En la madrugada de este domingo murió el ex canciller Héctor Timerman. Su deceso se produjo tras una larga batalla contra el cáncer pero también después de un largo proceso de persecución en el que participaron la Justicia de Comodoro Py, el gobierno de Cambiemos, las instituciones de la comunidad judía, AMIA y DAIA, que hasta fogonearon una acusación contra Timerman por traición a la patria, delito que no se aplicaba en la Argentina desde 1955, cuando se acusó a Juan Domingo Perón. Hasta el gobierno norteamericano le quitó la visa cuando urgía que continuara el tratamiento experimental contra el cáncer que había iniciado en Nueva York. Tuve la chance de cruzar unas palabras hace un mes, cuando estaba débil y apenas hablaba: lo vi satisfecho de haberle puesto el cuerpo y el alma a un gobierno distinto y seguro de que buscó, a través del Memorándum con Irán, una forma de destrabar la causa AMIA, paralizada desde hace casi 25 años.
Rodeado de su esposa Anabel, de sus hermanos, de sus hijas y nietas, Héctor la peleó con todas sus fuerzas contra el cáncer de hígado. La batalla corrió en paralelo con la persecución judicial y política feroz por un Memorándum que fue votado por las dos Cámaras del Congreso. La oposición que luego se integró a Cambiemos y el fiscal Alberto Nisman empezaron por acusarlo a él y a la ex presidenta Cristina Kirchner por encubrimiento, dado que –según decían– el tratado favorecía a los sospechosos iraníes. Los grandes medios fueron comparsa de la persecución contra Timerman, lo hostigaron de todas las maneras posibles. Lo insólito es que el propio régimen de Teherán se negó a ratificar la firma, o sea que los supuestamente favorecidos por el Memorándum al final no lo quisieron.
Este sólo hecho tira por tierra cualquier acusación porque, además, el Memorándum nunca entró en vigencia. Nunca se dio ni siquiera un paso, de manera que no podía tener efectos reales, jurídicos, como en su momento dictaminó el juez Daniel Rafecas y la Cámara Federal.
Los más importantes juristas del país –Raúl Zaffaroni, Julio Maier, León Arslanián, Ricardo Gil Lavedra– advirtieron apenas fue presentada la acusación que no había delito en el Memorándum.
Se podía decir que el tratado era bueno o malo, pésimo, pero no un delito. Ni siquiera los diputados y senadores que votaron en contra dijeron que podía significar un delito. Y menos que menos traición a la patria. La AMIA y la DAIA empujaron esa acusación alentando el viejo adagio antisemita: judío, traidor a la patria.
Al ver que sus fuerzas se extinguían, Timerman pidió declarar cuanto antes. Lo hizo acompañado de sus abogados, Alejandro Rúa y Graciana Peñafort. Explicó paso por paso cómo se gestó el Memorándum que, además, tenía el apoyo de Interpol, que quería avanzar en la causa y evitar los choques entre Argentina e Irán. Timerman explicó y documentó que la firma del tratado no implicaba ninguna ventaja para los iraníes e incluso el secretario general de Interpol, el norteamericano Ronaldo Noble, dijo públicamente: “La acusación contra Timerman es falsa”.
El ex jefe de Interpol estableció sin ningún margen para la duda que nunca hubo un pedido del Gobierno ni del canciller Héctor Timerman “ni de ninguna persona de Argentina” para remover las alertas rojas vinculadas al caso AMIA. Todo lo contrario: afirmó que la administración kirchnerista siempre dejó en claro que la firma del tratado no cambiaba el status de las órdenes de captura. Desde Dubai, donde vive, Noble incluso mandó una carta al juez federal y a la Cámara Federal ofreciéndose a testimoniar. El juez Claudio Bonadio apeló entonces a una maniobra para no citarlo a Noble declarar: cerró la instrucción de la causa, y señaló que no tomaría más medidas de prueba y que elevaría el expediente a juicio oral.
