Alice es un periodista que está escribiendo sobre la muerte de un niño de nueve años que fue encontrado, sin rastro de maltrato ni violencia, en un edificio ruinoso. Aunque un informante policial le insiste en que el niño muerto se relaciona con una guerra entre bandas criminales a punto de estallar, Alice sostiene la hipótesis de que esa muerte tiene que ver con la atracción infantil por los lugares deshabitados. El presente de Alice vive esa misma tensión: la crispación de un realismo amarillista latente superpuesta a una fantasía personal como forma exploratoria de lo incierto. Es ese mismo lugar que habita la película mendocina Los ojos llorosos, dirigida por Cristian Pellegrini, que con el protagonismo de Alice (Manuel García Migani) se propone narrar el vih desde esa doble perspectiva.

Cuando una médica le entrega los retrovirales para iniciar el tratamiento frente a su elevada carga viral, Alice lo primero que responde es “soy Aids-man, el hombre virus”, inventando un alter ego de historieta. “Aids-man es un superhéroe mendocino, pero en él el virus le da poder. Ha venido a salvar a todos los sidosos del mundo”, explica al personaje, una forma de fuga imaginaria que queda en ese enunciado catártico. A pesar de esa fantasía de salvación colectiva, Alice no quiere comenzar el tratamiento de dos tomas de retrovirales diarias. Así, Los ojos llorosos no vuelve al relato primario del shock frente al diagnóstico, sino que se plantea como una película sobre la adhesión o no al tratamiento. En épocas donde la degradada Secretaría de Salud de la Nación está denunciada por falta de medicación para el vih, esta película trata paradójicamente sobre un joven que decide no tomar la medicación y la devuelve. Todo el entorno del personaje, principalmente su médico, su madre, su hermana y su tía, parece desestabilizarse frente a las elecciones de Alice, incluyendo su adicción a la cocaína, representada sin estridencias, con un realismo nocturno bastante lúcido.

Frente a retratos y metáforas morales sobre el sida y el vih, Los ojos llorosos prefiere la contradicción vital, la mirada suelta, intensa y nunca lineal sobre salud y enfermedad, sobre mandatos institucionales y elecciones personales. La contemplación y el estatismo se suceden con momentos de tensión y ataques de violencia en una intermitencia que escapa a lo esperable; el relato adquiere ritmo y dinámica propias por el tránsito de un personaje como Alice, quien no obedece a lo que debe hacer o no alguien viviendo con vih. ¿Por qué una película sobre vih tiene la obligación de ser didáctica? ¿Es lícito crear ficciones sobre vih que desobedezcan mandatos científicos, médicos, familiares, sociales? Alice, personaje de nombre femenino como homenaje a Alice Cooper, se reconcilia con su novio Pablo en un pub donde Sylvia Ferrer canta un cover de Imágenes paganas del Virus de Federico Moura. Esa reinterpretación musical es clave, porque como la película, se propone buscar su propio ritmo, cantar a su modo, encontrar otra voz. A pesar del título, Los ojos llorosos es un relato sin sentimientos prefijados, sin una realidad de mártires, villanos y héroes, sin usar al vih y al sida como cuento aleccionador.

Más información sobre las funciones simultáneas en cinco ciudades del país (La Plata, Tandil, San Miguel de Tucumán, Godoy Cruz y Bariloche), el 1º de diciembre en espacioqueer.com.ar