un principio. Volví a jugar más en la Reserva, dado que en la Primera División estaba Gorosito como enganche indiscutido. Pero hubo dos partidos que Ruggeri me llevó al banco y me tocó ingresar. Lo hacía más suelto, en otra posición que no era la mía natural. El primero fue un triunfo ante Talleres de local 1-0 y el segundo una derrota en Arroyito contra Central 1-0. En los dos partidos anduve bien, me sentí cómodo y el entrenador me dio la confianza para ser titular por primera vez la fecha siguiente contra Independiente en el Nuevo Gasómetro. A pesar de ser el debut en el equipo principal, estaba tranquilo. Traté de no ponerme nervioso y tomarlo con calma. Sabía que era una oportunidad inmejorable, porque además me tocó jugar junto a Gorosito. Diferente hubiera sido reemplazarlo a él. Ruggeri me puso más arriba, cerca de Claudio Biaggio, el delantero titular de ese equipo. Jugué con la camiseta número 21, ya que la 10 era de ‘Pipo’. Fue un partido intenso, de ida y vuelta, bien jugado. El Rojo tenía buenos jugadores. Estaban Gabriel Milito, Esteban Cambiasso, Raúl Cascini y el director técnico era César Luis Menotti, quien había sido entrenador de mi viejo. En el primer tiempo tuve dos situaciones de gol, la primera muy clara. Aldo Paredes tiró un centro justo donde estaba parado, casi en el área chica. Saqué un cabezazo de pique pero el arquero Norberto Scoponi la sacó al córner. Me ahogó mi primer grito de gol. Después tuve otra dentro del área, pateando de zurda, cruzado, pero se fue lejos. A pesar de no haber podido anotar, me fui feliz porque ganamos 3-0 y el equipo seguía prendido para pelear el campeonato.

Ese plantel de San Lorenzo estaba conformado por jugadores de experiencia y jóvenes que venían teniendo muy buenas actuaciones en las inferiores. Había muchos integrantes de aquel famoso equipo denominado La Cicloneta.