No está Tom Selleck con sus bigotes, pero en la nueva versión de Magnum, P.I., estrenada treinta años después del final de la original (1980–1988), está casi todo lo demás: las rutas hawaianas, las camisas coloridas, la Ferrari roja, los hostiles dobermans Zeus y Apolo, el mismo helicóptero Hughes 500 a rayas siempre listo para las persecuciones finales de cada episodio y hasta la misma banda sonora original, aquella marchita jazzera acelerada que compuso Ian Freebairn–Smith. 

Esta nueva Magnum, P.I., producida por la cadena CBS y ya circulando online, intenta ser respetuosa de la original: un regreso a un ambiente conocido –el Hawai verde y rutero– para un formato clásico de policial light que tanto explotó en los últimos años, por ejemplo, The Mentalist. Lo que revela que sigue habiendo público para ese clima policíaco veraniego, colorido y seductor, con picardía y espacios para la sonrisa provistos por el protagonista, un detective caradura.

No es fácil llenar las floreadas camisas hawaianas de aquel investigador privado, tótem de la sonrisa cómplice y la masculinidad pilosa de los 80. El desafío le cae al californiano Jay Hernandez (El Diablo en Escuadrón Suicida), que logra aportar el desenfado necesario, acaso con esa forma de simpatía ligera que muestran los ex futbolistas devenidos conductores de TV. Pero el Thomas Magnum bigotón de Selleck fue uno de los personajes más icónicos de los 80, y que cualquier reversión tendrá, como primer desafío, superar esa ausencia. Zanjada y aceptada esa cuestión, la nueva Magnum sabe lo que hace. Es que las nuevas versiones –o reboots– de hits ochentosos empiezan a ser un subgénero en sí y a contar con jurisprudencia propia, como lo prueban las variopintas experiencias de Arma mortal o MacGyver (realizada por Peter M. Lenkov, responsable, también, de este Magnum). 

El plan es honrar todo lo que se podía respetar del original –hasta recuperó los modelos de camisas– y meter cambios sólo donde la época los pide. Los muchachos magnumistas ya no son excombatientes de Vietnam, sino de Afganistán –ventajas narrativas de tener siempre una guerra cercana– y el elenco revive los mismos personajes, salvo por una novedad: el conveniente cambio de sexo de Higgins, responsable de velar por las propiedades del millonario y mecenas ausente que tenía, y sigue teniendo, a Magnum como invitado perenne en su mansión y sus Ferraris. Higgins ya no es más aquel adusto y remilgado exmilitar británico que interpretó John Hillerman, sino una sensual y renegada exagente del servicio secreto inglés (Perdita Weeks). Oportuna y tal vez empoderada, esta conversión femenina del personaje –recurso ya visto con Watson y Moriarty en la revisita al canon holmesiano de Elementary– permite romper con el elenco original 100 por ciento viril, donde las mujeres eran únicamente invitadas y no escapaban al rol de damiselas en apuros, flamantes viudas desesperadas o clientas aptas para flirteos al paso. Por el mismo precio, aquella tensión entre el tío severo y el joven calavera –cuales Isidoro y Coronel Cañones– entre el viejo Higgins y el viejo Magnum, ahora muta en interés amoroso: Magnum y Higgins tienen química desde el primer episodio. 

Pero ¿habrá cameo de Tom Selleck? El veterano actor había coqueteado con la posibilidad de grabar una secuela, basada en un Magnum envejecido. Y ahora admitió que le gustaría participar en esta versión. Desde 2012, Selleck protagoniza otro policial, Blue Bloods, también de la cadena CBS. A no descartarlo: Tom Selleck y Thomas Magnum siguen en el mismo escritorio.