La consagración de Francia en Rusia no dejó mucho margen para la polémica. Podrá decirse que su juego no fue lujoso ni brillante, se puede decir que fue en muchos aspectos conservador, pero nadie puede discutir sus números, ni el proceso que lo llevó hasta la cumbre. Los blues vencieron en la primera fase a Australia (2-1) y a Perú (1-0) y ya clasificados empataron 0-0 con Dinamarca. Después superaron sucesivamente a Argentina (4-3), a Uruguay (2-0), a Bélgica 1-0 y a Croacia (4-2). Campeones invictos, con 14 goles a favor y 6 en contra. Lejos estuvo de los campeones más luminosos de la Copa del Mundo, como Brasil del ‘70, Argentina del ‘86 o España de 2010, y hasta se lo puede ubicar unos escalones por debajo del mismo Francia campeón del ‘98 o inclusive del equipo de Platini, Giresse y compañía del ‘86. Este de Rusia fue un equipo menos atractivo para la vista que aquéllos, pero práctico, efectivo y contundente para capitalizar un contraataque letal. Su juego de equipo se puede resumir en un detalle: su principal referente de área Oliver Giroud no convirtió ninguno de los 14 goles del equipo, pero sí fue parte del circuito que llevaba a defensores y mediocampistas hasta las redes contrarias en fulminantes acciones de contraofensiva. Afirmado defensivamente en los centrales Umtiti del Barcelona y Varane del Real Madrid, y Kanté como volante central, Francia mostró variantes de ataque con los laterales Pavard y Hernández y sobre todo con Griezmann, Mbappé y Pogba.

No suele considerarse un detalle menor que el técnico Didier Deschamps llevaba seis años al frente de los planteles nacionales, y que el equipo venía de jugar la final de la Eurocopa dos años antes. Un proceso serio en la planificación y en los caminos elegidos en la búsqueda de los mejores réditos. Deschamps dejó afuera del Mundial a un crack como Benzema por cuestiones extradeportivas para garantizar la disciplina interna, y los hechos parecen haberle dado la razón, aunque ya se sabe que si los números no hubieran acompañado, lo primero que le hubieran reprochado al conductor era precisamente la ausencia del goleador del Madrid.

El otro finalista del Mundial fue Croacia, un poco para desmentir que sólo los proyectos serios llevan hasta lo más alto, y que en el fútbol no existen verdades absolutas. Los croatas llegaron casi de milagro al Mundial (quedaron segundos de Islandia en la fase de clasificación y debieron imponerse en un repechaje a Grecia), y cambiaron de técnico cuatro veces en los últimos años. Zlato Dalic reemplazó a Ante Cacic antes de un partido clave de las Eliminatorias contra Ucrania, que pudo haberlos dejado afuera de todo, en octubre de 2017. Vale decir que Dalic, que venía dirigir al hasta hace poco ignoto Al Ain de Emiratos Arabes, tuvo menos tiempo de trabajo que Sampaoli en Argentina. Los jugadores de Croacia miraban con desconfianza a su entrenador y había algunos conflictos internos (después de la primera fase el DT mandó de vuelta a Kalinic), pero todo empezó a cambiar en el partido contra Argentina, y más precisamente tras el autogol de Caballero. Hasta ahí no habían sido superiores y todo parecía indicar que pensaban en el empate más que Argentina, pero ese gol les abrió todo: los espacios, el camino al gol y la autoestima. Llegaron las victorias contra Islandia, Dinamarca (por penales) y Rusia (otra vez por penales), e Inglaterra (2-1 en el alargue). Rakitic y Modric en un nivel superlativo fueron el eje de ese camino de los croatas, que los llevó a la final en la que nadie, ni ellos mismos, creía.

Hay en toda la historia múltiples ejemplos de casos de equipos que en los mundiales encadenan casualidades para imponerse, a pesar de la desprolijidad o la ineficiencia de sus procesos previos, y de otros que eran firmes candidatos y se cayeron a pedazos. Argentina venía muy bien antes de Corea-Japón, pero no pasó de la primera ronda; Italia en el ‘82 era un caos, pero se consagró campeón; Francia quedó afuera de la primera rueda en el 2010; Alemania se despidió muy rápido de Rusia 2018; Brasil y Bélgica pudieron haber sido lógicos finalistas en Rusia.

En definitiva, los procesos serios no garantizan resultados, pero los acercan mucho más, y en todo caso lo que tienen de bueno es que atenúan el impacto de cualquier caída.

Lo bueno sería, si se toma como referencia el Mundial de Rusia, que Argentina inicie alguna vez (ya se perdió bastante tiempo, por cierto) un camino de reconstrucción, con la elección de técnicos de equipos mayores y juveniles que no sean sostenidos con alfileres.

La clave parece estar justamente en eso que hicieron los franceses, apostar a los juveniles (promedio de edad de 25 años y 10 meses), y darles tiempo para su crecimiento. Tal vez alguna vez se entienda que no es justo esperar que Messi haga milagros que tapen todos los desatinos.

AFP