Al mayor centro clandestino de detención de la última dictadura cívico militar se lo está tragando el monte. Ubicado entre los partidos de San Miguel y San Martín, el predio militar de Campo de Mayo –uno de los iconos del terrorismo de Estado– está repleto de una vegetación salvaje. Tanto, que es imposible mirar de un punto a otro del perímetro, porque la arboleda y los pastizales no lo permiten. En ese predio, en el que buscar rastros de detenidos-desaparecidos es difícil, Mauricio Macri ordenó hacer una Reserva Ambiental  para conservar “la diversidad biológica y el patrimonio cultural de la Nación”, según el decreto 1056/2018, publicado el último 16 de noviembre en el Boletín Oficial.

Al monte que brota de la tierra se lo puede domar. Así lo demostraron el viernes familiares y sobrevivientes del terrorismo de Estado en una visita a lo que queda de El Campito, uno  de los varios centros clandestinos de detención que funcionaron en Campo de Mayo. Pisaron el pasto seco, corrieron los helechos de metros, esquivaron cardos, para hacer una misa ecuménica que devino en homenaje, en lectura de repudios y en un acto más por  Memoria, Verdad y Justicia. Fue la cuarta vez que, por su condición de querellante, La Liga Argentina por los Derechos del Hombre consiguió el permiso de la jueza de instrucción de San Martín –la que lleva las causas abiertas de Campo de Mayo– para poder entrar y organizar una recorrida con invitados que “mantengan activo el lugar para que no se pueda usar para otra cosa”.

Pero al monte que surge de un decreto que esquiva el recorrido parlamentario, el consenso, la ley, es un poco más difícil enfrentarlo. Pese que al gobierno nacional le llovieron denuncias inmediatas tras su jugada, como la que efectuó Abuelas de Plaza de Mayo ante la ONU por violación del “deber de consulta” a los familiares y sobrevivientes, el pedido de “no innovar” que presentaron algunas integrantes de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora ante el Juzgado Federal 2 de San Martín, o el rechazo público unánime de los organismos, que pretenden que nada del predio se toque hasta rastrillar todo el perímetro y constatar si allí hubo o no fosas clandestinas, como suponen. Cuando Macri oficializó el proyecto que insinuó por primera vez en la apertura de sesiones legislativa de marzo, habló de “unir a los argentinos en temas en los que tenemos diferentes opiniones”, pero cuando todos creyeron que terminaría la frase hablando del genocidio remató: “En el tema de cuidar al medio ambiente siento que estamos todos.”

Además de los centros de detención y exterminio, en Campo de Mayo funcionó una maternidad clandestina y despegaron numerosos vuelos de la muerte. Se estima que por alli pasaron  entre 4 y 7 mil personas aunque podrían ser más, ya que como dijo José Schulman, secretario nacional de La Liga, “la imprecisión no es de los organismos sino de la impunidad”. Según registros y testimonios, allí estuvieron confinados cientos de militantes y parte de la cúpula del ERP, además de decenas de trabajadores y delegados de base. El viernes, una bandera grande recordó a estos últimos, con logos de Ford, Antarsa, Tensa y Mercedes Benz, entre otras empresas. De acuerdo a reconstrucciones, los detenidos estaban en galpones custodiados por perros, estructuras que hoy ya no existen pero que podrían estar enterradas en alguna parte del predio, que tiene casi 60 por ciento de su superficie sin explorar.

En el decreto “de amnesia” que firmaron Macri, Oscar Aguad y Marcos Peña el mes pasado dice explícitamente que las actividades del Parque Nacional deberán garantizar “la preservación de todos los sitios de memoria” y “la realización de las investigaciones judiciales pertinentes y la conservación de la memoria de lo allí acontecido durante el terrorismo de Estado”. Sin embargo, en una carta enviada por Abuelas a la jueza mencionada, nietos e hijos especifican que en Campo de Mayo “no existieron fosas comunes pero se hacen referencias a enterramientos cerca de arboledas, precisamente en áreas sobre las que el decreto no especifica qué se va a hacer y donde podrían estar los restos de nuestros familiares desaparecidos”. “Antes de promover cualquier espacio de reserva y/o esparcimiento, exigimos que la Justicia concluya con las investigaciones pendientes acerca de lo ocurrido con ellos”, leyeron el viernes, al tiempo que pidieron que el predio se convierta en Sitio de Memoria, como sucedió con la ex ESMA o La Perla, en Córdoba.

La recorrida estuvo plagada de emociones desde que los autos de los visitantes cruzaron la tranquera de entrada que da a la Ruta 8. Entre los presentes estuvieron víctimas de ese espacio del horror. Como Tatiana Sfiligoy Ruarte Britos, hija de la militante del ERP Mirta Britos, secuestrada en Villa Ballester y presuntamente detenida en El Campito, o Iris Pereyra de Avellaneda, copresidenta de La Liga y madre de Floreal Avellaneda, “El Negrito”, secuestrado también allí y arrojado al Río de la Plata en 1976 tras sufrir torturas horribles. La primera ya había estado en El Campito dos veces, aunque eso no impidió que la emoción le brotara de forma intensa, como crecen las plantas del lugar. “Todo lo que se respira acá es muy fuerte. No digo que es un cementerio, pero lo que pasa cuando entramos a este lugar es distinto”, dijo a PáginaI12 quien fuera, junto a su hermana Mara, la primera nieta restituida por Abuelas en 1980. “Tenemos que venir todos los meses, aunque sea una hora, y lograr que no haya un parque nacional como ellos quieren. “Seguiré pidiendo justicia en este sitio donde fuiste torturado hasta terminar con tu vida, Negrito”, leyó por su parte Iris Pereyra de Avellaneda.

El monte puede comerse  la memoria, pero sólo si quienes la construyen a diario se lo permiten. En la calle interna del destacamento militar -un sendero de tierra de un kilómetro y medio- el viernes pasó algo ejemplar. 

Algunos nietos e hijos, incluso una nacida allí, en el Hospital Militar, se permitieron una pequeña reparación histórica: llevarse una plantita del lugar. “Es como tener algo”, dijeron a este diario, quizás sin darse cuenta de que estaba ayudando a podar el monte.