Desde hace una década, la psicoanalista infanto juvenil Susana Toporosi atiende adolescentes varones que han tenido conductas sexuales abusivas, con niñas, niños u otrxs adolescentes menores que ellos. En los últimos años, está recibiendo cada vez más casos, advierte. “Estamos interviniendo para evitar que lleguen a ser adultos abusadores”, señaló Toporosi, coordinadora de Salud Mental de Adolescencia del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez. En una entrevista con este diario, se refirió al tipo de abordaje que se puede desarrollar con adolescentes en esas circunstancias, habló de los escraches a alumnos secundarios en redes sociales. “La dinámica de este momento tan importante, con la multiplicación de denuncias, más la característica de los adolescentes de pensar en acción, está llevando a que algunas chicas digan ‘Si no fuiste abusada, no podés entender’. Por lo cual, cada una puede buscar y encontrar indiscriminadamente su propio abuso para no sentirse excluida. Y no es así. Una cosa son conductas no consensuadas con los varones, sucedidas en otro momento de nuestra cultura en que estaban naturalizadas, y otra cosa muy diferente es el abuso sexual”, diferencia la especialista.

–¿Qué hay que hacer con todo lo que está saliendo a la luz desde la denuncia de Thelma Fardin? Algunos relatos que se publican en redes sociales tienen que ver con la denuncia de conductas inapropiadas, manipuladoras de un varón hacia una mujer pero otras veces, muchas, se trata de hechos delictivos, como una violación o un abuso sexual que ocurrieron años atrás… 

–Primero hay que entender que se trata de un momento muy rico e importante a partir de que se rompe, de alguna manera, un pacto de silencio que fue muy pregnante en nuestra sociedad patriarcal durante mucho tiempo, donde se confiaba mucho más en la palabra de un varón que en la de una mujer, una adolescente o un niño o niña. El varón estaba puesto en un lugar de medida, y la mujer, los niños y los adolescentes, en un lugar de déficit. No estamos hablando de mujeres y varones sino del lugar simbólico que ocupan en una sociedad patriarcal, que está dividida de esa manera binaria, en un lugar de poder y otro de sumisión. Digo esto porque vemos instituciones en las que claramente hay mujeres que ocupan esos lugares de medida, de poder, como por ejemplo, juezas, defensoras de Menores, que consideran que las niñas tienen que revincularse por la fuerza con sus padres considerados abusadores. 

–¿Todavía se siguen ordenando esas revinculaciones tan cuestionadas?

–Sí. Lamentablemente en la Justicia y en otros ámbitos, como el de profesionales de la salud, sigue teniendo mucho peso el llamado Síndrome de Alienación Parental (SAP). Fundamentan la decisión en la idea de que el varón pierde el contacto con sus hijas y eso es más importante en relación a lo traumático que había sido para esas niñas, haber vivido un abuso de parte de quien las tenía que cuidar y proteger. La otra argumentación a la que recurren es que es importante que la familia esté unida. 

–¿Se sigue invocando el SAP con ese mismo nombre o lo han disfrazado?

–Como fue muy descalificado desde las asociaciones científicas como síndrome, se siguen sosteniendo las ideas del lugar central del varón, y de la mujer, como alguien que quiere separarlo de sus hijos, considerando que los niños mienten para dañar al padre. Esto tiene efectos muy dramáticos en la Justicia. Hay varias cuestiones: por un lado, el hecho de que se sigue considerando que la palabra de un varón es mucho más confiable que la de una mujer o una niña. Hay que tener en cuenta que apenas entre el 1 y el 2 por ciento de los abusadores llega a ser condenado en un juicio penal. 

–¿Por qué es tan bajo el porcentaje?

–Las pruebas para poder condenar a un abusador están en lo que pueda relatar un niño o niña que fue abusada. Lo que vivió resulta sumamente traumático y por mecanismos que usa el niño o niña para poder seguir viviendo, eso queda escindido, encapsulado y muchas veces, olvidado. Esas pruebas se toman en Cámara Gesell, generalmente por profesionales que no están preparados para entrevistar a un niño, con quien no tienen un vínculo de confianza, para entender su subjetividad. Lo piensan como un adulto. Todos esos factores hacen más difícil que pueda relatar algo tan traumático como lo que vivió. Si además la mamá de ese niño o niña dice que ella fue abusada en la infancia, ya rápidamente queda descalificado su testimonio. 

