No sólo es la voz, una especie de rugido permanente que se suaviza con el contenido de sus palabras, Rocío Cuevas porta una corporalidad rebelde: alta, brazos trabajados, capaz de montar y desarmar un escenario ella sola, parece la protagonista de aquella película alemana en la que la protagonista corre desde que empieza hasta que termina. Y a ese ritmo arrollador, este año dejó su banda Rosario y La Cruz de Sal, despidió a su hijo de 16 que se fue a vivir a Europa, se deshizo de gran parte de sus pertenencias materiales para empezar de nuevo en Traslasierra y allí partió los últimos días de 2018, mientras una amiga fotógrafa, Nancy Peroni, no deja de documentar su vida en más de 500 imágenes que dan cuenta de ese pulso frenético pero pensado.  

Hiciste aikido, boxeo, artes marciales desde que sos chica.. ¿Podés cagar a trompadas a alguien?

–Sí, puedo decirte que soy una persona que vive sin miedo. Las pibas a los 10 tienen que hacer un arte marcial, para mí. Defenderte es poder salir corriendo, no necesariamente saber pegar porque no estamos entrenadas para eso. Pero al cuerpo hay que usarlo, no solo para gozar sino para defenderte. El boxeo te planta de una manera, te da una conciencia del equilibrio, que es pura ganancia. Tenemos que recuperar esa conciencia del cuerpo. La princesita es un cuento de Disney, ¡hagámosle juicio a Disney!  

Sin embargo las pibas siguen enganchadas con la imagen de la princesa, aunque ahora estén empoderadas…

–Bueno, puede ser, pero a mí nunca me pasó. Siempre quise ser libre, no me ponía de novia, yo siempre tenía amantes. Y después tuve un hijo varón. A los 3 años descubrí que había una guitarra criolla en la casa de mi papá. Nací en Mataderos, soy porteña, pero mi vieja se separó cuando yo era muy chiquita y fuimos bastante nómades, de ahí que soy medio salvaje. Después, la adolescencia la pasé en Paternal, a unas cuadras de donde vivo ahora, Bolivia y San Blas. Ahí jugaba en la calle y es muy loco porque el barrio sigue igual. Yo encontré una guitarra y un cuaderno de primeros pasitos con la guitarra y de ahí no paré con la música.

¿Y esta voz?

–A los 13 salió. Fue muy jodido. De chica no se me notaba pero siempre hubo algo porque en el jardín me decían que Rocío era nombre de varón porque terminaba en o. Cuando empecé a desarrollar esta voz de chabón, me empezaron a pasar otras cosas. Me preguntan qué soy o por qué tengo voz de varón si soy mujer (hijes de amigues sobre todo). En la adolescencia me hice mierda la garganta por afinar la voz y agudizarla un poco pero lograba disimularla. También la uso a mi favor: cuando llaman de Movistar me hago pasar por un chabón y digo que yo no soy yo (risas). Fue todo un proceso de aceptación de mi voz y desde los 13 que compongo con la guitarra. Siempre escribí. Yo sé que si me hago un estudio es muy probable que me quieran operar de nódulos pero a mí me gusta mi voz así y musicalmente no me interesan los registros vocales, no quiero llegar a un agudo, podré llegar con un falsete pero muy forzada. Me parece que está bueno tener esta voz para una mujer, de hecho compongo en tonalidades más graves, acentúo eso. 

Pero siempre tuviste un perfil bajo, desde Dead Mamitas que estás en la música pero como también trabajás para otres, no terminás de ser conocida por tu obra.

–Es que hice miles de cosas, y al principio tenía pánico total a mostrar mis canciones, como hasta los 25 no mostré nada. Hice cerámica, fui malabarista, me dediqué a gastronomía… Y componía pero se las mostraba sólo a mi mejor amiga. A los 25 me empecé a juntar con otra amiga a la que le pasaba exactamente lo mismo y armamos un dúo de guitarras criollas. Hicimos Dead Mamitas, punky pero con guitarras criollas. Yo tengo la voz muy grave y ella muy aguda entonces laburábamos mucho el contraste. No tocábamos en vivo pero nos convencieron, con dos amigas más y duró 4, 5 años la banda de amigas. Fue un crecimiento musical para todas. Hablábamos de amor y desamor, drogas, experiencias de vida que todo el tiempo rozaban el fracaso. Y de eso siempre hablan mis letras, de repente son re poperas en la onda musical pero re trash en lo que dicen. Muy pocas veces escribo desde la felicidad. Y soy muy autorreferencial. No le tengo miedo como mujer a las palabras, sexo, drogas, promiscuidad, dios, feminismo… 

De hecho, te gusta mucho hablar del orgasmo.

–De palabras a las que la gente les tiene miedo. Todos necesitamos creer, todos necesitamos agruparnos. Hablar de nuestros orgasmos, de todo lo que nos costó acabar con placer me parece imprescindible…Una de mis canciones se llama “Hormonas terroristas”, y habla de la menstruación, y de hacerse cargo que indispuestas podemos ser talibanas, y el mundo tiene que asumirlo. Muchas tribus echan a los hombres del espacio de convivencia cuando las mujeres están indispuestas y en nuestra sociedad está invisibilizada. La intuición también, son temas que me hace bien poder cantarlos, naturalizarlos, gritarlos, y hacer que el mundo los naturalice también. 

¿Qué pasó con Dead Mamitas?

