La izquierda más idealista ganó las primarias que el Partido Socialista francés organizó para designar su candidato a las elecciones presidenciales de abril y mayo próximos. Benoît Hamon, el ex ministro de Educación y representante del ala de izquierda del PS, superó a todos los favoritos: desde el nacional socialismo de Arnaud Montebourg, hasta el social liberalismo del ex primer ministro Manuel Valls. Paradoja llena de significados cuyos secretos los electores guardan en el fondo de su corazón: nadie hubiese apostado un céntimo por Hamon. El hoy candidato se dio el lujo de vencer por amplio margen al sector que, durante todos los años de la presidencia de François Hollande, no cesó de repetir que la izquierda tenía únicamente dos alternativas: o reformarse, o morir. Surgió todo lo contrario: se murió en las urnas de la primaria la izquierda europeísta, reformista y social liberal y resucitó aquella que la narrativa política y la piensología dominante habían destinado a la desaparición. En un acto mágico, la militancia del PS le sacó la batuta al reformista Valls y se la entregó al soñador Hamon, al hombre que, ante la burla general, había propuesto un subsidio universal de 650 euros para todo el mundo y cobrarle impuesto a los robots. 

Ni el más romántico socialista hubiese pensado que la opción más a la izquierda sería la elegida para representar al socialismo francés en una elección presidencial. La amansadora del liberal socialismo había instalado la idea de que a esa izquierda sólo le quedaba la morada de un cajón y la referencia en los libros de historia. Como lo escribe el matutino Libération en su última edición, Hamon es el “pequeño protestón que se volvió grande”. En 2012, justo antes de las elecciones presidenciales que François Hollande ganó ante el saliente presidente Nicolas Sarkozy, PáginaI12 entrevistó a Benoît Hamon. El dirigente socialista acababa de publicar un libro, Tourner la page (Dar vuelta la página) en donde postulaba la idea de que al socialismo europeo le había llegado la hora de “olvidar” los tiempos en que la socialdemocracia pactó una alianza con el liberalismo y ponerse manos a la obra para construir otra sociedad. Era su sueño. En aquella entrevista, Hamon decía que entre “socialdemócratas y liberales lo que hoy está claro es que, para los liberales, el sufragio universal es un obstáculo a la idea que estos últimos se hacen de un mundo perfecto, sin trabas, gobernado por los mercados y en el cual los instrumentos de regulación deben estar en manos de agencias independientes, supervisores supranacionales y de aparatos tecnocráticos. 

Los liberales rehúsan la supervisión política porque tienen la íntima convicción de que el sufragio universal es la dictadura del débil sobre los fuertes, la dictadura de los indigentes cuyas condiciones de vida no les permiten entender la complejidad de las cosas. Yo estoy convencido de que hay que actuar de una forma radicalmente opuesta. Debemos recuperar las bases y los fundamentos de la democracia en las sociedades occidentales y europeas. Esos fundamentos están hoy ampliamente amenazados por 30 años de liberalismo”. Entre ese momento y el actual, Benoît Hamon fue ministro del primer gabinete de Hollande hasta que, con la llegada de Manuel Valls a la jefatura de gobierno, renunció a su cargo ante la incompatibilidad de sus ideas y la línea social liberal de Valls. Fue el famoso giro a la derecha del socialismo francés. En la misma entrevista con este diario, Hamon comentaba que “a partir del momento en que el liberalismo económico y el liberalismo político se imponen, el acuerdo entre liberales y socialdemócratas se vuelve mortífero”. Cinco años después, no ha cambiado de opinión y los electores creyeron en el mismo hombre que pensaba que buena parte de la renovación de la izquierda mundial se originaba en América Latina: “La izquierda latinoamericana tiene una capacidad de poner en tela de juicio el orden económico mundial que la socialdemocracia europea ya no tiene”. 

El equipo del candidato oficial comentaba anoche: “salimos últimos y ahora estamos por delante. Lo que nos ocurre es una locura”. El proceso fue rápido y asombroso, no previsto por la sondología. Los miembros de su equipo cuentan que, el año pasado, cuando Hamon oficializó su candidatura a las primarias, ni ellos creían en la victoria: “queríamos hacer que nuestras ideas circulen y pasar un buen momento”, recuerda Nadjet Boubekeur. El nuevo giro es espectacular: la izquierda pasó de un entierro anunciado a un renacimiento festivo. La dinámica cambió de vereda. Queda, desde luego, la presidencial en si misma, hoy inalcanzable para Hamon ya que su candidatura, según las encuestas, ni siquiera pasaría la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Sin embargo, su victoria incontestable sobre la corriente más liberal permite que lo que parecía muerto y enterrado tome hoy el control de un partido que fue vendiendo hasta sus recuerdos. Los electores de la izquierda terminaron de saldar las cuentas con Hollande. No sólo se irá con el espejo del presidente más impopular de la historia. Su propio campo, el que lo votó lleno de esperanzas en 2012, decapitó a su heredero, el primer ministro Manuel Valls cuya frase más celebre ha sido “la izquierda puede desaparecer”. El que desapareció en las urnas fue él.

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