Desde París

Este invierno, en París, Grayson Perry se propuso reinventar los modos en los que se piensa la ciudadanía. Quizás lo hizo en París, porque donde comenzó la lucha por los derechos civiles y la idea de la reunión de los ciudadanos agrupados bajo el paraguas de una consigna. Perry trastoca los ya celebérrimos, pero igualmente gastados, “libertad, igualdad, fraternidad”, en los más modernos “Vanidad, identidad, sexualidad”. Lo importante es que la tríada de consignas reunidas ahora por Perry tiene valor como para permitir la reflexión acerca de hasta qué punto el presente ha podido transformar y ver evolucionar los modos en los que pensamos nuestros derechos, nuestras demandas, la legitimidad de nuestras interpelaciones al estado, en fin, los nuevos lugares de la subjetividad en los que queremos pensarnos y ser pensados. 

La muestra retrospectiva de Grayson Perry, en el Palacio de la moneda de París, justamente está para unir todas estas reflexiones a partir de su obra que, luego de haber ganado el premio Turner en el año 2003 se ha convertido en uno de los referentes de la reflexión queer aquí y allá, autonombrado como “travesti” (esa categoría que parece un poco arcaica, pero que justamente por eso, conserva su potencial desafiante).

Dime cómo vistes y te diré qué género luces

La retrospectiva de Perry comienza con la exhibición de los vestidos icónicos que se hizo el artista en su carrera en sus apariciones públicas como Claire. Allí está el vestido de dominatrix para jugar a inventarse un cuerpo, al lado del floreado y aniñado de sus primeas apariciones o el estilo Camila con el que saludò al Prìncipe Carlos. Cada vestido es una declaración de principios, una resolución y una pregunta sobre el lugar de cristalización de saberes, prejuicios, juicios y posiciones sobre los (estrechos) límites textiles en los que es posible actuar en la cultura. De hecho define al hombre masculino medio, por ser el prototipo de la seriedad. Traje, corbata, zapatos de cuero, zapatillas y no mucho más para elegir. Muchos de los problemas que la teoría queer se ha planteado sobre la performatividad de la historia del vestido humano, Perry lo ha puesto en práctica en su propio modo de vestirse. Basta con ver su colección en internet para comprender hasta qué punto su idea es una teatralización de la vida cotidiana como si pusiera una mirada crítica sobre cada una de nuestras acciones que damos por resuelta. A Perry le interesa el tipo de adherencia que se produce entre vestuario e identidad, es decir cómo hace la cultura para generar ideas tan profundas como la identidad de género a partir de materiales tan superficiales como la tela, los colores y las formas de esas telas. 

La fragilidad de los jarrones

Conjuntamente a su obra como activista social, Perry ha llevado adelante una obra artística asombrosa en la que trabaja siempre con materiales considerados de manera consuetudinaria los materiales 'innobles” de las artes plásticas, los más frágiles, los más femeninos, los más efímeros; la cerámica y el tapiz. Pero también, y por las mismas razones, por estar relegados a las subjetividades menores, pueden llegar a ser los materiales más revulsivos, los más dramáticos o los más controversiales.

Los jarrones de cerámica que Perry expone en el Palacio de la Moneda tienen también el rasgo de su poder crítico: algunos están decorados con escenas de la vida cotidiana en la clase obrera, con escenas sexuales, como si se tratara de vasos de la antigüedad clásica o en un caso decorados con las marcas que devoran las bestias rapaces del turismo en los lugares de la moda. “Cuando comencé, la cerámica parecía algo tan pasado de moda, que la actitud despreciativa de las personas que se dedicaban a las bellas artes, me inspiró”.

Al mismo tiempo a Perry le interesa cómo se produce el paso de la artesanía hacia el arte y cómo ese paso genera distintas posiciones de clase: el artista, el burgués consumidor de arte, el artesano y el proletario, que serían los puntos más profundos de la formación de la identidad. Para Perry no hay formación de la identidad sexual ni expresión de esa identidad, fuera de identidad de clase. Por eso el paso entre producción artesanal a industrial generó distintos tipos de identidad sexual.

En sus tapices murales muestra, justamente, escenas de cristalización de esas identidades, de formulación compleja entre variables distintas: la cautela frente al arte, paralela a la cautela frente a otro tipo de expresión social, se debate con el modo en el que las imágenes de la vida cotidiana  cuestionan los marcos estrechos en los que se produce la experiencia de las masas. El año pasado, en el mismo tono, su exposición en la prestigiosa galería Serpentine de Londres se llamaba “La exposición más popular del mundo” en la que se proponía, para seguir con la crítica del uso del arte en la sociedad burguesa: “expandir la audiencia del arte, sin necesariamente volverla estúpida.” El modo en el que describe esa actividad que incluye su modo de vida, su actividad como productor de objetos y su obra como portavoz de una manera crítica de mostrar la identidad es “darse cuenta”. La tarea de un artista, dice, es darse cuenta.