–¿Por qué?

–Si ella fue abusada, se piensa que entonces ve abusos en todos lados y no es creíble lo que está relatando. Con respecto a los niños, además, se exige una prueba de verosimilitud del relato, que no se le toma a un adulto. Cuando en realidad los niños tienen mucha menos posibilidad de deformar lo que relatan, lo vivido, que un adulto. Sin embargo, hay un mito de que los chicos pueden inventar, mentir, contar cualquier cosa. 

–¿Cómo se explica que la denuncia de Thelma haya contribuido a que salgan a la luz tantas historias de abuso sexual jamás contadas o denunciadas?

–Hace algunos años, era imposible para esa mujer que hoy rompe el silencio que alguien pudiera creerle o darle validez a su relato. El relato de otro funciona como una situación que permite que se levanten las represiones que había alrededor de algo que estaba guardado. En muchos casos, incluso, se están dando cuenta por primera vez de que lo que vivieron fue un abuso. Por eso, es muy importante que no haya tiempo de prescripción para las denuncias.

–Muchos casos se cuentan pero no se denuncian en los tribunales… ¿Qué valor puede tener la denuncia cuando pasaron tantos años y es difícil, dada la mirada machista de la Justicia y las dificultades de prueba por el tipo de delito, mayormente sin testigos, que se llegue a una condena?

–La denuncia tiene un valor no solo para que el abusador vaya preso. También tiene un valor simbólico: que se reconozca en la sociedad quién es el que hizo el daño y quién la persona dañada. Que esa mujer se pueda identificar como alguien que fue dañada es el primer paso para poder pedir ayuda y salir de esa situación, en que quedó encerrada, adentro de sí misma durante muchos años. Por ejemplo, si una chica que fue abusada por su padre, puede contarle (a la madre) a alguien de su confianza años después y denunciarlo en la justicia, es muy importante para que se pueda recuperar, porque se siente creída, valorada y reconocida como alguien que fue dañada. Si no se empieza por ahí no hay cómo recuperarse de ese trauma. Esto no sin el lamentable problema de que la institución a la que se recurre, la Justicia, es tremendamente patriarcal y muchas veces revictimiza. Hay dos tipos de vínculos: Unos serían asimétricos, son los vínculos que se establecen por ejemplo, en una familia: Un chico necesita que haya por lo menos un adulto en asimetría, que cumpla funciones como cuidar, proteger, instaurar límites y legalidades.

–¿A qué legalidades se refiere?

–Entre las legalidades que tiene que respetar es la de abstenerse de gozar del cuerpo del niño o del adolescente. Ese adulto tiene una responsabilidad sobre quien está en el otro polo de la asimetría. Esto mismo pasa en otros grupos, como una escuela –entre el profesor y sus alumnos–, un instructor de deportes, un director que tiene un grupo de alumnos de teatro. Por otro lado, tenemos las relaciones entre pares: en este caso, la relación es siempre con un otro, que no es solo un cuerpo. El problema es cuando se toma el cuerpo del otro al margen del sujeto que lo sostiene. Entre pares, tenemos que hablar de consenso, si no, estaríamos en una situación de sometimiento de uno sobre el otro. Este es un momento complejo. Lo puedo observar a partir de lo que traen mis pacientes adolescentes. Los adultos muchas veces no saben cómo intervenir en las escuelas y los adolescentes sienten que tienen que resolver ellos, entre pares, situaciones que los desbordan. No es lo mismo que un profesor haya apoyado su mano en el hombro de una adolescente para sentarla en su lugar, que haberla seducido. Lo que se necesitan son espacios de reflexión colectiva en las instituciones, con la coordinación de adultos que inviten a recuperar la posibilidad de pensar. También son ricos los espacios entre pares si logra establecerse la reflexión. En ambos casos si se puede soportar no saber o no entender aún todo lo que sucede.  Se necesita ir construyendo… La dinámica de este momento, con la multiplicación de denuncias, más la característica de los adolescentes de pensar en acción, está llevando a que algunas chicas digan “Si no fuiste abusada, no podés entender”. Por lo cual, cada una puede buscar y encontrar indiscriminadamente su propio abuso para no sentirse excluida. Y no es así. Una cosa son conductas no consensuadas con los varones, sucedidas en otro momento de nuestra cultura en que estaban naturalizadas, y otra cosa muy diferente es el abuso sexual. 

