Portodaslasmujeresmuertas. Por todaslasmujeresmuertas. Portodaslasmujeresmuertas. Ese fue el mantra que me encontré repitiendo mentalmente para sostenerle la mirada al chabón. Por todos los minutos que duró el trayecto en el subte C en las cinco estaciones que quedaban hasta Retiro. Los dos varones habían entrado al vagón bravuconeando sobre lo que “había que hacerles a las del pañuelito verde”, “que a las del pañuelito verde había que pasar y tocarles la cola”, entre otras cosas. Eran flacos y altos, gorrita, no sé si llegarían a los 20 años. Sentada en diagonal a ellos, en una acto de defensa, acomodé mi pañuelo verde para que quedara lo más desplegado posible. Tenía que tomar el terreno y mostrarme antes de que me descubrieran ellos a mí. Algo que tarde o temprano iba a suceder. Y me quedé mirándolos fijo hasta que se percataran de mi presencia. Primero se dio cuenta uno. Nos miramos a los ojos. Enseguida se dejó de reír, de hablar y bajó la vista. El otro siguió agrediendo a las del pañuelo verde en voz bien alta hasta que me vio y siguió bardeando pero mirándome a mí. Y así seguimos mirándonos fijo hasta que a la segunda o tercera parada empezó a bajar el volumen y finalmente se cayó. Pero no dejó de mirarme fijo, sobrándome a media sonrisa. Sin desviarnos la mirada seguimos en ese silencio tenso. La lengua apoyada en el paladar. Mirándolo a los ojos con bronca. Portodaslasmujeresmuertas. Portodaslasmujeresmuertas. El chabón que había entrado con él en la suya, el resto del vagón ignorando o ignorante de lo que pasaba. Circunstancialmente él se distraía pero volvía a retomar. En una dijo “y ni siquiera pestañea, eh?” Yo pestañeaba cuando alguien se interponía entre nosotros. Hasta que sus ojos desafiantes comenzaron a entrecerrarse. Como los de un borrego adormecido. Y entré en ellos con mi mantra, cortándolos a cuchillo. Portodaslasmujeresmuertas. Portodaslasmujeresmuertas. Portodaslasmujeresmuertas. Portuabuela, portuhermana, portunovia, portumadre. Tratando de comprender cómo podía pensar que él era el justo, tratándole de explicar que no iba a haber ni un paso atrás. Que no tenemos miedo: Portodaslasmujeresmuertas. El tren paró en la estación terminal. Esperé a que ellos enfilaran para la puerta y quedé de pie detrás. Ahí el pibe retomó pero en voz bastante más baja. Ahora que nos apelotonábamos todes contra la puerta ya los demás no pudieron ignorar que algo estaba pasando. Me mandó una última en voz baja mientras salía del vagón “a las del pañuelo verde habría que…” a lo que respondí bien seco mismo volumen pero audible para todes: “Ponete un forro, boludo”. Salimos en manada por el pasillo. Desde mi metro cincuenta y tres alcancé a escuchar que le decía al otro “uy, para colmo ella nos quedó atrás”. El otro le decía “eso te pasa por bardear”.