Sus manos atravesaron todos los fuegos. Supieron batirse con tantos huevos como los que recomendaba Doña Petrona,y mezclarse con las hierbas de Narda Lepes. Tiene cincuenta años haciendo televisión y cincuenta libros de cocina. No se trata sólo de pasar el tiempo, sino de un segundo que la atraviesa como protagonista: Choly Berreteaga, la cocinera, la que mantiene vivo el espíritu de las recetas pasadas de boca en boca. Así se define. La cocina es para ella un fuego interno que enciende la vida cotidiana, la acaricia y que ella no sólo pregona, sino que todavía organiza en cenas sencillas o en tortas de cumpleaños.

Tiene 85 años. Empezó a cocinar para ayudar en la economía de su familia por un accidente de su esposo –que era el cocinero en la intimidad de su casa– y cocinar la hizo conocer el mundo y salir de las cuatro paredes de su hogar. La salud le juega algunas malas pasadas. Tose. Pero su fortaleza le gana a la fragilidad. “Yo soy asmática”, cuenta. “Este tiempo me está jorobando”, aclara, pero no se rinde. Estar con ella es entender que transitar la vida puede ser un buen destino. Dejar de temerle no sólo a la muerte sino a la madurez e incluso a la vejez. La ausencia de mujeres mayores en los medios nos quita esos espejos posibles y nos estrella contra el miedo a la vida.

En ese panorama, Choly es una excepción, irradia esa sensación de espejo en donde no estaría mal mirarse. Aunque cada una tenga su propia luz, su propia sombra, su propia forma de mirarse. La presencia de su familia es el bastión que la mantiene. Junto con los diarios, la cocina, los libros, las revistas, las películas, los tejidos. Pero esta mañana de viernes ella está sola. Hace el recorrido de Almagro a Castelar, de su casa chica para estar cerca de su nieta Paulina, a su casa grande, la de siempre, donde están los recuerdos, el jardín, la biblioteca y los árboles. Y lo hace sola. No es que no necesite a nadie. Pero sí es que, por sobre todas las cosas, nunca abandonó su autonomía. Las ganas son su moraleja.

La televisión es tirana en subir y bajar a estrellas cada vez más cortas. En mostrar mujeres flacas, pulposas y jóvenes. En el exitismo y el soplido. Y ella logró traspasar esas pantallas. Cumple 50 años con la televisión en Cocina fácil por Utilísima. Toda una vida. No sólo para ella, para los que la acompañan, sino también para los que la ven y cuando la ven escuchan sobre libros y películas y, más allá de las recomendaciones que acompañan sus platos, ven a una mujer que permanece y no se desvanece como un flan que dura apenas una temporada en la carta. “No sé si soy la mejor, pero sí la más popular y la que más perduró, no sé cómo lo hice, pero pudo ser –dice–, no sé de dónde me enchufo y sigo sacando recetas”, reflexiona, un poco cansada pero activa, especialmente lúcida, con recetas que se sabe de memoria, ganas de inventar, de agasajar, de ayudar y de atesorar tantos años de cocina. “Ya cumplí con Dios y con la patria”, también dispara. No tiene que hacer nada por nadie. Lo hace por ella. Aunque también es una forma de demostrar todo lo que puede hacer una mujer de 85 años cuando la vida no tiene final descartable. “Fue muy lindo mi trabajo, si no hubiera sido una señora que cría hijos y nada más, y las mujeres tenemos la cualidad de hacer veinte cosas a la vez.”

Ella, por ejemplo, se hizo conocida con Cocina fácil para la mujer moderna, que llegó a vender 1.500.000 ejemplares, pero también escribió una novela rescatada del olvido por su nieta –la periodista Paulina Maldonado– llamada justamente La casa olvidada. Su especial vínculo con ella y sus otros nietos es un ida y vuelta que la cuida y que ella cuida como un altar de la vida cotidiana en donde tejen y cosen, ríen y cocinan, charlan y viajan, se miman y disfrutan con una energía que parece saltear las vallas. “En la vida pude ser abuela, sobre todo, que para mí fue la felicidad más grande”, agradece. La historia de Choly, desde su nacimiento, es una historia que arranca cuando ya nadie la esperaba: “Mi mamá decía siempre que fui la hija de la menopausia. Ella estaba en Mar del Plata y vomitaba y mi papá le decía: ‘La vesícula, Alfonsa, la vesícula’, y cuando volvieron a Buenos Aires fue al médico. Y mi mamá decía que casi se cae de la camilla cuando el médico le dijo: ‘No, señora usted está embarazada’. Y ella le dijo: ‘No, no puedo tenerlo, mi hijo mayor ya usa pantalón largo, ¿qué van a decir los chicos?’”.

¿Le parecía una vergüenza quedar expuesta teniendo sexo?

