En dos días cumplirá 84 años. Justo el Día Nacional del Teatro. “Tuve una de estas cosas de viejo, en las vértebras, que se ponen viejas. Un día ya no podía caminar, pero me estoy haciendo un tratamiento muy bueno y estoy cada vez mejor. De las cejas para arriba estoy bien”, dice Roberto “Tito” Cossa. No hace falta que aclare esto último. Es evidente. Dice, también, que perdió entusiasmo por la escritura. Pero los 84 van a encontrarlo con un borrador prácticamente cocinado, de un género en el que aún no se había adentrado –la ciencia ficción– y escrito en conjunto con su hijo Mariano, músico y autor. Sólo queda rezar se llama la obra, que estrenará el año que viene. El dramaturgo espera que sea en el nuevo Teatro del Pueblo, una vez que se complete la mudanza de la legendaria sala. “Es la primera vez que salgo de la Tierra y de Buenos Aires”, adelanta, sobre el nuevo material.

Como es habitual, fuma en pipa. Toma algún que otro mate. Es notablemente amable. Está atento a los dos gatos que merodean por su departamento. Posa para las fotos en su estudio, donde hay varios retratos suyos hechos por María, con quien se casó a los 81. La actividad del autor de La nona no se agota en la escritura. Aunque su gestión como presidente de Argentores (la sociedad de autores de la Argentina) terminó hace cuatro años, siempre siguió colaborando con la entidad y a fines de agosto fue nombrado presidente de honor. Hoy a las 19, en el auditorio del organismo (Melo 1820), será el encargado de cerrar el ciclo “Encuentro con creadores”, en el marco de una charla con entrada gratuita y coordinación de la periodista Alicia Petti. “Yo no doy conferencias. Introduzco un poco y digo ‘pregunten’, porque no puedo desarrollar un tema teórico serio. Eso sí, de lo único que no puedo hablar es de sexo, porque no me acuerdo”, bromea.

Su último estreno fue Un hombre equivocado (Teatro Cervantes, 2016), versión libre del guión de la película El arreglo, escrito por él y Carlos Somigliana. “Me está costando un poco la computadora. No tengo entusiasmo. Pero, ya ve: acabo de escribir. Aunque acompañado. Con alguien que me tiene del brazo”, subraya. “Terminé un borrador de una obra con mi hijo, Mariano, que también es autor. Y estamos en eso. Tenemos que redondearla un poco y ponerla en marcha el año que viene. Es un encuentro entre un terrestre y un extraterrestre de un planeta muchísimo más avanzado. Se enfrentan dos mundos”, detalla Cossa. Es su debut en la ciencia ficción. “El detonante es mío, pero como (el texto) toma temas científicos, palabras científicas, tenía que empezar a poner el Google, porque yo de ciencia, nada. Mariano conoce bastante. Ha leído mucho. Iba a ayudarme, pero terminamos escribiendo juntos”, cuenta. El director será Andrés Bazzalo. El elenco no está definido”.

–¿Cómo fue escribir con su hijo?

–Nos comunicábamos por Internet y él venía una vez por semana. Nos leíamos, nos criticábamos y volvíamos a encontrarnos con los cambios. Cada uno escribía en su casa. No hay reglas para escribir con otros. Yo tuve varias experiencias, y lo que me da resultado es la soledad de escribir, después que el compañero reciba y traiga lo suyo él también. Mariano es muy buen autor, tiene oficio. Aparte es lindo escribir una obra con un hijo. Si uno se lleva bien con el hijo, claro.

–¿Tiene hábitos de escritura? Por ejemplo, ¿escribe en determinado momento del día?

–No. Eso de ponerse el overol a tal hora, no... Y cada vez escribo menos. Antes escribía de noche, ahora a la tarde. Estoy perdiendo entusiasmo por la escritura. La pasión viene cuando aparece algo que me entusiasma. Pero si no, sentarme con la página en blanco y decir “a ver...”, no, no. A mí se me cruza una situación, generalmente dos personajes –generalmente uno tiene mi edad– y un pequeño diálogo. Un día me siento a escribir y voy avanzando, encontrando continuidades. Lo que yo llamo la estrategia: para llegar a esta escena tiene que pasar esta.