–Esa unión de mujeres se abrió porque Caro quedó embarazada, nos tomamos un tiempo y después ya no volvimos. Todas tuvimos necesidad de seguir expresándonos y yo me uní al trío La Cruz de Sal y ahí pasó a llamarse Rosario y La Cruz de Sal. Tenía muchísimas canciones nuevas y como cuando nos juntamos re funcionó, me quedé ahí, hasta hace unos meses. Mi hijo de 16 se fue a vivir a Costa Brava, en Barcelona, en marzo, con su padre. Fue un trabajo bastante fuerte, pero yo vengo trabajando mi desapego con un montón de cosas, con mis viejos, con mi música, con mis relaciones, y la verdad es que cuadró todo muy bien. 

¿Lo extrañás?

–Sí, mucho. Hay días que tengo unos bajones pero bueno, se crió conmigo. Siempre fui la persona que le marcó todo, la que lo levantó todas las mañana para ir a la escuela, la que lo llevó al médico, la que fui a las reuniones. Nunca había vivido con su papá, pero encontraron un método de convivencia que les funciona. Yo nunca sentí que mi hijo era mío, es re hippie decirlo pero siempre sentí que Dante es un ser de esta tierra y creo que mi única misión es darle todas las herramientas posibles para que sea una buena persona. Para un pibe los primeros años es “mamá mamá” pero después tienen decisiones y hay que respetarlas.  

¿Por qué te vas a vivir a Traslasierra?

–Estoy harta de la ciudad. Hace siete años empecé a irme para allá los veranos. Desde el primer día me partió la cabeza, es ahí el lugar, por lo menos para mí. La energía, la naturaleza, las sierras. Hay mucho intercambio de gente, una teoría del cuidado de los recursos, una forma de vivir respetuosa con el medio ambiente. Me parece que la ciudad te mantiene en una ruedita donde las cosas realmente importantes están relegadas, porque no estás en contacto con esas cosas. En la ciudad es más importante saber dónde cargar la SUBE que hacer un fuego, y a mí me sirvió un montón la cuidad pero hay una parte de lo que tengo que aprender que está ahí. Quiero tener menos contacto con gente, no quiero estar laburando todo el día para pagar las cuentas, quiero tener lugar para armar una huerta y no tener que pedir comida. Me voy a encerrar a componer y estaré sola. Las Tranki Panki están en Córdoba capital y son amigas, las tengo como aliadas por esos pagos. Sé que voy a extrañar la ciudad pero me va a hacer bien venir y volver para allá. Y la verdad es que cuando te sentís sola, te sentís sola en la ciudad también. A veces tengo miedo de volverme un poquito loca pero está bien.  

¿Y qué hay de tu banda actual, Pequeña Venecia?

–Me separé y reestructuré toda la música en mi vida, lo que tenía armado. Rosario y La Cruz de Sal era la banda que tenía con mi ex. El guitarrista era mi pareja, allí yo solo cantaba. Pequeña Venecia seguirá de esta nueva manera y me encanta. Musicalmente, tiene un formato acústico, con Paula Pita (pianista) y Gabito Badía (bajista). Tenemos baterías electrónicas así que del mambo del baterista zafamos (risas).  

¿Qué sentís con el hecho de que una fotógrafa haya decidido seguirte para documentar tu vida?

–Al principio me pareció una locura. Ella va atrás de las escenas, siendo amiga pero también pasando desapercibida. Ella me había dicho que lo iba a hacer así y a mí me pareció imposible pero finalmente pudo, ganándose los espacios. Ha venido a la casa de mi padre en Glew, que es como un santuario del hippismo, y él es muy íntimo pero con Nancy estuvo cómodo y después preguntaba por ella (risas). Nan se va metiendo y logra ser invisible, a mí me asombra la intimidad que logra en esas fotos. 

¿Se van a exhibir?

–Cuando se hizo la despedida las exhibimos pero más allá de eso, la idea es mostrarlas en 2019, sí. Ilustrarán esta nota me imagino.

Compositivamente, las canciones que escribas en tu nueva vida encararán otros temas…

–En las letras soy yo siempre pero es verdad que cuando estás sola encarás otros temas. Yo tengo un trabajo escénico, estudié teatro tres años en el Conservatorio entonces tengo un lenguaje corporal trabajado. Cuando dejé pensé ¿para qué me va a servir todo esto? Y me sirvió porque entro en una especie de trance. El 80 por ciento de los shows no los recuerdo. Me pasa de bajarme del escenario y que me digan “estuviste todo el show agarrándote la concha” (risas). Hay algo ahí que me hace ser de verdad, y puede pasar cualquier cosa, puedo quedarme quieta o golpearme contra el piso. A mí me gusta mucho el trabajo que hago, produzco bandas, shows en vivo y demás, pero en realidad lo mío es la música. Por eso le bajo el volumen ahora al trabajo y se lo subo a la música, a la mía.

Para vos el feminismo es inescindible del cuidado de los recursos naturales. Hablame de eso.

–En Córdoba voy a buscar mi éxito, y mi noción de éxito es esa: cuidar el planeta, conectar con la naturaleza, producir mi alimento, reciclar mi basura. Ser feminista es cortar con el capitalismo entonces el mío es un acto de resistencia, y reconstruirte para volver a la ciudad si es el caso pero para mí feminismo es aprender a resolver mis problemas, aprender a no sentirme mal si no tengo una pareja, o no sentirme mal por tener una pareja abierta. Yo quiero ser respetada, no necesito hacer contrato con las personas. Yo no quiero esperar a tener 60 años para dejar la ciudad como hace mucha gente, yo quiero hacerlo ahora que no cumplí 40 y que puedo levantar una pala y hacer una pared de mi casa. Me encuentro laburando mi machismo, porque tengo un padre híper machista y eso algo en mí sembró. El feminismo es darle la mano a tu compañera y dejar que crezca a la par tuyo. Y eso todavía es difícil, es un desafío, no es un pañuelo verde y nada más.