De Albuquerque, Nueva México, llegó ajado el Martín Fierro. Casi al mismo tiempo venía, en tránsito desde Nueva York y fulminado de tanta escala, El túnel de Ernesto Sábato. Hubo otros arribos: de Bogotá, Madrid, Chivilcoy, La Pampa y de... Mercado Libre. Todos traían el mismo sello: una flor geométrica, en blanco, negro y rojo o azul, hay 95 por ciento de seguridad que sea un diseño de Rómulo Macció. Y un desfile ecléctico de literatura deliciosamente embalada por ilustraciones de... ¿una misma mano? 

Sí, de una misma mano de una persona que pensaba que “todas las artes son esencialmente expresiones: es decir, mensaje. Entre ellas, ninguna más directa que el dibujo, ninguna capaz de mayor síntesis, ninguna que iguale el milagro de la línea que en un par de trazos certeros representa un mundo de ideas o de sensaciones, o fija indeleblemente los rasgos de carácter, o el vuelo de un ave. El dibujo, viejo como la humanidad, forma la base misma de su civilización”. 

¿Quién no tiene impregnadas en la retina de su memoria librera las geometrías coloridas de Los Libros del Mirasol? Aquella colección popular que, con sus obras enmarcadas en blanco por el propio diseño de tapa, lograba cuadros expresionistas en miniatura. Eran los años dorados del boom editorial argentino, que en su segundo pico de la primera mitad de los 60 sumaba autores nacionales. Hagan cuentas: ni Mafalda ni la minifalda y la doble plataforma habían irrumpido en el mundo aún. 

Pasiones compartidas

1962 arrancó con el papa Juan XXIII excomulgando al líder de la revolución cubana, Fidel Castro, cuyo ministro de industrias, el Che, había sido recibido meses antes por el presidente Arturo Frondizi en la Argentina. No duraría mucho al frente del país: ese fue otro de los motivos del malestar uniformado con Frondizi, además –y sobre todo–, de que hubiera levantado la proscripción que le permitió al peronismo ganar en diez provincias. Así, un golpe cívico militar, el cuarto de la historia argentina, lo derrocó el 29 de marzo de 1962. Siguieron meses tensos de represión y estado de sitio, con cortes de calles, a veces de transporte público, y con frecuencia de luz. El 11 de agosto fue uno de esos días oscuros.

Juan Angel Cotta se despidió de Nené Taboada, su pareja, y salió de su casa en San Isidro para visitar a su familia en Quilmes. Había entregado la tapa del Martín Fierro a Jacobo Muchnick, editor de Los Libros del Mirasol, con quien la relación venía de años: no sólo por las ilustraciones para el Club del Misterio o las colecciones de fantaciencia que Juan Angel había realizado para Muchnick en los años 50, antes que éste vendiera su propia editorial homónima a Fabril Financiera, sino, sobre todo, por otra pasión compartida: la literatura. Ambos eran traductores. Juntos se ocuparon de Arthur Miller y, para Muchnik, Cotta tradujo, entre otros, a pesos pesados como Dylan Thomas y Tomás Moro. 

“Los artistas gráficos se mantienen desconocidos por una variedad de razones, entre las que la geográfica no es menor. La historia del diseño gráfico cambia contínuamente, en gran medida porque hay mucha. Y porque el mayor registro es de Estados Unidos y es eurocéntrico. La exposición a diseñadores de otras partes del mundo, aún de aquellos que tuvieran afinidades inspiracionales con la Bauhaus o el Estilo Internacional, ha sido difícil. Esto hasta el advenimiento de Internet, donde la búsqueda produce revelaciones continuas. Pero a menudo, ni siquiera Google abre las cuevas y tumbas donde antiguos tesoros enterrados esperan su redescubrimiento”. Quien lo dice es el diseñador estadounidense Steven Heller, referente de la gráfica global que prologó el volumen Cotta & Los Libros del Mirasol de la flamante Flecha Books, una editorial temática que apunta al patrimonio gráfico, a recuperar y poner en valor obra e itinerarios sumergidos. Los Libros del Mirasol son parte del acervo visual de los argentinos, una colección popular de literatura sofisticada que desde los 60 pobló las bibliotecas de la clase media. No hay registro de cuántos se imprimieron para el mundo hispanoparlante. 