–No había escrito ciencia ficción, ¿no?

–No. Por eso también lo necesitaba a Mariano, porque entraba en un estilo que no es el mío. Como me dijo un autor: “Si no se dice ‘che’ ni se toma ginebra, no es una obra tuya”. Creo que llegué a la página siete y hablé con Mariano.

–¿Y cómo surgió la idea de la obra?

–Ay, no sé cómo bajan las ideas. Me lo han preguntado de otras obras, pero no sé. No me acuerdo y aparte, insisto, me llevaba a un mundo que no es el mío. Es la primera vez que salgo de la Tierra y de Buenos Aires. No me interesa la ciencia ficción. Cine de ciencia ficción no veo porque no, qué sé yo. Salió eso, evidentemente me enganchó porque empecé a escribir. Pero sin Mariano no la hubiera escrito.

–¿Ha cambiado mucho en el tiempo el oficio del dramaturgo?

–Uh... La dramaturgia ha perdido rol literario. Cuando yo empecé a escribir estaban vivos y escribiendo Brecht, Beckett, O’Neill había muerto pero su obra estaba viva, Miller, Tennessee Williams, Sartre. Hoy no hay nadie así. No es la muerte del autor, sino la del valor literario. La literatura teatral ha perdido prestigio, y ha entrado el director como el verdadero autor del espectáculo. Hay un maltrato del texto y una mirada de entretenimiento. Una especie de traslación hacia una cosa más espectacular y la palabra ahí va quedando. Es cultural. Lo que tiene esto es que se va renovando, no cambia definitivamente. En mi época nos intercambiábamos libros de grandes novelistas, sobre todo del boom latinoamericano. Hoy nos pasamos miniseries norteamericanas, que son muy buenas.

–¿Cuáles le han gustado?

–No las veo. Vi bastante Mad Men, que estaba bien. Son interesantes; hay buenos guionistas. A mí me cuesta mucho la continuidad. La vi, bastante avanzada, pero al final me cansé. Creo que vivimos un mundo muy cambiante. Pero no estoy indignado. Es cultural. Hay cosas que no entiendo. Toda la nueva tecnología me supera. ¿Voy a empezar a correr un tren que se fue ya? No tengo ganas y no lo necesito. No tengo Facebook ni tendría.

–¿Qué siente cuando un material suyo continúa teniendo vigencia después de tanto tiempo?

–Me siento bien. Me están pidiendo muchas obras. En Grecia ya es la cuarta o quinta vez que me piden La nona. Yo digo que debe ser por el Fondo Monetario Internacional, por adjudicarle la metáfora. Es quizá más gratificante eso que un buen estreno. Tute cabrero fue escrita en el ‘67 y todavía se hace. Tiene un publiquito. Siempre depende de la puesta: no hay obra buena que resista una mala puesta. A mí me piden que vaya pero no voy. Se los digo: soy muy mal espectador. Empiezo a encontrar defectos y tengo mucho apego al original. Veo todos los estrenos y han sido muy buenos, entonces digo que soy mal espectador. Cuando las obras proponen buenos personajes y situaciones ordenadas, son los actores los que los llevan. Una vez me dijeron que un director dijo que los dramaturgos están muertos. Y yo dije que sí, pero que donamos los órganos. ¿Quién lee hoy El Quijote, que no sea un profesional, un estudioso? Si algunos, por ahí... en un tren, de viaje, no leés El Quijote. Pero, ¿cuántos Romeo y Julieta se están haciendo en el mundo? Claro, si los ve Shakespeare por ahí se muere. Pero están. Esa es mi coartada. No sé cómo hacen mis obras; mejor ni quiero hablar. Me pidieron La nona del Teatro Nacional de Escocia y en la página tres entraba Margaret Thatcher. Que hagan lo que quieran. La dramaturgia tiene esa especie de posibilidad de sobrevivir. Siempre se dijo que había que esperar cincuenta años. La nona lleva ya cuarenta.

