El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, asume el primer día del año. Velozmente reduce el salario mínimo vital y móvil, anuncia que privatizará “todo”, inicia una caza de brujas en la administración pública contra “comunistas y socialistas”, prescinde de sillas y sillones rojos. Lo entornan militares que claman contra la bandera roja y una ministra que insinúa uniformar a los nenes de celeste y las nenas de rosa. La combinación entre ultra derecha política y neoconservadorismo económico parece una pesadilla, una distopía. Si se le pone onda, acaso una fantasía excitada de Roberto Fontanarrosa o de Diego Capusotto. Resulta peor que una pesadilla; una realidad cruel, por ahí extrema... pero de ningún modo descolgada del contexto y de la tendencia global. 

Querido por sus votantes, remedo a la brasileña de su colega norteamericano Donald Trump, Bolsonaro existe y manda en la principal potencia de la región, el vecino-hermano de Argentina, su mayor contraparte comercial. 

Desde la caída del Muro de Berlín el capitalismo y la democracia representativa dominan la escena. Conviven malamente, uno crece, la otra pierde gravitación, eficacia, legitimidad. El capitalismo deviene cada vez más salvaje, las democracias cada vez más degradadas e insatisfactorias para las mayorías.

En un libro deslumbrante –“Melancolía de izquierda”– el historiador italiano Enzo Traverso repone el recuerdo de Francis Fukuyama, quien pronosticó “el fin de la historia” tras la caída del Muro de Berlín. “Su hegelianismo optimista... ha sido criticado pero el mundo surgido del final de la guerra fría yla caída del bloque soviético era desesperantemente uniforme”. Con nuestras palabras: Fukuyama la pifió, tal vez, por creer cristalizado ese estadio pero no al describirlo. En jerga podría apuntarse que confundió “la foto” con la película aunque esa metáfora socorrida peca por omitir que el presente es más el fotograma de un film que una imagen descolgada.  Traverso cita al filósofo marxista Donald Jameson: “hoy es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”.

Proteico, adaptable, insaciable creador de desigualdades y nuevas formas de explotación, el capitalismo no conoce casi alternativas y los sistemas políticos cada vez están más lejos de ponerle coto, proteger a las mayorías, atenuar las desigualdades y las violencias.

Discriminador, racista, xenófobo, personalmente ignorante, agresivo, soez hasta para pestañear, Bolsonaro es novedad solo por implantación geográfica. Impera en la tierra cuya hegemonía política era pulseada, ayer nomás, entre los ex presidentes Lula da Silva y Fernando Henrique Cardoso.

Cuando usted se despierte mañana, Bolsonaro y Trump, tantos líderes europeos estarán ahí. Cada cual con su idiosincrasia, trayectoria y contrapesos locales pero expresivos de una decadencia política que atañe al centro del mundo y se proyecta a nuestro vecindario. 

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Con votos, con trampas: No se trata de la desnaturalización del voto popular, exclusivamente. Subrayamos “exclusivamente”,  Bolsonaro capitaliza la proscripción a Lula que transformó una votación por la presidencia en un ejercicio viciado, un ersatz. El presidente Mauricio Macri y sus aliados exploran cómo importar la proscripción o implantar una semiproscripción de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Tamañas trapisondas hacen zozobrar la credibilidad en el sistema político pero no agotan el inventario ni el problema. Al brasileño lo aupó una mayoría ululante y expresiva. A su vez Macri, arribó a la Casa Rosada merced un proceso electoral limpio, realizado en tiempo y forma, de los que garantiza el peronismo desde 1989.

Jamás fue certero el adagio “los pueblos nunca se equivocan”. Pueden y suelen hacerlo, están en su derecho si lo deciden con reglas de juego estrictas, posibilidades para la oposición, sufragio universal sin restricciones. 

La coyuntura prodiga decisiones colectivas  autodestructivas como el Brexit (que este año se consumará, God sabrá con qué derivaciones). Criminales como las que consuman los faros de la democracia, “el mundo” según Macri contra inmigrantes: muros y costas que repelen al extranjero sin rubor a la hora de provocar sus muertes. Como en el reparto de la pobreza, son chicos quienes más sufren.

Las cunas de la civilización occidental se expresan con desprecio por el prójimo, anulan o minimizan  avances culturales y legales que insumieron siglos de luchas,

El racismo, el machismo, la xenofobia están de moda con apoyo creciente de personas pobres y explotadas, de clase media en descenso como mucho. La democracia, comentaban sus exégetas, conforma más que un conjunto de reglas; un sistema de vida. La alusión queda anacrónica, el revival de los fascismos europeos quizá peque de simplista pero no es un delirio. La historia no sabe repetirse como calco, sea. Pero circunstancias homólogas generan monstruosidades similares.

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Etapas de la decadencia: Traverso concuerda con el historiador Eric Hobsbawm: el mejor legado de los “socialismos reales” consistió las reformas que produjeron regímenes capitalistas para evitar la expansión de la “oleada roja”. El miedo incentivó la reformulación del capitalismo, los estados benefactores, el New Deal, las socialdemocracias progresistas. Los movimientos nacional populares de nuestra región, claro. 

La caída del Muro de Berlín abolió las respuestas dialécticas, las concesiones. El neo conservadorismo copó la parada. Las izquierdas europeas o se rindieron o, mayormente, se dejaron cooptar. Acá este cronista empieza a dejar a Traverso cuya lectura recomienda con fervor y a quien releva (desde ya) de responsabilidad en la paráfrasis que intenta esta columna.

