Es una actividad bastante valiente la de ser bombero. Y difícil. No existe otra fuerza semejante que tenga, por ejemplo, por momentos, el calificativo de “voluntarios”. Exagero, quizás sea el verano que se impone en mi cabeza, pero no se me ocurre otra profesión que lleve el mismo adjetivo. Siempre me han producido la admiración más grande, un poco la envidia. Porque nunca fui alguien muy entregado a lo físico, y me cuesta incluso correr alrededor de una plaza. Supongo que me falta un plan, un objetivo, como para ponerme a la altura de gente que reacciona rápido. Un poco este cuento lo escribí por eso, y por razones que ahora no se me ocurren. Ya lo dije, el verano.

Sí sostengo que el concepto actual de “crónica”, pensado como un género “híbrido”, que es tanto periodístico como literario, no me interesa. Sí el diario de viaje, algunos, pero no esa idea de que se puede retratar al mundo con herramientas literarias. O que se puede hacer periodismo de cosas de todos los días. Porque el cronista, en ese caso, viene con una idea preconcebida de qué es lo cotidiano, y busca capturarlo, como los escritores, narradores o poetas, que arman un culto a lo cotidiano sin buscar el momento de distancia, de alejamiento, de desinterés pero, también, de transformación. Y, sin embargo, este cuento algo de crónica tiene. Con eso lo digo todo.