Jacobo Muchnik se marchó a Europa en 1963. Y es posible que no haya historiografía siquiera de la editorial Fabril, a pesar del cúmulo increíble de sucesos argentinos que encierra desde su origen vinculado a la Compañía General de Fósforos de 1906, que devendría Compañía General Fabril Financiera hacia 1929, de cuya matriz productora de celulosa y fibra textil, nacieron los mayores talleres gráficos de la Argentina, protagonistas de las más contundentes huelgas históricas así en el 30 como en 1969. 

A comienzos de este año, dos diseñadores argentinos –uno que vive en Nueva York y otro que estaba haciendo allí una beca de estudio– le acercaron a Heller el material que habían logrado reunir, restaurar y digitalizar en un año y medio: las 103 tapas que Cotta llegó a hacer para Los libros del Mirasol entre 1960 y 1962, cuando con apenas 42 años, murió repentinamente. Hasta hoy, un referente internacional como él no conocía la obra de Cotta. Heller quedó impactado. Y enseguida aceptó prologar la obra que hace unos días junta, desde la plataforma Kickstarter, fondos para su impresión con un video precioso sobre el ilustre ilustrador desconocido.

En 2013, un dibujo muy moderno de un mate sobre fondo Cian llamó la atención de Francisco Roca frente a la ventana de la librería La Teatral, en el barrio Las Cañitas. Se la whatssapeó de inmediato a su amigo e ilustrador Leandro Castelao. No había terminado de entrar para preguntarle al librero Javier Marcarola –que monta sus vidrieras como si fueran las de una librería porteña de hace 50 años–, cuando entró la respuesta de Castelao desde  Nueva York: “Eso es de Cotta”.

Efectivamente, ya con El arte de cebar de Amaro Villanueva en mano, Francisco comprobó en los créditos que la imagen de 1960 era de Cotta. No lo conocía y pensó: qué buen seudónimo. Leandro, ilustrador en grandes diarios como The New York Times, The Times o la revista The New Yorker, algo sabía de Cotta. Lo asociaba con una cierta modernidad periférica e identificaba sus dibujos. “Después comprobé que es una fija: a todo el mundo le suena, o vio algo en la facultad, por leve que fuera, pero nadie sabe bien quién es”, acierta Francisco en torno al desafío en que terminó convirtiéndose haber dado con este eslabón perdido... ¿de qué?

La cara oculta del mirasol

Sus primeros dibujos publicados son de 1939 y aparecieron en las revistas Páginas de Columba y Cascabel. A partir de 1944, Cotta comenzó a publicar trabajos en Rico Tipo y El Hogar, también ilustraba cuentos infantiles en Chiquititos. En 1946 dejó su actividad como profesor del Lenguas Vivas para dedicarse por completo a la traducción y la ilustración: fue jefe de redacción de la revista Chicas y adscripto a la dirección de Muchnick Editores. Entre 1953 y 1954 Cotta y Oski aparecen en un catálogo de artistas gráficos en Estados Unidos. Cotta integró la Primera Muestra de Humor Gráfico argentino en 1955, en la Galería Picasso, con Garaycochea, Dante Quinterno y Divito, entre otros. También expuso con sus amigos Alberto Breccia y Ricardo de Udaeta. “Creo que dibujar es un medio de expresión, un lenguaje. Y en el siglo XX debemos hablar el lenguaje del siglo XX”, dijo Cotta en ocasión del premio.

No es mucho más lo que aparece de Cotta en internet o lo que se puede develar asistiendo al Museo del Humor. Aunque, ya en julio de 1953 los críticos de arte de la Gebrauchsgraphik lo habían rastreado en la remota Buenos Aires como poseedor de un enorme potencial: “De todos los jóvenes talentos entre los artistas gráficos argentinos, Cotta es el más ingenioso y original”, consignó la prestigiosa revista alemana. 