El atentado a las Torres Gemelas indujo un giro reaccionario en materia de libertades públicas comenzado en Estados Unidos y exportado a granel por el resto del mundo. La presunción de inocencia, el derecho a la defensa en juicio, la propia garantía de la vida, quedaron en suspenso. Las proyecciones del retroceso civilizatorio se propagan hoy en día.

La crisis mundial de 2008, diz que financiera pero en verdad integral, significó otro paso atrás. Proteger del desquicio al capital financiero y, aún, a los banqueros en persona consumó un revés a la democracia. El principio “too big to fail” (demasiado grande para quebrar) justificó la protección cómplice de las grandes potencias a la banca y a los potentados mientras excluía a millones de personas. No hubo “paracaídas de oro” para sus derechos. El statu quo se mantiene, acrecentando la masa de desamparados.

En América del Sur, hubo un inicio de siglo auspicioso. La reacción colectiva ante los desquicios que causó el neoliberalismo combinada con la emergencia de liderazgos populares y condiciones económicas propicias (entre otros factores) acunó un ciclo de gobiernos populares que combatieron la desigualdad y ampliaron derechos. Durante una década la democracia regional rayó alto en la experiencia comparada,   Ese avance solo sobrevive en Bolivia conducido por el gran presidente Evo Morales. Quizás la experiencia más profunda, la que más se arrimó a una revolución pacífica y democrática.

El resto fue cayendo por la ofensiva conservadora, errores propios u agotamientos de los esquemas económicos, desgajamiento de sus alianzas de clases. Las derechas de este Sur sacaron tajada y volvieron. La dictadura de “los mercados” asola al planeta atizando guerras de pobres contra pobres, clave en la etapa,

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La era de la polarización: Proliferan en comarcas diversas elecciones altamente polarizadas, de ordinario muy parejas. Se define en blanco o negro, a menudo por diferencias estrechas. 

Suele aducirse que resuelven la disyuntiva los independientes o los indecisos o los no politizados o los tibios (elija usted su propia aventura nominativa). Antaño, en regímenes estables con partidos que perduraban, los electores flotantes inclinaban las decisiones hacia el centro, condicionando a los antagonistas. Ahora prima un cuadro diferente y paradójico: los no convencidos ni encuadrados carecen de capacidad para proponer “terceras posiciones” o alquimias intermedias. Vuelcan la balanza a favor  de un término de la contradicción, la doble vuelta electoral potencia el valor de sus votos. Las presidenciales de octubre se disputarán bajo ese signo, con ese sino. 

El panorama económico y productivo se ensombrece hora tras hora. La apuesta del Gobierno es suprimir dicho eje de la agenda electoral. La estrategia obvia: concentrarse en la corrupción kirchnerista.

El ítem dos, menos conspicuo, es acrecentar el cualunquismo y el individualismo acicateados por la desesperación. La obsesión de llegar a fin de mes puede retraer a una fracción de la ciudadanía, impulsarla al sálvese quien pueda, aislarla de cualquier instancia colectiva. La sociedad civil argentina se caracteriza por la rebeldía y la capacidad de movilización pero dicha praxisno congrega a la totalidad. Una neo narrativa macrista “tibia” se pone al servicio de esa tendencia, Asume “errores” y describe a los problemas existentes como recidiva de males anteriores. La historia nacional sería, pues, un eterno retorno del péndulo. Todo lo que se padece ahora, ya se padeció. Con una honrosa excepción; “el populismo” que, ahora dicen, inventó la corrupción y hasta la pobreza, No importa que el kirchnerismo de punta a punta y medido con el índice que a usted le plazca, redujo la pobreza 20 puntos, generó millones de puestos de trabajo, construyó un vasto piso de protección social. De nuevo, millones de jubilaciones, regímenes laborales progresivos para sectores usualmente maltratados, Asignación Universal por Hijo (AUH). Las realizaciones refutan la historia negra aunque no bastan para convencer a los incrédulos. Los mueven críticas absurdas o válidas, hay de todo. 

El regreso al pasado es imposible y por ende no deseable. La creación de una esperanza exige renovar las ideas fuerza y la emergencia de un nuevo diseño político. Las multitudes son capaces de errar tanto como de tener intuiciones sensatas: el puro señalamiento de la catástrofe macrista no alcanza para construir una perspectiva de futuro distinto.

Así como la resistencia civil, el voto castigo al mal gobierno es un puntal de la democracia argentina. Sin renegar de lo expresado en párrafos precedentes la caída electoral del macrismo sostendría al sistema en su pilar básico; la alternancia consecuencia del veredicto de las mayorías, sustentado en sus intereses y sus vivencias. 

La polarización social es un ítem del inventario, Las enraizadas y variopintas culturas políticas de ciudades, provincias o regiones, otro. 

La oposición, el peronismo en general y el kirchnerismo en especial gozan de una buena chance, frente al oficialismo que dispone de los fierros del Estado. Cuenta con los medios hegemónicos y la apatía ciudadana como socios. 

La construcción política puede vencer al establishment si agudiza el ingenio, la amplitud y la capacidad para tender puentes. La atonía y la dispersión juegan para la derecha,

 Uno cree poco-poquito-nada en las encuestas preelectorales cuando falta tanto por dilucidarse. Pero el empate técnico que arrojan varios sondeos es buen esbozo del cuadro de situación cuando empieza el año. Parece irreversible que será atroz en casi todo el planeta. Tal vez signifique una chance para la recuperación de un proyecto inclusivo en nuestra dolida nación.

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