Los primeros días fueron de puro espanto, a raíz de declaraciones bizarras de ministros y ministras. 

Los brasileños fueron informados, por ejemplo, que tener un arma en la casa es tan peligroso como tener una licuadora. Al fin y al cabo, acorde al ministro de la Casa Civil, el muy peculiar Onix Lorenzoni, son idénticas las posibilidades de que un niño se hiera con una licuadora a que dispare un arma contra un hermanito.

Un detalle: hay datos concretos indicando que el año pasado al menos 58 mil muertes ocurrieron en Brasil a raíz del uso de arma de fuego. 

No hay, en los registros de los últimos veinte años, ni un solo caso de muerte provocado por una licuadora.

Pero la tercera semana de gobierno del ultraderechista Jair Bolsonaro fue marcado por dos iniciativas y un escándalo. O sea, entramos en el concreto terreno de la vida real.

La primera iniciativa concreta fue la liberación de la compra y tenencia de armas de fuego, una promesa de la campaña electoral. 

Es algo raro de verdad que un presidente efectivamente cumpla, en el estreno de su gobierno, con alguna promesa de campaña. Lula da Silva lo hizo, y ahora Bolsonaro también. 

Pero con una diferencia: mientras que con Lula da Silva la primera promesa transformada en iniciativa real fue el programa “hambre cero”, con Bolsonaro se dio la liberación de la posesión de armas.

La segunda iniciativa concreta se dio en el ámbito externo. Luego de la visita del presidente argentino Mauricio Macri, el ultraderechista presidente brasileño Jair Bolsonaro puso su atención (si es que tiene alguna) sobre Venezuela.

En una iniciativa sin antecedentes –ni siquiera en tiempos de la dictadura militar que ensombreció el país entre 1964 y 1985– el Itamaraty, como es llamado el ministerio brasileño de Relaciones Exteriores, emitió una durísima nota oficial calificando al gobierno de Nicolás Maduro como terrorista, narcotraficante, corrupto y lavador de dinero. 

El texto mereció críticas contundentes de veteranos diplomáticos, y dejó en claro hasta qué punto el ministro Ernesto Araújo –un diplomático de carrera inexpresiva alzado al puesto máximo del Itamaraty por Bolsonaro– carece de noción del efecto de sus palabras y actos.

El patético ministro brasileño se reunió a lo largo de no menos de once horas con dirigentes de la oposición venezolana, y los llevó a una audiencia no prevista con Bolsonaro, para luego decir que Brasil hará de todo para devolver Venezuela a la democracia.

Nunca jamás hubo una declaración tan agresiva, tan plagada de insultos y tan vacía de contenido concreto en la historia brasileña. 

Quedó claro, clarísimo, que los tiempos en que Brasil, gracias a su peso geopolítico, era un interlocutor y mediador eficaz, quedaron en la memoria. No creo que la alianza entre un Bolsonaro neófito y un Macri en plena decadencia contra Venezuela hubiese previsto semejante gesto de grosería.  

Pero si faltara algo para dejar claro de toda claridad lo que nos espera, el pasado viernes explotó la nueva etapa de un escándalo que involucra a uno de los delirantes hijos del presidente primate.

La cosa es sencilla: predomina, principalmente entre los llamados parlamentares más mediocres e insignificantes, la costumbre de contratar asesores para sus despachos y quedarse con todo o casi todo su sueldo. Es algo ilegal, desde luego, pero absolutamente usual.

Flavio Bolsonaro, hijo del presidente, fue diputado provincial en Río hasta elegirse senador nacional. Tenía como asesor a Fabiano Queiroz, un ex policía militar involucrado en al menos doce asesinatos bajo la excusa de “defensa legítima”. En las cuentas de Queiroz fueron detectadas “actividades inusuales” de unos 300 mil dólares en un solo año, más de diez veces el total de sus ingresos legales. 

La excusa de Queiroz: “yo compraba y vendía autos usados”. Comprobar cuáles, cuándo y de quién y para quién, ni pensar. 

Las investigaciones avanzaron y otras cositas más surgieron. Por ejemplo: una hija de Queiroz fue contratada por el entonces diputado nacional Jair Bolsonaro como asesora. Ganaba unos tres mil dólares mensuales y, acorde a lo que decía el despacho del señor diputado, trabajaba 40 horas semanales. Ocurre que la misma señorita era personal trainer de celebridades de la TV Globo, entre ellas la entonces novia del jugador Neymar. A menos que se compruebe la capacidad de estar al mismo tiempo en dos lugares separados por exactos 1.169 kilómetros, se trata de un fraude. Su sueldo corresponde a depósitos realizados en la cuenta de su señor padre, el amigo del Bolsonaro presidente y asesor de uno de los Bolsonaros hijos.

Se comprobó que en cinco días entre junio y julio de 2017, ingresaron en la cuenta de Flavio casi 30 mil dólares. No se sabe quién hizo los depósitos, se sabe que él ganaba por año lo que depositaron en cinco días. Hay toda una maniobra jurídica para eludir el asunto, pero el asunto volverá a la superficie en pocos días. Y llegará al Bolsonaro padre, el presidente. Que inaugura un mandato metido hasta el cuello en un mar podrido.