Ese dato lo encontraron hace meses los editores de Cotta & Los Libros del Mirasol a través de un rastrillaje intensivo: “Hicimos todas las búsquedas online posibles, por época, por nombre, por editorial, año, ilustradores cercanos”, cuenta Roca. Y así ubicaron una nota donde Sigwart Blum, un residente alemán que escribía desde Buenos Aires sobre gráfica e ilustración, se refería a Cotta así en el número 7 de aquella revista especializada, el 1 de Julio de 1953.

Reunir todas las tapas que Cotta hizo para Los Libros del Mirasol les llevó un año y medio y un buen presupuesto en compras y envíos a estos dos diseñadores de 27 y 39 años, que se conocieron como estudiante y docente en la UBA. “Cuando empezamos la búsqueda, no sabíamos que Cotta había completado 103 tapas en casi dos años, ni que la colección siguió cuando él murió. Es que la editorial Fabril Financiera era un poco misteriosa: por ahí imprimía 5000 y se guardaba dos mil que sacaba después...”, va ofreciendo Francisco la data del mismo modo que la encontraron: de a poco.

Por una frase al pasar en un diario se enteraron que Cotta era muy bueno cantando tangos reos y que todo su sentido del humor lo imprimía en sus dibujos. Pero recién pudieron ponerle cara y cuerpo el año pasado a este seguimiento discontinuo de tres años en torno a una obra plástica tan variada y excelente, muy cercana en trazo y espíritu a las vanguardias europeas de comienzos de siglo. Eso fue posible cuando Francisco ubicó a una sobrina, Graciela, que amablemente aceptó encontrarse con él en un café del conurbano sur. 

Así supieron que Cotta era hijo de Juan Manuel, un maestro de Quilmes que fundó escuelas en Dolores y en La Pampa, donde la familia pasó la infancia para volver a la ciudad recién en 1920. Que Juan Angel se hizo profesor en el Instituto Nacional de Lengua Inglesa y enseñó siete años en el Lenguas Vivas, que antes que trabajar como ilustrador en revistas y editoriales ya era traductor. Y que los últimos 26 años de su vida los dedicó al dibujo, la pintura y la ilustración. 

Graciela le dio algunas fotos: “Era re fachero, bah, pintón como se decía en su época”, se ríe Francisco. Y le contó que tenía un don de anftitrión muy importante, era el núcleo de las fiestas, el hermano perdido, el tío más querido y una suerte de embajador de la familia, que murió de un modo prematuro e inesperado. Aquel 11 de agosto de 1962, durante los apagones del golpe militar, antes de llegar a Quilmes –donde lo esperaba la familia y especialmente su sobrina, que había cumplido 15 años–, Cotta no vio una garita y murió al chocarla.

“A Graciela la encontré a través del blog de su mamá y la llamé”, dice antes de revelar que Juan Angel era el hermano de la famosa cocinera Blanca Cotta quien, a los 93, sigue trabajando en su columna de gastronomía con la ayuda de su hija. Juntas aceptaron escribir un perfil sobre Juan Angel para el libro. Además del prólogo de Heller esa fue la última bendición para el libro, cuya preventa online eligieron hacer desde una plataforma estadounidense no sólo porque Leandro vive allá, sino para darle mayor alcance internacional. 

“Entendimos”, dice Francisco, “que además de su gran talento plástico, era un hombre serio en el sentido de la solidez, de la formación, donde también había algo muy importante con el idioma, era una autoridad”, agrega, para sumar que sabía divertirse: “Por la rama materna, eran de familia escocesa, y él tenía un show en el que se ponía un kilt. Además está el humor de sus primeros dibujos, a los diecinueve años, en Páginas de Columba”. Ya no hay congéneres que hoy puedan contar más de él. 

Cotta & Los Libros del Mirasol es un volumen con tapa dura y una cubierta que reproduce la portada de Hijos y amantes, de D.H. Lawrence. Como una marea buena que lo trae de vuelta a la superficie, el libro recorre de a una página todas las tapas ilustradas por  el expresionismo cálido de la mano Cotta.

Así aparece otro eslabón perdido de la cultura visual argentina, una cantera donde los hachazos de la historia interrumpida a golpes militares, la falta de registro o archivos y a veces, simplemente, la vida, ocultan tesoros.

Cotta & Los Libros del Mirasol recibe patrocinantes en kickstarter.com hasta el 15 de diciembre.