Una oreja aquí, otra allá. Una en el tango, otra en la cosa más criolla. Tíos cantores, de esos que llevan a los suyos a las cuadreras y la taba. Algún payador quizás. Padre y madre que, aunque sólo canturrearan, lo hacían afinado, lindo. Edgardo González cuenta un poco, hace memoria, vuelve sobre su pueblo natal y surgen esas cosas. Esas mismas que todo el tiempo cruzaron y siguen cruzando sus maneras de tocar. “A los catorce años ya tenía el anhelo de la música. Y con total desprejuicio en un lugar como Ramallo iba a ver todo: desde Opus 4 a Sumo.”

Forma parte, casi desde su fundación misma, de 34 Puñaladas; nave insignia –a La Chicana, la Fernández Fierro, El Arranque, Alfredo “Tape” Rubin y algunos más– del tango del siglo XXI: ese que dotó de nombres, composiciones, músicas, discos, una escena, un club –el Atlético Fernández Fierro– y más esa música urbana. Ese lenguaje centenario que, entre el fin del viejo siglo y el comienzo del nuevo, se cargó de actualidad. Siete discos y veinte años después de la formación dice: “Creo que el mejor logro como nueva generación del tango es, justamente, que haya ya una nueva camada de músicos”. Y agrega: “Fue una investigación de épocas bisagras. Inteligente la forma: hacer una puesta formal muy honesta sin la pura evocación. Las distintas subjetividades de todos los integrantes se traslucían ahí y eso consolidó el lenguaje propio. Cuando se tomó la decisión de componer había una idea donde el grupo tenía ya cierta personalidad. Y lo que sostiene la construcción colectiva es que detrás de la postura que cada uno asume está la convicción de que es lo mejor para el grupo”. Además de su labor como guitarrista, González también ha puesto su rúbrica como productor en varios discos del género. Por ejemplo, los exquisitos Torpes bondades (2012) de Lorena Rizzo y Argentígena (2018) de María Laura Antonelli, Piano Canción (2018) de Olalla/Guyot, Sie7e (2018) de Altertango, además de hacer lo propio en Cielos de amor, vidalas de sangre (2014) que grabó en trío junto a Guyot y Hernán Brienza. “Le fui encontrando lo creativo a la construcción del sonido aunque, obvio, siempre prefiero laburar con el vivo. ¡Pero hasta por necesidad hay que diversificarse! Me siento bien ahí”.

La usina, el motor musical principal de González está abocado a, como gusta decir, “los puñaladas”. El derrotero de la agrupación –cuatro guitarras y un cantor– los encuentra consolidados no sólo en el plano local sino también en el extranjero, donde han girado reiteradamente. Por estos días están recién llegados de México y Colombia. Y saberse así de plantados ha permitido que algunos de sus integrantes produzcan, más no sea de a poco y despacio, trabajos solistas o con otros cruces. Edgardo, por caso, el año pasado editó su debut en solitario: Los silencios. Un disco breve, casi un tríptico instrumental –las canciones están divididas en Lo que nunca dejamos, Lo que siempre esperamos y Epílogo-– especie de manifiesto lento de la guitarra. Y más que a tango suena a otra cosa: un aire más rural, menos urbano. Otra vez su pueblo. “Cuando relajé, ya con el grupo más o menos instalado, me di cuenta que iba a Ramallo y sentía el espacio. Antes no pasaba. Eso se traduce, de algún modo, en el disco: toma elementos de la música pampeana, del folclore de Buenos Aires, sin caer en el tradicionalismo más duro. Tiene una espacialidad de la provincia que para mí es extraordinaria, me siento súper identificado con eso”. Y agrega: “tuve un reencuentro con todo ese mundo. Como una vuelta desde lo musical. Y fue puramente intuitivo, lo procesé, lo entendí luego”. Los silencios. Vaya elocuencia desde el nombre. Si hasta ese decir cansino que hay en su habla pareciera traducirse desde el instrumento. Y reconoce ciertos linajes: “Algunas afinidades de Abel Fleury y Yupanqui, toda esa cosa más pampeana. Y en el caso del toque, Colacho Brizuela, con enormes distancia, claro. Soy muy admirador de él. Junto a Ricardo Capellano en lo compositivo son mis dos maestros. Reformulo una idea de Ricardo y pienso en un trémulo con tres vértices: tradición, contemporaneidad y subjetividad. La mejor manera de hacerle cierto aporte a algo que es un valor cultural e histórico es transformarlo. Con honestidad. Y para eso, de algún modo, necesitas traicionarlo. Traicionar la tradición. Si no, no tiene sentido”. Además de todo, como una flor en primavera, Edgardo acaba de editar dos discos a dúo: Momento, junto a la mendocina Luciana Scherbosky y Paredes blancas, con Julio Coviello en bandoneón. Aquel más cancionero, sólo guitarra y voz, recuperando algunos clásicos y no tanto de Gardel/Le Pera, Manzi o Giampé/Baliotti y también hurgando en composiciones actuales, propias y ajenas. Y este –en un formato notable dentro del género donde están inscriptos sobre piedra, por ejemplo, las yuntas Troilo/Grela, Montes/Arias, Federico/Rivas– un recorrido por piezas originales y dos reversiones de sus contemporáneos. “Es súper tanguero. Tiene su austeridad, sus silencios, sus espacios. Entendimos ese código. Y es más esporádico: ocurre cuando puede ocurrir”. En todo está el pulso de González: delicado, misterioso, oscuro, justo.

Un mensaje por Facebook, una llamada, un convite. Un sí a todo. Una mañana, Edgardo recibió una invitación de parte de Gabo Ferro: estaba en el armado de Loca, proyecto musical que es mucho que apenas un par de toques en vivo. El propio Gabo lo explica: “Loca no pretende ninguna reformulación sino una pura exposición contemporánea del momento donde estas cancionistas, mujeres de la década del 20 y 30 del siglo XX, hacen el tránsito en la industria naciente del tango de su vestido de varón, y enunciación en masculino, a exponer y asumir su femenino para revelar así su lugar de género, social, cultural, de clase y político”. El tango entonces, una vez más, puro presente que arde. Y Ferro pensó en él sobre todo por aquel disco suyo: “No fue fácil de dar. No sólo porque buscaba un guitarrista que viniera del cuerpo mismo del tango sino, además, debía encontrar uno que se animara a trabajar lo musical atravesado por lo histórico haciendo foco en la cuestión de género. Escuché muchos y Edgardo impresiona en grupo pero fue determinante para mí su trabajo en Los Silencios, su discazo solista, donde enfoca este tema tan atendido por mí, justamente, el del silencio”. Las cancionistas: Rosita Quiroga, Azucena Maizani, Ada Falcón, Tania, Libertad Lamarque, Sofía Bozán, Tita Merello, Mercedes Simone. “Él tuvo esa idea, las ganas de hacer eso con un repertorio, una línea conceptual muy clara y abocada. Le dije que me interesaba, obvio: “Juntémonos a ver si funciona”. Al lunes siguiente nos juntamos. Y funcionó. La propuesta es contemporánea. No es evocativa. No sería genuino hacer algo así” agrega Edgardo.

Quizás baste rastrear una línea en ese tangazo de Guyot/Coviello que él hace propio junto a Scherbosky, para definir su música, esa que lleva siempre encima: tango querido, milongón del tiempo, que suenen valses en mi corazón.

Edgardo González y Gabo Ferro presentan Loca el sábado 15 de diciembre, en Torquato Tasso, Defensa 1575. A las 20.