–Sí, era una vergüenza tener sexo a esa edad. Mi hermano mayor tenía 16 años y el menor 11, casi 12. También tenía una hermana que adoraba que fue más madre que hermana. Yo me refugiaba en ella. Si me tenía que cambiar de ropa le preguntaba a ella: ¿Qué me pongo? Se casó cuando yo tenía 13 años y cuando yo tenía 15 nació Alicia. Fue una enorme alegría para mí. Pero se murió mi hermana después del parto. Para mí fue un bajón enorme. Hice una neumonía tan grande que casi me muero. Estuve en carpa de oxígeno. Tuve que dejar el colegio, un desastre. Nos fuimos a Córdoba siete meses. Mi papá había muerto dos años antes y a esa edad no pensás que la gente se tiene que ir.

¿Cómo hiciste para sobreponerte teniendo toda la vida problemas en los bronquios?

–Todos los problemas en la vida hay que tratar de superarlos. Ya vivir es un regalo de Dios. Hay que luchar para poder vivir. Yo he trabajado y mucho, muchísimo. Pero eso me ayudó. El trabajo ayuda, che.

¿Creés que el trabajo te ayudó a llegar plenamente a los 85 años?

–Sí, yo estoy fuerte de la cabeza. Creo que vos manejás tu cuerpo también o ponés fuerza. A veces no se puede, pero otras veces sí. Yo me sobrepuse a todo, me sobrepuse a las ausencias, que es lo peor que a una le puede pasar en la vida. Esta última que tuve fue la de Tiburcio “Vasco” Berreteaga..., imaginate que yo ahora estaría cumpliendo casi sesenta años de casada, una vida. Bueno, por suerte cumplimos las bodas de oro.

Cumplí cincuenta años con la vida, hace mucho. Cumplí los cincuenta años de casada. Y ahora cumplo los cincuenta años de televisión consecutivos. Yo empecé en la televisión en septiembre del ’63.

¿Cómo empezaste en la televisión?

–Yo ya trabajaba como profesora de cocina en lo que eran antes las escuelas profesionales que funcionaban dentro de las escuelas primarias. Eran nocturnas. No sé qué inteligente hombre del gobierno las levantó, cuando daban una salida laboral y sacaban a los chicos de la calle. Ahí estuve cinco años.

¿Cómo diste el salto?

–Alicia, mi sobrina, que es un poco hija también, me dijo: “¿Che, por qué no escribís?”. Yo le dije: “Noooo, ¿te parece?”. Nosotros veíamos Buenas tardes, mucho gusto, era el programa de la televisión para el hogar. Pero después escribí una carta. Y Blanca Cotta, que era el factótum del programa, me hizo llamar por su secretaria y me dijo que llevara recetas. Tenía unos nervios. Me acuerdo de que era un día de lluvia y el paraguas se me cayó veinte veces. “Blanca va a pensar que soy una tonta”, pensaba yo. Le mostré las recetas y una le gustó mucho. Se llamaba “Pizonda”, que era un pan italiano que es riquísimo, con panceta, jamón y mucho queso. Fui a ver el programa y estaban Petrona de Gandulfo y el profesor Stramesi, que eran dos capos. Era toda gente muy conocida. Y conducía Ana María Muchnik, la hija de Pedro Muchnik, que era el creador de estos programas de enseñanza, que yo siempre digo: ¿Cómo no se le ha hecho un homenaje?

¿Cómo fue el debut?

–En vivo y en directo. En esa época no se grababa nada. Si metías la pata te quedabas embarrada hasta la cabeza. Cuando terminé Ana María me dijo: “Pero qué bien, Choly”. No sabía todo lo que había ensayado, palabra por palabra, delante de un espejo y viendo los tres minutos, con un reloj grande, que iba a tener para cocinar, y después vino el director y me dijo: “¿Usted, señora, estuvo alguna vez en televisión?”. No, pero doy clases.

En esa época la comida era bien sustanciosa...

–Sí, no se conocía lo light. Yo por suerte no engordé. Pero lo que hacía Petrona tenía por lo menos una docena de huevos. Después fui muy amiga de Petrona.

¿Qué le reconocés a Petrona como pionera?

–Le reconozco muchas cosas, primero que cuando sos la primera marcás un camino. Ella marcó la ruta de ser honesta con su trabajo. En cocina podés decir: “Lo hiciste con medio huevo” y lo hiciste en realidad con seis huevos. Si había usado una docena de huevos ella te lo decía, porque si no no te salía. A mí me lo decía siempre: “Choly, sé honesta en lo que decís, porque la señora va a seguir tu receta y te va a seguir si le sale”.

La entrevista se para. La tos la agobia. La tregua es apenas un ratito para sacarse fotos y revolver su departamento en busca de álbumes antiguos e imágenes de su carrera. La charla, en realidad, no se detiene. Ella apunta en cada recuerdo una sonrisa, como un premio más de los que están en su repisa, incluso, el Martín Fierro de Oro de la televisión por cable. Pero su mejor premio es la sonrisa que comparte con su nieta Paulina. “Algo hice bien para tenerla a ella”, se alegra. Comparten la misma energía emprendedora. La misma fuerza que la hizo levantarse a ella cuando su marido se accidentó y ella decidió salir a trabajar en su casa y no ser un ama de casa de Castelar, en el oeste bonaerense.

¿Empezaste a trabajar por necesidad?

