@Un título como el de esta película debe ser necesariamente irónico: ya nadie, salvo la corporación Disney, cree que existan las noches de paz. Y si existieran serían tan aburridas que para qué filmarlas. Desde la danesa La celebración (1998) se sabe que si una familia se reúne va a ser para un juego de la verdad, del que saldrán todos los esqueletos que estaban en el ropero. Las diferencias pasan, en tal caso, por la gradación de daños, que irán, según el caso, de lo traumático a lo monstruoso. Exponente medio del subgénero, este film polaco oscila entre la pervivencia de los afectos, la desolación, el perdón, la desilusión y un posible filón de optimismo.

El treintañero Adam (Dawid Ogrodnik) regresa a Polonia tras unos años en el extranjero. Lo hace para pasar navidad con la familia. En casa de sus padres, ubicada en una zona rural, se dibujan roles y tipologías. La madre, que se ocupa de todo y de todos, aunque no con excesiva felicidad. El padre alcohólico, que amparado en su trabajo nómade no se hizo muy presente durante la crianza de los hijos, y que viene sosteniendo un par de meses sin tocar la bebida. Adam, hermano mayor, se comporta como tal, siempre atento a socorrer a la madre y a rescatar al padre. Pawel, el hermano que le sigue, tiene algún serio entripado con él, por lo cual cada vez que se miran o se rozan hay chisporroteos de tensión. Está el tío chistoso con su familia, el abuelo de borrachera alegre, un cuñado golpeador y la hermanita menor, cuya mezcla de ingenuidad con inteligencia la convierten en esperanza de la familia.

Hay un aire de fatalismo, de cosa irremontable, que se expresa tanto en los contactos personales, en los que besos y abrazos se retacean, como en el semblante grave y preocupado de Adam. ¿A qué se debe esa preocupación? No está del todo claro. Por un lado, Adam necesita mostrar que en el extranjero le está yendo mejor de lo que en realidad le va. Por otro está el gato encerrado con el hermano, que esconde una carta que va a sumar al clima de desazón. Clima que se ve reforzado por la oscuridad de la noche (aunque se sientan a cenar a las 5 de la tarde) y el tono mortecino de los interiores. Circula por allí una idea del polaco como hombre débil. Adam también viene con una carta bajo la manga, esperando el momento adecuado para jugarla. Ocasionalmente esa tipologización roza la caricatura, como en el caso de la sobrina adolescente que vive tecleando el celular y quiere cobrar cada pequeño favor que se le pide.

Así como los biopics suelen funcionar como greatest hits en la vida del biografiado, las películas de reuniones familiares suelen concentrar episodios de la vida entera en una única noche. Noche de paz no es la excepción: en cuestión de horas se anuncian nacimientos, se descubren infidelidades, se inician proyectos. Convenciones genéricas, como la muerte del mejor amigo en una de guerra o el duelo final de un western.