–¿Cómo es el camino entre el planteo de una metáfora acerca de la situación social y política del país y una escena de la vida cotidiana? ¿Qué aparece primero?

–Primero pienso en la escena. No hay que pensar en la metáfora, porque te empezás a meter en la metáfora y deja de serlo. Para mí, La nona era una vieja que come. Pobre, le saqué el dato a mi abuelo, que era un laburante de la puta madre, que crió siete hijos, todos bien. Trabajaba de carpintero, pero comía... Le saqué eso y el idioma. Hablaba cocoliche a pesar de que hacía setenta años que estaba acá. Pero no puse una metáfora. Un día, los actores me preguntaron quién era la nona. “No sé”, les dije. Después empecé a indagar. Creo que es la muerte. La escribí como guión de televisión, mucho antes. Cuando vino el golpe, la dictadura genocida, dejé el periodismo, por muchas razones. Quería irme del país, pero no me fui, me quedé y escribí La nona. Escribí la primera parte, faltaba algo, y toda la segunda parte son las muertes de todos los personajes. Supongo que ahí entra el tema. Pero tampoco lo podría afirmar. Y (Carlos) Gorostiza dijo que la nona es para cada uno aquello que lo destruye. Quedamos así. Que cada uno lo viva a su manera. Después, en algunas charlas decían que era la inflación o la dictadura. En fin, ahí quedó. Lo que tiene es valor teatral. Yo no me enganché con ninguna metáfora. Cuento la historia, me divierto, descubro. 

–¿Cómo se relacionan los contextos con la escritura?

–El peligro es ponerse periodístico. Decir “bueno, hoy voy a hablar del partido de Boca y River”. Ojo, esto no son reglas. Nunca son reglas. En general, conviene digerir y que salga de otra manera. Estuve muy tentado siempre de escribir sobre el genocidio. Pero no me salía. Me daba cuenta de que me estaba poniendo lineal. Encontré la vuelta con Daños colaterales, porque en vez de contar el heroísmo de los resistentes, describí a los genocidas. Bien o mal, salió. Pude descargar ese tema que siempre me daba vueltas. Pero me daba cuenta de lo difícil que es poner a las Madres de Plaza de Mayo. Tenés que ser Shakespeare para darle a eso un vuelo; y tampoco, porque no las podés poner como intocables. Tenés que poner contradicciones.

–¿Qué particularidades nota en este momento político?

–Este momento no me sirve para escribir. Mucho menos teatro. Sí notas periodísticas. Estoy totalmente viviendo una pesadilla. Quizá los jóvenes no lo entiendan, pero lo que hemos pasado... Después de tanto, de sufrir a los militares, la dictadura fascista y todo eso, aparece un gobierno que los mete en cana, que respeta a las minorías, que instala el matrimonio igualitario. Dejemos de lado lo económico. Pero bueno, se avanzó. Es cierto: se frenó en un momento. Yo creía que habíamos dado un paso adelante y que todo lo que había que hacer era seguir avanzando. Y no, viene esta runfla. Encima votados, porque no son milicos que tomaron el poder. Los votaron y a lo mejor los vuelven a votar. Es lo que me obsesiona. Cuatro años más a cierta edad en la que pagaste el último peaje. No es agradable. Creo que tendría que volver al periodismo. Pero la máquina se va gastando. No tengo ese entusiasmo.

–Ha contado que decidió dedicarse a la escritura porque no se animó a ser actor. ¿Se arrepiente?

–No me animé, aunque era bueno. Me achiqué con el escenario, el pánico escénico. Me arrepiento absolutamente, porque el actor es el único que copula con el teatro. La gran ceremonia es estar arriba del escenario. Los aplausos, que te conozcan. Es una profesión muy dolorosa, eso sí. Hay un dicho que dice “un día comés faisán y al otro te comés las plumas”.