–Sí, por una necesidad económica. Para ayudar a mi marido y para que saliéramos adelante cuando él tuvo un problema muy serio, si no me hubiera quedado haciendo nada y no hubiera sido lo feliz que he sido, ni hubiera luchado tanto en la vida, que es tan importante. Hace casi 55 años que trabajo, primero en la escuela y después en la televisión, y dando clases en distintos países como Paraguay, Perú, Chile y Cuba. A Europa fui a tomar clases.

¿Viajaste también a Rusia?

–Fui a dar clases en la época de la Perestroika. Yo trabajaba para una empresa muy grande y me dijeron que llevara a una ayudante. Fui con mi sobrina-hija Alicia. Unos días antes mi esposo me estaba esperando con mi nieto, lo agarré a upa, fui a cerrar un portón y se desprendió y se me cayó en el pie. Salté, porque si no al nene lo hubiera matado. Se me rompió el pie. Fui a Rusia enyesada, pero como no me dejaban viajar con el yeso, viajé con cinta de embalar y un pie roto. Yo dije: “No me pierdo el viaje ni loca”. Fue lo que más me impactó de todos mis viajes. La cocina me abrió camino en el mundo con todo lo que viajé.

Pero en la cocina de tu casa había un secreto...

–Sí, la cocina diaria la hacía Tibu, porque yo –la verdad– no podía, no estaba tampoco, la hacía él y muy bien. El vasco cocinaba como los dioses. Además era un hombre al que le gustaba atender a su familia. Cuando yo llegaba tenía el mantelito puesto para que comiera y atendía a sus hijos y nietos, con locura. Ha sido un abuelo inolvidable para ellos.

La comida para vos no es un trabajo de televisión sino un ritual que realmente tenés encarnado...

–No, no, no ¿sabés qué pasa? Yo creo que cocinar es un acto de amor. Preparar algo para nuestros hijos, aunque sea un lomito vuelta y vuelta con puré y le hacés un rulito y le ponés un tomatito con color, es un acto de amor hacia ellos.

¿Por qué perduraste?

–No sé por qué perduré, creo que porque fui muy sincera. Siempre diciendo que aunque hagan un puchero pónganlo lindo: la papita y el zapallo bien, que llevar una fuente a una mesa con comensales es un rito que uno tiene que seguir y se da en todas las generaciones.

También te llevás bien con las jóvenes. Por ejemplo, cocinaste con Narda Lepes...

–Por supuesto, la adoro a Narda. Yo estoy grabando mis cincuenta años en la televisión, mi despedida, con mucha alegría y con amigos de mi programa Cocina fácil. Es un placer para mí estar con gente joven. Es un placer vivir.

¿Es un placer vivir?

–Sí, es un placer vivir. Por eso creo que he salido de tantas, que he pegado resbalones. Sobre todo, los resbalones más grandes de mi vida han sido las ausencias, es lo que más me ha costado. Lo demás, los pequeños problemas de la vida cotidiana, me resbalan. Y esta última me ha costado tres internaciones y un problema del corazón. Fue bravo. Lo peor en mi vida fueron las ausencias, tuve reveses de trabajo, pero eso no importa para nada.

Muchas veces se buscó que la cocina fuera un lugar de encierro de las mujeres, pero para vos no tiene ese significado...

–No, para mí, por el contrario. Me ha ayudado a enseñarles a tantas mujeres que cocinar es un acto de amor. Es muy lindo que haya aroma de una cocina rica con la gente que una quiere.

Es raro que haya una mujer de más de ochenta años que hoy pueda conducir en una televisión que hace oda a la juventud.

–Tal vez porque yo tuve un perfil bajo. Nunca me creí nada. Fui una cocinera y soy una cocinera. Mi gran mérito fue que me abrieran la puerta. Y siempre le digo a la gente joven, si me quiere escuchar: una tiene que ser muy respetuosa en televisión porque la gente te abre la puerta y vos entrás en su casa. Una tiene que ser respetuosa del lenguaje, saber hablar bien, utilizar buenos términos, saber expresarse.

¿Qué quiere decir ser cocinera y no ser chef?

–La palabra chef no me gusta, me parece que me queda grande. Durante muchos años asesoré a los hoteles de veraneo de los bancos Provincia en Bariloche y Córdoba. Ahí fui muchos años a cambiar los menúes con los chefs.

Pero con vos también se puede aprender a hacer milanesas...

–Sí, y aprender a hacerlas rellenas o en vez de ponerles pan rallado ponerles copos de trigo de maíz triturado. Puede mejorar o levantar el nivel de esas simples milanesas, eso es muy importante.

¿Cómo hacés para seguir escribiendo libros de recetas?

–Sin mi nieta Paulina no podría seguir escribiendo. Ya son muchos años. Pero tengo ganas de descansar. Soy una mujer grande. Me gusta vivir, que es lo importante. No es que me quiera ir de este mundo. Me ha dado mucho la vida. Yo estoy muy agradecida a Dios o a quien fuera que me ha dado la oportunidad de vivir, de trabajar, de hacer lo que me gusta, de conocer tanta gente, de viajar con mi familia. He trabajado mucho pero he disfrutado. Hay que escabullirse de la rutina para ser feliz y capitalizar lo que hay que hacer diariamente.