Toda la causa tuvo episodios grotescos, incluyendo que se utilizó para reabrirla una llamada clandestinamente grabada por el dirigente de la AMIA Guillermo Borger, una llamada en la que Timerman no dijo nada distinto a lo que venía diciendo públicamente. Comodoro Py permitió semejante atropello, con el impulso de la denuncia por parte de dos abogados del PRO y dos familiares empujados por la dirigencia oficial de la comunidad judía. Dejaron correr también la denuncia de Nisman que incluía a un supuesto espía, Alan Bogado, que dijo haber participado de las negociaciones en Suiza y Nueva York, cuando un simple informe de Migraciones demostró que nunca salió del país.
El ex canciller negó por otra parte una y otra vez la existencia de la supuesta reunión secreta de Aleppo, en Siria, con su par iraní. No hubiera sido ningún delito, es facultad de un ministro negociar con otro país. Y hasta se publicitó en la agencia Télam que Timerman viajó a Aleppo, información que dio el propio Timerman. Pero allí se vio con el presidente sirio, no con el canciller iraní Salehi.
Le hicieron la vida imposible. Con aquella declaración que tuvo que hacer desde su casa ante el juez durante horas y horas. Y, de inmediato, con el gobierno norteamericano cancelándole la visa para que se tratara. La Cámara Federal terminó revocándole la imputación por traición a la patria y Estados Unidos finalmente le permitió volver al tratamiento, aunque se había perdido un tiempo precioso. Washington le hizo pagar el atrevimiento de haber detenido un avión norteamericano en el que traían al país material bélico, de seguridad y de espionaje no declarado.
Se va un luchador, un hombre que se entregó 24 horas al proyecto de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. Era peronista hasta la médula y argentino no sólo por nacimiento y por nacionalidad, sino por pasión.
Fue, además, el orgulloso hijo de otro gran perseguido: el inmenso Jacobo Timerman, emblema del periodismo argentino. De hecho, Héctor eligió como primer oficio el de su padre. Se formó junto a él profesionalmente.
También su historia política quedaría marcada por la figura de Jacobo. En 1977, su padre fue secuestrado y torturado por la dictadura. En 1978 los militares ya habían expropiado el diario La Opinión y Héctor tuvo que abandonar el país para refugiarse en Nueva York, donde realizó acciones por la liberación de su padre, quien entre 1979 y 1984, como él, se exilió en los Estados Unidos.
En ese país el ex canciller obtuvo su maestría en Asuntos Internacionales de la Universidad de Columbia (Nueva York) y se desempeñó como profesor de Derechos Humanos, área a la que dedicó gran parte de su trayectoria profesional. Fue cofundador y miembro de la Junta de Human Rights Watch en Nueva York (1981-1989); director del Fondo para la Libertad de Expresión en Londres (1983-1989); miembro de la Junta Directiva de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) en Buenos Aires (2002-2004).
Tras su regreso a Argentina, codirigió las revistas Debate y Tres Puntos y desarrolló una carrera como periodista para diferentes medios gráficos y audiovisuales.
Además, fue el primer testigo en declarar en el juicio a Christian von Wernich, el ex capellán de la Policía bonaerense, confesor de Ramón Camps, condenado por complicidad en los asesinatos y torturas del terrorismo de Estado, incluido el de Timerman padre.
Peronista, tuvo luego de los ‘90 una etapa de militancia en el ARI. En 2001 fue candidato a diputado por la fuerza política de Elisa Carrió, aunque con la llegada de Néstor Kirchner a la Presidencia en 2003 se alejó de ella para volcarse al kirchnerismo. En julio de 2004, Kirchner lo designó cónsul general en Nueva York, tres años después fue promovido al cargo de embajador en los Estados Unidos y, en 2010, tras la renuncia de Jorge Taiana, asumió como canciller de la gestión de Cristina Kirchner, hasta el final de su mandato.
Había nacido en Buenos Aires el 16 de diciembre de 1953, acababa de cumplir 65 años. Sus restos serán enterrados hoy, a las 10, en el Jardín de Paz, en Pilar.