El pasado 4 de julio, las imágenes de una mujer afro escalando la Estatua de la Libertad recorrieron el globo: desprovista de cuerdas, de arnés, de red, apenas propulsada por su propio cuerpito, Therese Patricia Okoumou subía hasta los pies del monumento en señal de protesta: contra la recrudecida política de tolerancia cero de la administración Trump con la inmigración irregular; especialmente, contra la horrífica separación de miles de niñxs migrantes de sus familias en la frontera nomás pisar suelo norteamericano, retenidos luego en centros de detención tipo cárceles. La indiferencia ante tamañas prácticas inhumanitarias era, para ella, sencillamente inaceptable, no podía quedarse de brazos cruzados: “Solo bajaré cuando vuelvan a reunirlos a todos con sus padres”, repetía la resiliente dama en el día patrio, mientras los esfuerzos por retirarla del monumento se multiplicaban, hasta lograr su cometido varias horas más tarde. Parafraseando a Michelle Obama, dijo entonces Okoumou, de origen congolés, que obtuvo la ciudadanía estadounidense en 2016: “Cuando ellos se rebajan, nosotras nos elevamos: yo me elevé cuanto me fue posible”.

Vale recordar que siniestra práctica del gobierno estadounidense generó tal repudio internacional que debió dar un paso al costado: sin embargo, desde que anunció a mediados de año que no seguiría separando niñxs de sus padres, más de 80 fueron efectivamente separados de sus familias luego de ser detenidos en la frontera sur, según cifras del propio Departamento de Seguridad Nacional. Luego, lo harto conocido: gaseos y balas de goma contra grupos de migrantes -incluidas mujeres y chicuelos- para detener su avance; la muerte de Jakelin Ameí Caal, la nena guatemalteca de 7 años que falleció bajo la custodia de la Patrulla Fronteriza, dos días después de cruzar a Nueva México para pedir asilo en Estados Unidos…

En este contexto, acaba de recibir Okoumou el veredicto de la justicia norteamericana. Aunque ciento por ciento pacífica, la corte consideró que su manifestación “representó un peligro sustancial” para otros y, acusada de 3 delitos (traspaso ilegal de un sitio federal, conducta desordenada, interferir con las funciones de una agencia gubernamental), esta semana Therese fue declarada culpable. Podría pasar hasta un año y medio en prisión: 6 meses por cada cargo. “Este resultado no me desanima. Los niños migrantes vinieron a este país, al igual que nuestros antepasados, en busca de libertad y felicidad. En vez de darles la bienvenida y tratarlos con amabilidad, los metemos en jaulas. Si me encarcelan como a ellos, es porque estoy del lado correcto de la historia”, declaró la mujer, que trabajaba como personal trainer hasta volcarse al activismo de lleno estos últimos meses, parte de la ONG Rise and Resist. Durante el juicio, por cierto, le preguntaron si se arrepentía del modo en que había actuado, y ella replicó: “De ningún modo. Volvería a hacerlo de nuevo”.      

“Trump ha destrozado esta nación, y es deprimente, es indignante. Podría decir muchas cosas sobre este monstruo, pero solo diré esto: su política draconiana de tolerancia cero tiene que irse. En una democracia no encarcelamos niños. Punto. No hay debate posible”, expresó. Y luego, sobre su viralizada (y vastamente celebrada) acción de desobediencia civil: “Hay momentos en los que, para lograr justicia, necesitamos trascender la ley. No se me ocurrió mejor día que el 4 de julio, ni mejor lugar que la Estatua de la Libertad”.

En efecto, ni la fecha ni el sitio podrían haber sido más pertinentes. Después de todo, el monumento neoclásico-que encarna a la diosa romana Libertas -sostiene una tabula ansata con la fecha de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos: el famoso 4 de julio de 1776. Y, harto sabido, devino símbolo de inmigración desde su nacimiento: saludaba desde la bahía a personas desplazadas que arribaban al país tras largas travesías; era lo primero que veían, la primera en recibir. Si quedan dudas, alcanza con buscar la placa de bronce en su base donde resisten las palabras de El nuevo coloso, de la poeta Emma Lazarus: “Aquí, en nuestro mar, las puertas de la puesta del sol se abren / Dan paso a una mujer poderosa con una antorcha que carga una llama / Es el relámpago aprisionado y vivo / Y el nombre de ella es Madre de los Exiliados”. Nótese que cuando la icónica dama cumplió 125 años durante la administración Obama, se celebró la ocasión con todas las pompas: ahí mismo, en Liberty Island, se dispuso una ceremonia… de nacionalización de ciudadanos extranjeros.

Por su enorme carga simbólica, de hecho, ha sido centro de tantísimas protestas históricas. El mismo día de su inauguración, sin más, en 1886, ya hubo allí una manifestación: arrojadas sufragistas lograron colarse -bote propio mediante- en el desfile de embarcaciones que iban rumbo al evento, desplegando carteles ni bien orillaron la isla donde objetaban el uso de una figura femenina para representar la libertad, cuando ellas -mujeres reales sin derecho al voto- no tenían libertad política. En 1970, otro ejemplo: días antes de la gran huelga y manifestación de mujeres convocada por la legendaria feminista Betty Friedan (autora de la notable Mística de la feminidad), un centenar de activistas se reunieron en la estatua y, con perspicacia, lograron colgar a los pies de Lady Liberty un cartel gigante, con lema sororo y desafiante: “Women of the World Unite!”. 

“La Estatua de la Libertad se ha vuelto una tienda de souvenirs: nadie recuerda ni celebra su historia, los valores que representa de libertad, igualdad, dar la bienvenida al extranjero”, dijo días atrás Okoumou, previo al juicio que este lunes la encontró culpable, por cuya sentencia podría pasar hasta un año y medio en la cárcel. “Nadie es profeta en su tierra”, arriesga la popular frase proverbial, de orígenes bíblicos; en la autoproclamada “tierra de los libres, hogar de los valientes”, lamentablemente Therese no ha sido excepción, ha vuelto a corroborar la regla.