–¿Cómo lo define?

–El abuso sexual es la intromisión de la sexualidad del adulto en el cuerpo y en el psiquismo de un niño, niña y adolescente. La relación de poder asimétrica no permite que se puedan defender y no está en juego ningún consentimiento. El consentimiento es un ingrediente central en la relación entre pares y es lo que define la diferencia entre una relación en la que uno somete a otro, o una relación en la que hay acuerdo.

–Cuando el sometimiento es entre pares usted no lo nombra como abuso sexual, a pesar de que para quien se ve sometida los efectos puedan ser sumamente traumáticos?

–Decimos, en esos casos, que el adolescente tiene conductas sexuales abusivas, que no es lo mismo que decir que es un abusador. En la adolescencia, etapa en la que todavía se están dando trabajos de constitución psíquica, y en que se está armando el quién soy, la identidad, nombrarlo como abusador puede determinar que lo termine siendo. Por eso es importante que los adultos digamos que ese adolescente tiene que hacerse responsable de lo que hizo, tiene que incorporar legalidades que no tiene inscriptas y necesita además un tratamiento psicológico para entender por qué le hizo a otro algo que no le hubiera gustado que le hicieran. Estamos interviniendo para evitar que llegue a ser un adulto abusador. 

–¿Ese adolescente se recupera? ¿Puede no ser un adulto abusador?

–Sí. Hay muchos casos en este momento. Yo no los pienso como abusadores. Es muy distinto ser que tener conductas. Trabajando en una terapia en la cual ese adolescente muchas veces por primera vez se siente respetado y tratado como un sujeto, trabajando su responsabilidad sobre el daño que provocó, y con la intervención de un organismo de derechos que garantice que él y su familia concurran a los tratamientos en mi experiencia, se puede prevenir que sea un futuro abusador en la adultez. 

–Hablemos de otras situaciones que se dan entre pares, que también son abusivas, por ejemplo, que un adolescente en un vínculo con una chica le controle todo el tiempo el celular, le ponga condiciones en relación a cómo se puede vestir… Son expresiones de violencia machista…

–Claro, son los modos en que se construían en nuestra sociedad machista, las masculinidades. Los modos en que hacerse varón en nuestra sociedad, pasaban por tener conductas muchas veces de someter a alguien considerado como más débil, como podría ser una chica, frente a otros varones. 

–Hay otras conductas como tocar el culo entre varios… manosear a una compañera…

–Eso de hacer algo entre varios también es un modo, en nuestra sociedad patriarcal, de los códigos de cómo hacerse varón. 

–Las adolescentes las han dejado de naturalizar y las denuncian. Eso está muy bien.

–Estamos ante un tema político. Las mujeres se unen para construir un poder alternativo que logre desnaturalizar la apropiación de los cuerpos por parte de los varones que se formaron en esta cultura machista. Esto puede ser liberador y vale mucho por eso, cuando vivimos en un sistema capitalista con enormes y crueles desigualdades, que son el modelo de dominio y sometimiento. En la Argentina, hay marcas muy fuertes que dejó la dictadura: el poder se apropiaba de los cuerpos para someterlos y dominarlos, desapareciendo y matando. Está lleno de prácticas desubjetivantes naturalizadas ejercidas por los varones hacia las chicas, por ejemplo, tocarles el culo en los boliches, ponerles los dedos en los genitales en un pogo, etc. El cuerpo de la mujer es un territorio a dominar por parte del varón. Este movimiento político apunta a transformar todo esto. Pero ojo, el escrache a los varones adolescentes en las escuelas secundarias, a mi modo de ver, es la reproducción del mismo sistema binario en el que hay solo dos lugares posibles: uno dominador y otro que debe someterse, esta vez, dado vuelta. El verdadero desafío es la reflexión conjunta que desnaturalice formas cosificantes, opresoras, y también sometidas por parte de varones y chicas, porque todos se criaron en esta misma sociedad patriarcal.