En enero pasado todas las localidades balnearias de la costa argentina arrancaron la temporada con intensidad. Pero Mar de Ajó aún más: la noticia de que allí veranearía Norberto Bianco había convulsionado al pueblo en el momento más sensible del año. 

A la libertad condicional que le habían concedido meses antes se le agregaba un permiso para vacacionar en un chalet céntrico y a metros del mar. El exmédico de Campo de Mayo condenado por robo y apropiación de hijos de desaparecidos accedía a una oferta de temporada para genocidas que también incluyó a Miguel Etchecolatz, autorizado por el mismo tribunal a una prisión domiciliaria que duró hasta marzo. 

En ambos casos la presión social fue clave para contradecir una decisión judicial cuestionada y, de ese modo, darle volumen al (mal) humor social que generaron estos permisos. El mecanismo fue el mismo: escraches en los domicilios balnearios donde morarían los genocidas. La herramienta, inaugurada en esas circunstancias dos décadas atrás por HIJOS, marca también un recurso creativo joven ante un escenario de impunidad. Así había pasado con Videla en el post indulto y así está pasando ahora con los últimos vivos (en todo sentido) que reciben la libertad condicional como inmerecida pensión a la decrepitud. 

Bianco finalmente desistió de ir a Mar de Ajó, pero casi un año más tarde todavía permanecen en pie algunos de los carteles símil señalética en Javier de Rosas 223. Es la dirección de la cómoda vivienda que iba a ocupar ese personaje de cine noir que, además de robar y apropiarse de bebés, estuvo dos veces prófugo, intentó cambiar su identidad y fue asilado por la dictadura de Stroessner en Paraguay. 

Para Mar de Ajó y otras ciudades de la costa, la última dictadura trenza una memoria emotiva que, además de recordar cosas que también pasaron en tantos otros lados, añade una postal espeluznante: en los diciembres de 1977 y 1978, las playas se llenaron de muertos que resultaron ser víctimas de vuelos de la muerte. Los cuerpos que eran lanzados desde aviones al Río de la Plata aparecieron semanas después escupidos por el mar en orillas que debían prepararse para recibir turistas y no cadáveres. 

Los restos fueron rápidamente retirados y enterrados como NN en cementerios de la zona. Recién tres décadas después algunos pudieron ser localizados y hasta identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense. Un trabajo difícil, prestigioso y reconocido en todo el mundo. Aunque por lo visto ya no acá: la semana pasada debió ser interrumpido hasta nuevo aviso por el desfinanciamiento del Gobierno Nacional. Curiosamente (¡o no!) cuando se cumplen 40 años de la principal aparición de cuerpos sobre la playa, sucedida en diciembre de 1978.

Muchos de los grandes ganadores de la Conquista del Desierto decidieron bautizar a esa región costera como Tuyú. Los principales genocidas de indios en la Argentina utilizaron una expresión indígena para referir a la zona de sus latifundios. Viene del guaraní y significa fango o pantano, porque así es su suelo, incluso en zonas cercanas al mar. El mismo fango en el que todavía yacen restos sepultados sin rastros ni identidades. 

Pero, así como ante cada golpe de calor sobrevienen grandes dosis de agua, lo mismo ocurre con los golpes de olvido forzado: sólo la memoria recompone el cuadro. Entonces uno camina por la zona del muelle de San Clemente y se encuentra con la Plaza de la Memoria y la Mujer que recuerda los 18 cuerpos encontrados e identificados en todo el Partido de la Costa. O recorre la céntrica calle 32 en Santa Teresita y halla, a la altura de la Costanera, el Paseo de la Memoria. Mientras que en el pintoresco barrio de San Rafael varios carteles aún recuerdan cuando Mar de Ajó pudo cerrarle el candado a un genocida suelto.