En estos días, en los cuales aparecerán mas temprano que tarde unas navidades y una noche vieja teñidas de gris en el corazón de todos los que aspiran al Estado Constitucional y Social de Derecho, se cumple largamente pasado el año de cautiverio ilegal del diputado Julio De Vido. Mientras repasemos en los típicos balances de lánguida visión panorámica que esas explosiones de nostalgia nos producen en esas fechas, nunca debemos olvidar que hace más de un año un diputado se encuentra privado de su libertad sin una sola razón que lo justifique.

No debemos olvidar que hemos consentido que un diputado opositor, sólo por haber sido un ministro importante de un gobierno al que había que aniquilar como idea política de un modo que sirva como escarmiento a futuros intentos de repetir esas aventuras populistas y socialmente consideradas, fue expulsado de su banca, arrebatándole sus fueros constitucionales, en el marco de una causa penal en la cual ni siquiera había declarado como imputado, mintiendo (como ya está judicialmente establecido) de un modo ostensible sobre su supuesta participación en la ocultación de pruebas, para luego intentar con una inmoralidad de perversión inigualable generar artificialmente decenas y decenas de causas paralelas, traslado a otras tantas declaraciones y demás vejaciones, persecución a su familia, hacer decir a otros funcionarios coactivamente arrepentidos lo que no dicen a efectos de involucrarlo en supuestos hechos de corrupción, para vencer su resistencia física y moral al mero efecto de entregarle al poder político, como regalo navideño del sistema judicial, alguna declaración que perjudique las chances presidenciales de Cristina Kirchner.

Mientras tanto, en este año no sólo las causas de supuesta corrupción no avanzan, alguna ha sido des estimada, sino que los pedidos e impulsos de avances forman parte de la agenda diaria de la defensa del diputado, no hay pericias, si las hay los peritos son presionados, ya un tribunal oral estableció claro que De Vido en todo caso sólo podría ser privado de su libertad, previo desafuero, luego de una sentencia firme de condena.

¿Hasta cuándo hay que soportar esta situación? Para quien crea que este es un problema individual, hay que recordar que la anulación de una voz política, técnica, trascendente, que por convicciones evidentes se hubiera opuesto con energía a este plan de –cómo decirlo con prudencia– sometimiento financiero y de reducción de la autonomía industrial, productiva, tecnológica e intelectual del país, es un problema de todos.

Para quien opine que se trata sólo de repartir días de prisión sin condena en el cuerpo y el alma de Julio de Vido, hay que recordar que para justificar este dislate se han establecido doctrinas tristemente célebres que si no son rechazadas ya estarán al servicio de encarcelar con urgencia a los vulnerables de la calle que sean molestos y hayan tenido la suerte de escapar de la alegre balacera que propone la actual política criminal.

Maximiliano Rusconi es profesor Titular de la UBA y abogado defensor de De Vido.