Desde Londres

El gobierno y la oposición, la primer ministro Theresa May y el líder laborista Jeremy Corbyn, los diputados eurófobos y eurófilos conservadores, los que claman por un segundo referendo y los que lo aborrecen, todos y cada uno de los 650 parlamentarios están atrapados por el Brexit y ningún grupo, por el momento, puede imponer una alternativa.

Estas dos semanas serán definitorias. El 21 de enero es el último plazo para que la Cámara de los Comunes vote sobre el acuerdo a que llegó May con la Unión Europea el 25 de noviembre. Todos saben lo que hay en juego. El Banco Central de Inglaterra advirtió que un Brexit duro –sin acuerdo con la UE– significará una crisis peor que la de 2008. Los pro-brexit recalcitrantes califican esta advertencia de “Project Fear” (proyecto del miedo), pero reconocen que habrá un impacto a corto plazo. Abriendo el paraguas, el gobierno anunció entre agosto y diciembre de 2018 más de ochenta medidas de emergencia para activar el 29 de marzo, fecha de salida de la UE (ver recuadro).

El debate parlamentario comienza este miércoles nueve, la semana siguiente será la votación y ahí habrá que ver qué sale de esa caja de Pandora que es hoy el parlamento británico. Hay varias posibilidades. La que puede terminar con todas las otras es que el parlamento vote a favor del acuerdo alcanzado por May para la retirada del Reino Unido de la Unión Europea, que incluye una Declaración de Principios sobre la negociación posterior para definir qué tipo de relación tendrán las dos partes. 

El problema es que muy pocos parecen a favor de esta opción. El diez de diciembre, May anunció en el parlamento la suspensión del voto que se iba a hacer al otro día sobre el acuerdo con la UE porque sufriría una “significativa derrota” y quería calmar los temores de la Cámara, reabriendo el diálogo con la Comisión Europea. La jugada apuntaba a ganar tiempo, táctica preferida de May en la doble negociación que ha sido el Brexit -con la UE y con su propio partido conservador- desde que el referendo a favor de la salida en 2016 la catapultó como primer ministro en reemplazo de David Cameron. 

El diálogo con la Comisión Europea no produjo ningún resultado, así que la  esperanza es que la pausa de las fiestas, la presión y hasta el encubierto soborno (un fervoroso opositor del acuerdo fue nominado por el gobierno el 30 de diciembre para el título de Sir o caballero) hayan cambiado la opinión de los eurófobos y de los diez diputados de los Unionistas de Irlanda del Norte, que sostienen a un gobierno que no tiene mayoría propia en el parlamento.

Hoy por hoy no hay ninguna señal de que eso haya ocurrido. Si el debate parlamentario no cambia esta situación, habrá que ver la magnitud de la derrota para medir el impacto que tendría sobre May: si es por más de cien votos podría llevar a su renuncia. O a un estado de virtual parálisis en caso de que May decida aguantar contra viento y marea. ¿Qué sucede entonces? 

Si los diputados logran congregar una mayoría en torno a una ruta alternativa –segundo referendo, unión aduanera con la UE– el reto será persuadir a la UE de los méritos de la propuesta. La Unión ya dijo más de una vez que no hay alternativas al acuerdo firmado con May, pero también dejó abiertas las puertas a que el Reino Unido permanezca en el bloque: una iniciativa parlamentaria que apunte a un Brexit suave tendrá grandes chances de ser aprobada por la UE. 

Otra opción sería que May regrese a la cámara con una nueva enmienda formal o con alguna garantía adicional de la UE sobre el espinoso tema de la frontera de Irlanda del Norte y la República de Irlanda (ver recuadro). Otra vía sería convocar a elecciones anticipadas para salir del impasse. Esta vía electoral también podría alcanzarse por la ruta más complicada de la moción de censura del gobierno. O por el pánico de una caída estrepitosa de la libra esterlina. 

La variante más radical y enigmática de todas es si el parlamento vota a favor de una enmienda para convocar a un nuevo referendo. Una nueva consulta popular haría estallar los plazos acordados para la salida británica: se necesitan unos seis meses como mínimo para realizarla y la partida británica es el 29 de marzo, en menos de tres meses. La UE tendría que aprobar un pedido de aplazamiento de la fecha de salida, habría que resolver el espinosísimo tema de la pregunta que se le hará a la población: una propuesta contempla tres opciones, el acuerdo de May, seguir en la UE como si nada o un Brexit duro. No hay ninguna garantía de que el resultado final no sea el mismo que en 2016. 

En medio de todo este berenjenal, por aquello de a río revuelto ganancia de pescadores, puede terminar ocurriendo el infierno más temido por muchos: un Brexit sin acuerdo alguno.