La historieta argentina se juega acá. Aunque la guita no alcance, aunque el precio del dólar vuelva (como en los 90) a tentar a dibujantes y a guionistas con jugar afuera, la imaginación –en este lugar del mundo–, tiene estadio y se llama Fierro. Una revista que desde hace 12 años es capaz de albergar en sus cien páginas a visitantes y seguidores, a fanáticos y detractores. Ninguno se queda afuera. Este clásico llegará mañana a los kioscos junto a Página/12 y será el séptimo en su tercera etapa, marcada por la periodicidad trimestral.

El juego se abre (otra vez y en tapa) con una revisita/relectura de un clásico de la pintura argentina. En junio fue una reinterpretación de La vuelta del malón de Ángel Della Valle, en septiembre Sin pan y sin trabajo de Ernesto de la Cárcova, y ahora (en este diciembre de ajuste y pocas luces), es el turno de El despertar de la criada que Eduardo Sívori pintó en 1887. En clave feminista y con alevosa intención de retratar los tiempos modernos, aquella mujer maciza y desnuda que supo espantar a los espectadores porteños, ya dejó la cama y la guardilla húmeda, para sentarse en los bancos de un gimnasio de barrio antes de calzarse los guantes de boxeo. Más que metáfora, la relectura propuesta por la dupla Scalerandi–Souto es evidente: los sueños se defienden.

Y en cuestión de sueños, la Fierro no claudica. El primero es de homenaje, de cariñosa despedida. Se publica un episodio inédito de Barrio Gris, la historieta que Eduardo Maicas (1950–2018) escribió para Fierro y para que la descosiera “Pipi” Spósito. Entre los mails que se enviaba la dupla, Spósito rescató un guión que había sido descartado cuando la serie recién empezaba allá en 2008. Fondo negro, su título, es entonces una suerte de precuela del trabajo que ambos autores transformaron en 2015 en uno de los más importantes libros de historieta de los últimos años. Junto a este trabajo, Fierro publica un texto autobiográfico Me cansé de ser rengo donde Maicas retrata su infancia y sus recuerdos.

De todos los sueños que pudo haber tenido la criada de Sívori antes de despertar, Fierro se dio el lujo de hacer realidad uno: el encuentro entre la poesía de Juan Sasturain y el arte de Daniel Santoro. Ambos dieron forma al suplemento especial de 20 páginas de este número. Todo comenzó en 2016 cuando el sello Gárgola editó El Versero, poesía reunida de Sasturain, cien poemas escritos desde 1976 hasta ese año. El tomo contiene seis libros, y en uno de ellos Santoro puso el ojo: “The Carne blues”, poemas donde a partir del juego de los cortes populares (“La nalga maltratada”, “Melancolía del peceto”, “Los cuadriles” o “Falda & Aguja”, entro otros) Sasturain disecciona, corta y limpia con cuchillo afiladísimo obsesiones y dolores argentinos. Un lujo.

La historieta se juega acá. Y tanto así que no podría ser en otro lugar (en otras páginas) donde la dupla integrada por Pablo De Santis y Matías San Juan se disputen todos los elogios por El Castillo Rojo, aventuras de la psiquiatra Irene Marcus entre un mundo de visitantes zombies. Tampoco podría ser en otro lugar más que en Fierro donde Pedro Saborido explore los límites del género con su Ciencia Ficción Peronista que brilla junto al arte de Juan Soto;  donde se pueda crear y disfrutar de una aventura política como Yanara, creada por la dupla de Gabriela Cabezón Cámara y Carolina Cobelo con dibujos de Emilio Utrera, y mucho menos se puede pensar en otro lugar donde leer el folletín de Esteban Podetti y Horacio Langlois sobre un tal Dr. Freeman que, a bordo de su Lobotomóvil, recorre pueblos yanquis creyendo que en la lobotomía radica la cura a la locura. 

Precisamente de esta última serie, sus autores comentan: “Me enteré de la historia de Walter Freeman, el inventor de la lobotomía hace unos años, por una nota en internet”, explica Podetti. “Creo que no me hubiera llamado la atención si no fuera porque efectivamente recorría los Estados Unidos en un coche al que llamaba Lobotomóvil. Me pareció un detalle tan historietístico, tan delirante y sobre todo de tan mal gusto que no podía creer que nadie hubiera querido hacer una ficción con esta historia. Durante el desarrollo me di cuenta de por qué: una lobotomía es algo muy poco marketinero, sobre todo visualmente. No creo que Hollywood quisiera mostrar esa historia en la pantalla, por ejemplo, pero a mí no me importa porque no soy Hollywood. El tal Freeman inventó esta técnica, que era una bestialidad, y la ofrecía como curación universal de toda clase de males psiquiátricos. En realidad a la mayoría de sus pacientes los dejaba incapacitados o los terminaba matando. Un personaje así debería ser obviamente un villano, así que me pareció más interesante hacer todo lo contrario y convertirlo en un héroe. Pensé en un justiciero siniestro: una especie de Dr. Phibes, un Fantomas, esos héroes vengativos y ambiguos. Y sobre todo en Black Jack de Osamu Tezuka, el cirujano mercenario, que aunque trabajaba sólo por guita siempre terminaba haciendo algún acto de justicia”.

La primera versión de esta historieta la realizó Diego Parés pero, por distintos motivos, no pudo seguirla. Tras lo cual Podetti se contactó con Enrique Alcatena que también se entusiasmó, pero tampoco pudo. “Ya me había empezado a gustar la idea de que fuera una historieta maldita”, recuerda el guionista. Pero cuanto todo parecía imposible, se cruzó con un dibujante marplatense: Horacio Langlois (1989) quien se gana la vida como técnico de laboratorio. El encuentro se produjo a partir de la colaboración de ambos en el colectivo de humor gráfico Alegría. Allí comenzaron a hacer “una sátira cósmica de Macri, Peña y sus trolls estilo Kirby” para esa publicación. Hasta que Podetti le ofreció hacer esta esta historia para Fierro. “Lobotomóvil es una suerte de homenaje a las viejas revistas de suspenso y terror de EC, pero abordando problemáticas actuales y tal vez con una narrativa más dinámica y arriesgada”.

Sobre los personajes, Podetti señala: “Tomé algunos personajes reales de la historia del Dr. Freeman: Sallie era el nombre de su primera paciente y James Watts era su ayudante en la vida real, y les di otro rol. Sallie es un personaje un  poco ambiguo, lo acompaña porque él le promete curarla de su anhedonia pero también porque está llena de furia y eso la impulsa a buscar justicia. Por momentos no está claro si ella lo quiere o lo odia. Y después se incorpora Steve que es todo lo contrario, alegre, positivo y bueno, que queda casi desubicado al lado de los otros dos. De alguna manera la historia cruza algunos temas que están vigentes acá, pero que son bastante universales (lamentablemente): la justicia por mano propia, la violencia machista, la explotación laboral en momentos de crisis, las neurociencias y la idea muy corporativa de que podemos modificar nuestras emociones a piacere”.